IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (6).
9.- IFIGENIA EN LA HISTORIA DEL ARTE.
Como nos informa Carlos García Gual en la introducción a su traducción,
Nevio compuso una Ifigenia, y Lucrecio alude al tema en su De rerum
natura(I 94 y ss.). Y se inspiraron en Eurípides para tratar tragedias con
esta protagonista Rotrou, Leclerc y Coras, aunque la más lograda es, como hemos
podido ver, la compuesta por Racine en 1674. Erasmo de Rótterdam la tradujo al
latín en 1524 y Schiller al alemán en 1790. No mucho después haría lo propio,
aunque esta vez al inglés, el gran poeta romántico Samuel T. Coleridge(63). De
todas formas, para un detallado repaso a la influencia general que Eurípides ha
tenido a lo largo de la historia de la literatura puede verse en la
introducción que a ese apartado le dedica José Alsina Clota en la edición que
ya hemos citado. (64)
Tampoco la historia del arte ha permanecido ajena al personaje de
Ifigenia. Conocemos las referencias al pintor Timante de Sición, que pintó la
escena del “Sacrificio de Ifigenia”, tan imitada luego, hacia el 400 a.C.
Algunos escritores antiguos elogian el acierto de pintar la escena del padre
cubriéndose el rostro, como Cicerón (Or XXII 74), Plinio (H.N.
XXXV 10, 73), Quintiliano (II 13) y Valerio Máximo (IV 8,12). Entre los frescos
de Pompeya podemos apreciar una bellísima pintura que reproduce el sacrificio
de Ifigenia, en ella aparecen todos los elementos que hemos ido citando: unos
soldados cargan con Ifigenia y la llevan al sacrificio mientras su padre oculta
su rostro en el extremo izquierdo de la imagen, todo ello observado por Ártemis
y con una ¿deidad? que trae en una nube la cierva que ocupará el lugar de la
hija de Agamenón. (65) Otro fresco pompeyano se inspira en Ifigenia en
Táuride, y en ella se ve a Orestes, Pílades e Ifigenia. Por cierto que no
son esos los únicos frescos hallados en la ciudad sepultada por el Vesubio que
se inspiran en Eurípides, lo que de nuevo vuelve a ser una prueba fehaciente de
su éxito posterior, dado que conservamos igualmente un episodio de su Andrómaca,
concretamente la muerte de Neoptólemo a manos de Orestes. (il. P. 328).(66)
La escultura no le iba a la zaga a la pintura en cuanto al tratamiento
de temas legendarios, y de ahí que conservemos, al menos que yo haya podido
conocer, dos relieves sobre Ifigenia: el primero de ellos es el denominado
Ifigenia y Orestes, Conservado en el Museo Nacional de Sens. El segundo es el
que se conoce como Ifigenia en Táuride, que puede contemplarse en el
Museo Nacional de Budapest.(67) Posiblemente tampoco sea ajeno al tema que
tratamos el mundo de los frisos, pues, como comenta J.H.Pollit, en el periodo
helenístico surge la práctica de diseccionar “episodios concretos y limitados
de una historia en etapas sucesivas y repetir sus personajes varias veces en un
espacio figurativo continuo, para crear de esta forma una especie de
instantáneas, por así decirlo, cada una de las cuales tiene su propia unidad de
tiempo y espacio, pero que has de ser considerados en conjunto para que su
significado se entienda completamente.[...] El elemento característico de estos
cuencos es su decoración en relieve con escenas que ilustran episodios de la
épica y el teatro griegos. Existen unos sesenta, y la mayoría de ellos, si no
todos, proceden de Beocia. Algo más de la mitad de os que se conservan llevan
escenas de la Ilíada y de la Odisea, y de los Grandes poemas perdidos del
“ciclo épico”. El resto muestra escenas de las obras de los grandes dramaturgos
griegos, Eurípides en la mayoría de los casos.” (68)
En el mundo antiguo podemos contemplar,
así mismo, una urna etrusca que tiene a Ifigenia en la parte superior, a modo
de tapa y en lo que es propiamente la urana de piedra, hay esculpidas
diferentes figuras. También podemos encontrarnos con una hermosa pintura
realizada en un ánfora, en la que puede apreciarse a dos soldados cargando con
Ifigenia –motivo que acabamos de ver hace un momento- aunque se hace un poco
extraño ese detalle desde el punto de vista de la obra de Eurípides, que
también hemos comentado a propósito del fresco pompeyano al que hemos aludido
antes. En cambio no lo es en absoluto desde el punto de vista de Sófocles,
Esquilo y de Eurípides en su Electra, como ya indicamos en otro lugar,
puesto que de esa manera se explica que los soldados la tengan que llevar al
altar del sacrificio, donde efectivamente morirá, y es presumible que no
aceptaría ese destino con la misma entereza con la que lo hace la protagonista
de la tragedia euripídea. Y terminamos el repaso por el mundo antiguo con un
cratera en la que puede apreciarse perfectamente el recurrente tema del
sacrificio de Ifigenia, con el sacerdote – o tal vez Agamenón – la daga en la
mano, presta a caer sobre el cuello de la inocente víctima.
