IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (8)
12.-
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.
(1) Si en la versión que analizamos de Ifigenia en
Áulide es Clitemnestra quien lleva a su hija al campamento de los griegos,
en la Electra euripídea es su propio padre, en tanto que en Sófocles el
encargado de esa embajada es Ulises – que aquí aparece como mero conocedor de
los tejemanejes de Agamenón; esto no tiene nada de raro pues Ulises es el
encargado de este tipo de comisiones, como lo demuestra el que fuera el
responsable de conseguir el arco de Filoctetes en la obra del mismo título de
Sófocles. Por último, será en Racine el mismo Ulises quien traiga a Ifigenia a
Áulide. Recordemos que también en la pintura tenemos testimonios de ese papel de
Ulises como encargado de las más variopintas comisiones: en efecto, pensemos,
por poner tan sólo un ejemplo, en el cuadro que se conserva en el Museo del
Prado que se titula Aquiles descubierto, pintado por Rubens y Van Dyck.
Puede verse una reproducción de buena calidad en el catálogo Pintura
flamenca barroca (cobres, siglo XVII), Diócesis de Calahorra y La
Calzada-Logroño, San Sebastián, 1996, p.35)
(2) Eurípides, Tragedias III, Gredos,
Madrid, 1985 [Primera edición 1979], vv. 482 – 491 (traducción, introducción y
notas a cargo de Carlos García Gual). Además, a la primera frase de este último
párrafo el editor pone la siguiente nota: “la pérdida de un hermano es más
irrecuperable que la de la esposa o la de los hijos. Recuérdese lo que dice
Antígona en la tragedia sofoclea, o la elección de la mujer de Intafernes en
HERÓD., III 119”. (pág. 278, n. 19). Salvo indicación contraria, todas las
citas de la obra de Eurípides se harán a partir de esta edición que acabamos de
mencionar. Como dato complementario que no queremos dejar pasar por alto, precisamos
que de las noventa obras que escribiera Eurípides, los alejandrinos conocieron
75 en los siglos III – II a.C. A nosotros nos han llegado diecisiete tragedias
y un drama satírico. (Tragedias I, Cátedra, Madrid, 1985, edición de
Juan Antonio López Férez, pág. 19).
(3) Por lo que a las novedades del trágico griego se
refiere, podemos señalar entre, otras muchas, las siguientes: en Las
Fenicias nos presenta a Yocasta en vida, habitando el palacio a la par que
el viejo y cegado Edipo (en Sófocles ella se suicida al conocer la identidad
real de Edipo), pero además éste último permanece hasta la muerte de sus hijos
en Tebas (vid. Tragedias III, ed. cit., p. 87). En Las suplicantes,
Teseo recupera los cadáveres de los guerreros argivos mediante la lucha armada,
no con un acuerdo verbal, como conocíamos del ciclo de los siete contra Tebas,
y, además, el suicidio de Evandro proviene ex imaginatione de Eurípides
(José Luis Calvo Martínez lo comenta en la introducción a la edición de las Tragedias II de
este trágico, publicadas por Gredos, Madrid, 1985 [1978 primera edición], pp.
11 –12). Tenemos también el caso de El cíclope, pues partiendo del canto
IX de la Odisea homérica, ese personaje no vive sólo del pastoreo, sino
también de la caza, pero es que además es un ilustrado que conoce la leyenda de
Ganímedes, ha oído hablar de la guerra de Troya y de Helena, y tiene, además,
peculiares inclinaciones eróticas. (Eurípides, Tragedias I, Cátedra,
Madrid, 1985, edición a cargo de Juan Antonio López Férez, p.84).
(4) Respecto a la
muerte de Ifigenia en Áulide, se da como cierta en los tres dramaturgos.
Esquilo la muestra así en la primera parte de su famosa trilogía La Orestía,
es decir, en Agamenón:
CLITEMNESTRA: ¿Ahora decretas
para mí el destierro / y soportar el dolor de mis gentes, /y las
imprecaciones de mi pueblo?. / Pero entonces
no hiciste nada en contra / de este varón, que, sin darle importancia, / como
si se tratara del destino / de una res, cuando sobran las ovejas / en el
rebaño, osó sacrificar / - el parto más
querido de mi vientre - / a su hija, para hechizar los vientos / de Tracia. ¿No
es éste a quien debías / de esta tierra expulsar, así lavando / sus crímenes”. (Tragedias, Esquilo,
pág. 296-297; traducción de José Alsina Clota, Ed. Cátedra, Madrid, 1983).
Y de este modo expone la muerte de Ifigenia su hermana Electra, en la
obra homónima de Sófocles, quien también
da por hecho que Ifigenia murió en Áulide, en su obra Electra:
ELECTRA: Además,
pregunta a la cazadora Ártemis en pago a qué culpa retuvo en Áulide la totalidad de los vientos. ¿O te
lo explico yo?. Pues la ley natural no permite enterarse por ella. Según tengo
yo oído, entreteniéndose una vez mi padre por el bosque sagrado de la diosa
levantó al dar pasos uno tras otros un ciervo moteado, de abundante cornamenta,
con ocasión del degüello del cual, tras certero disparo, resulta que lanzó
jactanciosa expresión. Y rabiosa por esto la muchacha de Leto retenía a los
griegos con objeto de forzar a mi padre a que sacrificara a su propia hija en
compensación del animal. Así aconteció su sacrificio, pues no había otra
solución para el ejército ni para regresar a casa ni para llegar a Troya (versos
560 - 575, de esa obra incluida en las Tragedias de Sófocles, ed.
Cátedra, Madrid, 1985, a cargo de José Vara Donado).
Pero el mismo Eurípides presenta como cierta la muerta de Ifigenia en su
Electra:
[Clitemnestra a Electra:] “Tíndaro me entregó a tu padre
como esposa, no buscando mi muerte ni la de los hijos que fuera yo a tener.
Pero tu padre, fingiendo una boda de mi hija con Aquiles, se la llevó muy lejos
del palacio, al puerto de Áulide, y allí la extendió sobre la pira y agostó la
tierna mejilla de Ifigenia”. (Tragedias, II, Electra, Ed. Bruguera,
1982, Barcelona, página 91, edición de José Alsina Clota).
E
igualmente en su Orestes:
ORESTES: (a Agamenón) “La sangre de mi hermana, que Áulide recibió, te
la perdono: que Hermíone no muera por tu mano”. (ed. cit. de José Alsina Clota,
p. 135)
Veamos ahora cómo alude a este episodio Propercio, concretamente en su
tercer libro de elegías: “Sin testigos de las penas de Agamenón, las costas que
hizo famosas la vindicta de Argino, exigida por un río amenazador. Después de
perder al joven, no levó anclas el Atrida, y por esa demora fue inmolada
Ifigenia”. (Propercio, Elegías, libro III, vv. 21 – 24, CSIC, Madrid
(Colección Alma Mater), 1984, a cargo de Antonio Tovar y María T. Belfiore
Mártire).
Y, finalmente, un ejemplo de Lucrecio en su De rerum natura
(concretamente los versos 113 – 123, traducidos por el Abate Marchena e
incluidos en la edición de Agustín García Calvo para la editorial Cátedra,
Madrid, 1983):
Mas temo mucho en
esto que te diga
Pienses acaso no te dé lecciones
De impiedad, enseñándote el camino
De la maldad: por el contrario, ¡oh Memmio!,
De acciones execrables y
malvadas
Fue la causa el fanatismo muchas veces:
A la manera que en Áulide un tiempo
El altar de Diana mancillara
Torpemente en la sangre de Ifigenia
La flor de los caudillos de los griegos.
En la traducción de la Electra euripídea de José Alsina Clota
aparece lo siguiente: “Tíndaro me entregó a tu padre por esposa, no buscando mi
muerte ni la de los hijos que fuera yo a tener. Pero tu padre (Clitemnestra
está hablando a su hija Electra), fingiendo una boda de mi hija con Aquiles, se
la llevó a muy lejos de palacio, al puerto de Áulide, y allí la extendió sobre
la pira y agostó la tierna mejilla de Ifigenia”. (Eurípides, Tragedias, II,
Ed. Bruguera, Barcelona, 1982, p.91, edición preparada por José Alsina Clota).
Curiosamente, en cambio, esa pira no aparece en la traducción de José Luis
Calvo Martínez, supongo que por haber utilizado alguna variante textual:
“Tindáreo me entregó a tu padre no para que muriera yo ni aquéllos a quien yo
engendrara. Pero aquél convenció a mi hija con la boda de Aquiles y se marchó llevándola
a Áulide, de buen anclaje para las naves. Allí extendió sobre un altar y segó
el blanco cuello de Ifigenia”. (Eurípides, Tragedias, II, Ed. Gredos,
Madrid, 1985 [Primera edición 1978], pág. 327, versos 1019 – 1023). Notemos,
todo sea dicho de paso, que en esta versión es el propio Agamenón quien se
lleva a su hija hacia Áulide, mientras en todas las que venimos comentando
hasta el momento es Clitemnestra la que acompaña a Ifigenia al campamento
argivo.
En el libro IV de la Historia de Heródoto también encontramos el
sacrificio de Ifigenia, y además nos informa de las costumbres bárbaras de los
tauros, razón por la cual, posiblemente, se situó allí a Ifigenia:
“Entre estos pueblos, los tauros observan las siguientes costumbres. A
los náufragos y a los griegos que capturan en el curso de sus correrías
marítimas los inmolan a la Virgen [nota 389] de la siguiente manera: una vez
realizados los ritos preliminares, golpean en la cabeza a la víctima con
una maza. Al decir de unos, acto seguido arrojan el cuerpo precipicio abajo
(pues el santuario se alza sobre un precipicio) y clavan la cabeza a un palo;
otros, en cambio, coinciden con los anteriores por lo que se refiere al ritual
de la cabeza, pero aseguran que el cuerpo no es arrojado desde lo alto del
precipicio, sino enterrado. Y por cierto que, según el testimonio de los
propios tauros, la divinidad a la que ofrecen sus sacrificios es Ifigenia, la
hija de Agamenón” [nota 390] ( Heródoto, Historia,tomo II, Libro IV,
103, 1-2; Gredos, Madrid, 1979, edición de Carlos Schrader, pp. 383 –384). Nota
389 Ártemis, la diosa de la castidad por excelencia (cf., por ejemplo, el Hipólito
de EURÍPIDES). Los tauros podían ser descendientes de los cimerios, primitivos
habitantes de Escitia, que se refugiaron en los montes de Crimea (...). El
carácter pirata y saqueador de los tauros pervivía al parecer en el siglo I d.
D. C. (cf. TÁCITO, Anales XII 17, 4). El sacrificio de náufragos a su
divinidad debía de ser una costumbre cierta, que probablemente originó la
localización de parte de la leyenda de Ifigenia en esa zona (ed. cit., pp.383
–384).
Y un último ejemplo que evidencia
la trayectoria de una línea argumental dentro del mito que postula la muerte de
Ifigenia en Áulide, en este caso se trata de Píndaro:
A
éste (Orestes), en pleno asesinato de su padre, su nodriza Arsínoe lo arrancó
De las crueles manos de Clitemestra,
Librándole así de una trampa
funesta,
Cuando a la hija del dardánida
Príamo,
A Casandra, con la blanca
espada, en compañía del alma
De Agamenón, la estaba enviando
a la combría ribera del Aqueronte
La cruel mujer. ¿Acaso
Ifigenia, a orillas del Euripo
Degollada, lejos de su patria,
La irritó hasta el punto de
suscitar la cólera de su pesada mano?
Píndaro Pítica XI, 16 – 23. (Cito por la edición de Emilio Suarez
de la Torre, Obra completa de Píndaro, Cátedra, Madrid, 1988, pp.231 –
232).
Aparte de la
Ifigenia en Táuride, donde obviamente se da como no muerta en el
sacrificio de Áulide a Ifigenia, también encontramos que la joven doncella
griega es rescatada por una intervención divina en las mismísimas Metamorfosis
de Ovidio, sin lugar a dudas uno de los libros de la antigüedad que más habían
de influir en toda la literatura occidental. La aparición de esta historia en
ese libro es como sigue: tras una la aparición de una serpiente que coge a ocho
pequeños pajarillos en un sacrificio a Júpiter, se interpreta este prodigio
como la necesidad de derramar “la sangre de una doncella para aplacar la cólera
de la diosa virgen (= Diana, es decir, la Ártemis griega). Cuando el interés
del bien común ha vencido la ternura de Agamenón por sus hija, cuando la
realeza ha vencido la paternidad y cuando su hija Ifigenia, dispuesta a dar su
sangre pura, se halla ante el altar entre los sacerdotes que lloran, la diosa
es vencida a su vez: extiende una nube delante de todos los ojos de los allí
presentes y se dice que, durante la ceremonia, en medio del barullo del
sacrificio, en medio de las plegarias, sustituyó por una cierva a la hija del
rey de Micenas”.( Ovidio, Metamorfosis, Libro XII, II, versos 24 – 34;
Ed. Bruguera, Barcelona, 1979 [ segunda edición, la primera es de 1971], pág.
309).
Y
lo mismo ocurre en los fragmentos del Catálogo de las mujeres de
Hesíodo, donde puede leerse lo siguiente: “Agamenón desposó a la hija de
Tindáreo, a Clitemnestra de sombría mirada. Clitemnestra dio a luz en Palacio a
Ifímede de hermosos tobillos y a Electra, que en figura competía con las
inmortales. Los aqueos de hermosas grebas, el día en que con sus naves se
hacían a la mar rumbo a Ilión para tomar venganza de la argiva de hermosos
tobillos, degollaron a Ifímede, a su imagen: la heridora de ciervos que con los
dardos goza, con gran facilidad, la puso a salvo y ambrosía encantadora destiló
desde su cabeza para que su cuerpo permaneciese incólume; inmortal y libre de
vejez la hizo por todos sus días” ( Catálogo de las mujeres o Eeas, incluido
en las Obras y fragmentos, Hesíodo, [ traducción de Alfonso
Martínez Díez ],Gredos, Madrid, 2000, fragmento 23 a, p. 148). Y poco más o
menos encontramos en el fragmento 23 b de la citada edición: “Sé que Hesíodo,
en el Catálogo de la mujeres, imaginó que Ifigenia no murió, sino que,
por decisión de Ártemis, es Hécate”. Pausanias, I 43, 1( Ed. Cit. p.149).
(5) “No es menos
chocante para el lector moderno la avidez de gloria que muestran las heroínas
abnegadas de Eurípides, prontas a sacrificarse por la familia, la ciudad o la
nación, porque reconocen tal valor a la gloria que su sacrificio apenas puede
juzgarse desinteresado. Así lo da a entender Ifigenia, que ha resuelto morir,
pero sólo gloriosamente, pues siente clavadas las miradas de todos los griegos
(Ifigenia en Áulide, 1375 – 1378), que se declara glorificación de su
madre (1440) y luz de Grecia (1502) y que, tras pesar muy razonadamente las
causas que la llevan a morir, exclama (1937 y sigs.): “Doy mi cuerpo a Grecia.
Sacrificadme, arrasad a Troya, pues, por larga edad, esto será mi monumento,
esto mis hijos, mis bodas y mi gloria”. A la luz de esta actitud unánime se
explica la paradoja que sorprende al lector moderno de la Ética nicomaquea:
aun para Aristóteles, tan apasionado en deslindar esencia y accidente, la
alabanza y el reproche valen como criterios intrínsecos de la virtud y el vicio” (cf. fin del libro I).
María Rosa Lida de Malkiel: La idea de la fama en la Edad Media castellana,
F.C.E., México, 1983 (primera reimpresión en España; Primera edición: 1952),
páginas 19 – 20.
(6)
Interesantísimas son las observaciones que sobre el coro hace Gilbert
Murray en su ya clásico Eurípides y su época, Fondo de Cultura
Económica, México, 1949 (1ª ed. en español, a partir de la segunda edición
inglesa corregida de 1946), páginas 152 –159. Respecto a las características
físicas del teatro griego, las partes de que estaba compuesto y los materiales
con los que se construía, la maquinaria, el vestuario, las máscaras, los
actores, el coro, la música o las danzas se encuentra información en el libro El
arte teatral de Gaston Baty y René Chavance, Fondo de Cultura Económica,
México, 1955 (segunda edición española; la primera francesa original es de
1932), páginas 31 – 36.
(7) Como hemos dicho
el coro ha reducido su intervención en Eurípides frente a los otros grandes
trágicos, pero lo cierto es que sus intervenciones se adaptan perfectamente al
argumento: “así en el párodos tenemos una especie de catálogo de las naves de
clara ascendencia homérica, aunque en los detalles discrepa de La Ilíada
-, que sirve al poeta para darnos una idea de la flota griega; en el primer
estásimo, después de la disputa de los dos hermanos, se recuerda el juicio de
París y el rapto de Helena, tan funesto a la familia de Agamenón; en el tercer
canto moral, las gloriosas bodas de Peleo y Tetis, a las que asistieron los
dioses, constituye un contraste con el sangriento himeneo reservado a Ifigenia;
por último, en el monodia de la heroína, vuelve a insistir el poeta sobre el
juicio de Paris y se lamenta Ifigenia de tener que perecer a manos del padre
por causa de Helena.”(Eurípides: Tragedias I, [Medea, Bacantes
e Ifigenia en Áulide], Bruguera, Barcelona, 1983 (Cuarta edición, la
primera es de 1968), página 132; edición preparada por Julio Pallí Bonet).
(8) Sobre el “deus
ex machina” pueden consultarse con provecho las luminosas páginas que dedica a
ello Gilbert Murray en su imprescindible Eurípides y su época ed. cit., pp. 144 –148. Detalle creo que
importante: la traducción es nada menos que de Alfonso Reyes, uno de los más
ilustres ensayistas en nuestra lengua en el siglo pasado, que por si eso no
demostrara suficientemente su interés por el trágico griego, debemos
apresurarnos a decir que escribió un poema titulado Ifigenia cruel,
“escrito en Deva y en Madrid, entre el verano y el otoño de 1923” (Alfonso
Reyes, La experiencia literaria, Bruguera, Barcelona, 1986, p.140).
(9) Respecto a
ese mismo tema, además del prólogo, téngase en cuenta lo que dice, con su agudeza
habitual, Friedrich Nietzsche: “La
tragedia esquilo-sofoclea empleaba los medios artísticos más ingeniosos para,
en las primeras escenas, poner de una manera casual, por así decirlo, en manos
del espectador todos los hilos necesarios para la comprensión: un rasgo en el
que se acreditaban aquellos nobles artistas que enmascaraban, por así decirlo,
lo formal necesario y lo hacen aparecer como casual. De todos modos,
Eurípides creía observar que durante aquellas primeras escenas el espectador se
hallaba en una inquietud peculiar, queriendo resolver el problema matemático de
cálculo que era la historia anterior, de tal forma que para él se perdían las
bellezas poéticas y el pathos de la exposición. Por eso Eurípides
antepuso el prólogo a la exposición y lo colocó en boca de un personaje al que
era lícito otorgar confianza: frecuentement una divinidad tenía que garantizar
al público, en cuierto modo, el decurso de la tragedia y elemianr toda duda
acerca de la realidad del mito (...).Esa misma veracidad divina vuelve a
necesitarla otra vez en la conclusión de su drama, para asegurarle al público
el futuro de sus héroes: tal es la misión del famoso deus ex machina.
Entre la mirada épica al pasado y la mirada éprica al futuro está el presente
lírico, dramático, el “drama” propiamente dicho. (F. Nietzsche, El
nacimiento de la tragedia, Alianza, Madrid, 1981, pp. 112 –113). Las cursivas son del filósofo.
(10) La edición que
vamos a citar, de no mediar indicación contraria, es la de Jean Racine: Andrómaca.
Ifigenia. Fedra., Gredos, Madrid, 2003, edición preparada por Paloma Ortiz
García. (Biblioteca Universal, 11). En concreto esta cita se encuentra en la p.
137.
(11) Erifile
aparece en la obra de Robert Graves en tres ocasiones principales: en la
primera acepta un collar mágico a cambio de influir en Anfiarao para que
acompañe a Adrasto en la expedición de los siete contra Tebas, a donde él no
quería ir previendo que sólo sobreviviría Adrasto en dicha campaña. En segundo
lugar, los hijos de Anfiarao, Alcmeón y Anfíloco, junto con los de los otros
hijos de los caudillos caídos en la lucha contra Tebas deciden vengarse, pero
como no se ponen de acuerdo dejan la decisión en manos de Erifile, quien decide
que vayan a la guerra sobornada por Tersandro, el hijo de Polineces, con un
collar mágico. Finalmente, Alcmeón se entera de que por la vanidad de Erifile
murió su padre y de que él mismo había estado a punto de morir, así que
consulta al oráculo de Delfos y Apolo le contesta que ella merecía la muerte,
lo que él malinterpreta como una exhortación al matricidio y a su regreso la
mata (vid. Robert Graves, Los mitos griegos, RBA, Barcelona, 2005, pp.
413, 418 - 419).
(12) La
caracterización de Ulises como “engañoso” o “traidor” abunda en los textos
clásicos latinos. Así, en Horacio, “duplicis...Ulixei” (Carm, I, LI, 7);
Virgilio lo califica de inventor de crímenes: “scelerum...inventor Ulises” (Eneida,
II, 164). Ya en nuestro teatro áureo, véanse las palabras del personaje de
Aurora: “Yo te confieso que quise / al Conde, de quien lo fui, / más traidor
que el griego Ulises.”. (El castigo sin venganza, Lope de Vega, Cátedra,
Madrid, 1990, edición de Antonio Arreño, vv 2040 –2042, p. 209). Para ver el
desarrollo a través de los siglos de la figura de Ulises creo muy conveniente
acudir al libro de Piero Boitani La sombre de Ulises, Ed. Península,
Barcelona, 2001.
De todas formas, y dentro del ámbito hispano, a la obra citada de
Antonio Buero Vallejo, podemos añadir: ¿Por qué corres Ulises?, de
Antonio Gala (1975) o El retorno de Ulises (1946) de Gonzalo Torrente
Ballester, curiosamente, las tres obras de teatro. Pero además podríamos sumar
el Viaje a Ítaca de Lluis Llach, sobre la base del famosísimo poema de
Kavafis, o el un tanto irónico poema de Manuel Vázquez Montalbán, titulado
precisamente Ulises, y que aparece en Una educación sentimental.
En el ámbito pictórico baste pensar en el conocido cuadro del Museo del Prado
en el que Ulises descubre a Aquiles entre las doncellas entre las que se ha
ocultado, titulado precisamente Aquiles descubierto, pintado nada más y
nada menos que por Rubens y Van Dyck. Evidentemente hay muchísimas más
representaciones del rey de Ítaca, pero valga únicamente ésta como muestra.
No muy distinta a la de Ulises fue la suerte posterior de otros
personajes antiguos, no necesarimente mitológicos.Es el caso de Séneca, quien
pasó de ser el modelo de filósofo en una de las primeras óperas que conocemos, La
coronazione di Poppea (1642), de Claudio Monteverdi, a un nombre que nada
significa en el Diccionario de prejuicios de Gustave Flaubert
(Ed.Valdemar, 1995, p.226), en cuya entrada Séneca podemos leer:
“Escribía en un pupitre de oro. ¿Era de París?”), pasando por esa falsa leyenda
que nos lo presenta cruzando cartas con San Pablo y como converso al
Cristianismo, como nos ha hecho saber Julio Caro Baroja (Las falsificaciones
de la historia, Círculo de Lectores, Barcelona, 1991, pp. 32 y 168).
Por lo que Racine se refiere, el ácido Gustave Flaubert incluye en su Diccionario
de ideas recibidas (que es el auténtico título del diccionario que
acabamos de mencionar) la entrada Racine: “Bribón” (p. 222). Por suerte
para Racine, otros autores son mucho más benévolos y, por qué no decirlo,
también más justos con los auténticos merecimientos del dramaturgo galo.Y así,
por ejemplo, tenemos los cuatro versos de Boileau en su Epître VII
(1677):
“Jamais Iphigénie, en Áulide
inmolée,
n´a coûté tant de pleurs à la
Grece asamblée;
que dans l´heureux spectacle, à
nos yeux etalé,
en a fait, sous son nom, verser
la Campmêlé”
Por su parte, el novelista y crítico literario E. M. Foster, en su
conocido libro Aspectos de la novela, nos dice lo siguiente: “Sus
personajes – se refiere a los de la novela de Thomas Hardy Tess – se ven
cogidos en una serie de trampas y quedan finalmente atados de pies y manos. Se
concede una importancia incesante al destino y, a pesar de todos los sacrificios
que se hacen en su honor, nunca vemos la acción como un ser vivo, del modo que
sucede en Antígona, Bérénice o El jardín de los cerezos” (E. M.
Foster: Aspectos de la novela,
Debate, Barcelona, 1983. p. 99.
(13) Por poner un
solo ejemplo: en un cuento de Saki titulado La propuesta de paz, incluido
en Crónicas de Clovis (Ed.Valdemar, Madrid, 2000, pp. 151 – 158) una
baronesa de la más alta alcurnia británica pretende interpretar a Clitemnestra,
no porque conozca su historia, sino porque es un nombre bonito. En realidad,
ahí los grandes nombres de los personajes trágicos están irónicamente
mencionados para hacer más patente la mediocridad de toda una clase social. Si
eso pasa con el nombre de Clitemnestra, el de Egisto no corre mucha mejor
suerte: así, por ejemplo, Rousseau lo utiliza para referirse al amante de su señora.
O dicho en otras palabras, si Clitemnestra ya había pasado a ser sinónimo de
mujer cruel y asesina, Egisto había hecho el camino paralelo para significar el
amante de una mujer casada. (Jean – Jacques Rousseau: Confesiones,
Planeta, Barcelona, 1993, Libro Segundo [Clásicos Universales Planeta, 222],
introducción y notas de Carlos Pujol, traducción de Lorenzo Oliveras, pp. 77 y
80.
Existe otra posibilidad: la de indagar en el personaje para realzar
algunos de los aspectos que lo revelan como un ser moderno. Es el camino
elegido por alguien tan sensible al mundo grecolatino y a las mitologías de un
buen número de culturas como fue Marguerite Yourcenar, la autora de esa
espléndida obra que es Memorias de
Adriano. En su libro Fuegos reúne “nueve prosas líricas” en las que
ahonda en una serie de personajes del mundo griego – y la excepción de
María Magdalena – y nos prueba como son
seres de una enorme actualidad. Así, por citar algún ejemplo: Fedra o la
desesperación, Aquiles o la mentira, Fedón o el vértigo, Safo o el suicidio y,
el que nos interesa en esta ocasión, Clitemnestra o el crimen. Por si esto no
fuera ya bastante atractivo, al final de cada una de esas “historias”, la
escritora francesa añade unos pocos comentarios, reflexiones poéticas de lo
sugerido por cada uno de esas figuras del mundo helénico. Marguerite Yourcenar: Fuegos,
Alfaguara, Madrid, 1995, pp. 103 – 111.
(14) Varios de
los personajes de las tragedias de Eurípides se encuentran lejos de su hogar,
sin saber con exactitud qué actitud tomar. Así, por ejemplo, Medea se encuentra
en Corinto, Helena vive en Egipto, Ifigenia e Orestes en Táuride, Electra vive
en un casa de labor, en el campo, Ulises en el viaje de regreso a Ítaca en El
cíclope, Fedra es una mujer cretense que se casa con Teseo, rey de Tesalia,
adonde irán a vivir ambos, Fedra y Teseo van a
Trozén, exiliados, donde Hipólito es educado junto a Piteo, Ifigenia y
Clitemnestra viajan a Áulide, Orestes y Pílades en Táuride, etc.( J. Pallí
Bonet, p. XVIII). Esto recuerda en buena medida a otro importante creador,
cinematográfico eso sí, que también sitúa a sus personajes en lugares o
momentos de sus vida al margen de la rutina diaria, me estoy refiriendo a
Alfred Hitchcock: pensemos en el viaje de la familia Mckenna en El hombre
que sabía demasiado (1957), en el retiro forzosa de Scottie en Vértigo
(1955) o en la situación del grupo de náufragos en la película homónima, entre
otros muchísimos ejemplos posibles.
(15) Existe una
edición moderna llevada a cabo por Rafael Zafra y Esther Borrego, quienes se
ocupan de la edición literaria y cuya edición musical está en manos de Álvaro
Torrente; fue editada por la Fundación Caja Madrid y la Editorial Alpuerto,
dentro de la colección Patrimonio Musical Español, y que fue la base para un
concierto del prestigioso grupo Al ayre español, dirigido por Eduardo López
Banzo y que fue grabado por Radio Clásica y que tuvo la amabilidad de pasarme
el propio Rafael Zafra. En esos autos sacramentales y obras palaciegas de
encargo hay una escenografía espectacular, en la que colaboraban algunos de los
mejores arquitectos traídos a la corte desde Italia y podemos ver varios de los
dibujos que hicieron para esos espectáculos en el documentado libro Calderón
de la Barca y la España del Barroco, Sociedad Estatal Nuevo Milenio,
Madrid, 2000, especialmente las páginas 338 - 345. Claro está, no sólo era
Calderón quien disponía de los mayores arquitectos, como el famoso Cosme Lotti,
a quien llega a recriminarle alguna de sus ideas para el teatro, sino que
pueden verse también dibujos para escenografías realizados por F. de Herrera
para Los celos hacen estrellas,
comedia de J. Vélez de Guevara (1672 – 73). Los dos dibujos se reproducen en el
libro de José María Díez Borque La vida española en el Siglo de Oro según
los extranjeros, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1990, p. 227.
(16) “Hasta Lully
el teatro ocupó la cima de la jerarquía de las artes escénicas. Con el
nacimiento de la tragédie en musique perdió su posición exclusiva. En
las tragedias de Lully se reforzaba un elemento fundamental ligado al auge de
la tramoya: lo maravilloso, que diferenciaba el teatro de Lully del de
Racine”(pág.28) “ Pero aunque Lully
comprendió que le verso alejandrino no era el ideal para el tratamiento musical
(por eso su aparición es excepcional), se inspiró directamente en su
declamación, en particular en el teatro de Racine, en el que la proyección de
texto estaba emparentada con el canto. Los versos musicalizados eran cortos, al
contrario que los del teatro hablado. La melodía del recitativo seguía el ritmo
y la entonación de las palabras. Su adaptación a la música derivaba de la
declamación teatral.”. (Alexander Pham: La música de Lully, Goldberg
(Revista de música antigua), nº 5, otoño de 1998, pp. 30 y 32).
(17) “Tíndaro me
entregó a tu padre por esposa, no buscando mi muerte ni la de los hijos que
fuera yo a tener. Pero tu padre (Clitemnestra está hablando a su hija Electra),
fingiendo una boda de mi hija con Aquiles, se la llevó a muy lejos de palacio,
al puerto de Áulide, y allí la extendió sobre la pira y agostó la tierna
mejilla de Ifigenia”. (Eurípides, Tragedias, II, Ed. Bruguera,
Barcelona, 1982, p.91, edición preparada por José Alsina Clota).
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