Saliéndonos del mundo antiguo, en concreto en el Renacimiento, el tema
se repetirá con alguna frecuencia, como lo prueba el friso conservado en el
Museo Capodimonte, que al igual que el resto de las representaciones a las que
vamos a aludir, pueden verse en el apartado de Anexos. Pero también en un
número no pequeño de cuadros que nos han llegado, en todas las épocas de la
historia del arte. En general se puede apreciar que suelen centrarse en dos
temas: el del sacrificio, y el
reconocimiento de Ifigenia y Orestes, y ello no puede extrañarnos si
consideramos que eran los momentos cumbres en su dramatismo, repectivamente, en
la Ifigenia en Áulide y en Ifigenia entre los tauros. Todo ello
podemos apreciarlo perfectamente en obras como las de Mercantonio Raimondi o
Antonio Tempesta.
En el Barroco, entre otras muchas, podemos disfrutar de un plato de
hermosos colores en el que , pese al título, Ifigenia no aparece por ninguna
parte y, sin embargo, se han introducido un par de motivo visuales distintos a
los que estábamos acostumbrados: por un lado al fondo de la escena aparece un
barco de guerra, no que no deja de ser consecuente con la imagen que tiene
lugar en primer término, desde el momento que el sacrificio se origina en la
falta de viento que hace que la armada helena no pueda partir de Áulide. Por
otro lado, tras la pira sacrificial hay una especie de poste sobre la que puede
apreciarse una serpiente enroscada. La explicación en este caso ya es más
complicada desde el momento que ese animal podría tener que ver con Apolo, mas
no con Ártemis, que afin de cuentas es la diosa agraviada en toda esta
historia.
Con posterioridad no son pocas las representaciones pictóricas que
representan a Ifigenia, sea a través de los grabados sobre la heroína ilustrando
ediciones de obras de Racine, que aparecen a mediados del siglo XVIII, y que
realmente ya están ofreciéndonos otro tipo de pintura y de gustos, bastante
diferentes a los que podían estar vigentes entre los contemporáneos del propio
Racine. Están más en sintonía esos cuadros con las imágenes que podían verse
como telones de fondo de las óperas que hemos citado antes, producto de esa
especie de “fiebre de Ifigenia” a la que aludíamos páginas atrás, y en las
grandes fiestas cortesanas, donde no podían faltar las representaciones
teatrales, muchas de las cuales, ya lo hemos indicado igualmente, tenían una
impoertnate lectura simbólica, puesto que hacían referencia a hechos
históricos, políticos y sociales del momento en que tienen lugar. Entre las que
he podido localizar se encuentra la que tal vez sea una de las más famosas
representaciones de este motivo: la pintura de Giambattista Tiépolo.
En lo que al tema de
Ifigenia se refiere, es preciso señalar a pie seguido, que en no pocas
ilustraciones del sacrificio de Agamenón a la diosa Ártemis puede contemplarse
los mismos motivos que acabamos de referir para el caso de Abraham e Isaac, lo
que podría señalarse, más que como prueba de la estrecha afinidad entre las dos
historias mítico-legendarias, innegable por otra parte, del evidente parentesco
con el que los pintores reflejan un tema muy similar y que, en último término,
también servía para configurar un imaginario popular y divulgarlo en función de
unos intereses catecumenales, en el caso del sacrificio bíblico, o de un
determiando encargo por parte de algún noble deseoso de aumentar su mayor o
menor pinacoteca, que solían estar compuestas en gran medida, como sabemos por
diversas fuentes, por cuadros con temas mitológicos e históricos, amén de los
consabidos retratos de los miembros de alguna familia importante.
Como indicábamos antes, el tema del encuentro de Orestes e Ifigenia en
Táuride iba a dar su juego, pues no en vano era una posibilidad para los
artistas de demostrar sus facultades a la hora de expresar los sentimientos de
los personajes en una escena intensamente dramática, además de poder hacer un
buen trabajo sobre el cuerpo masculino desnudo, que es como se presenta en la
mayoría de las ocasiones al hijo de Agamenón. Podemos mencionar, dentro del
siglo XVIII dos ejemplos: Ifigenia reconoce a Agamenón y Pílades de
Benjamín West, en lo que supone una cierta novedad, pues generalmente se nos
presenta exclusivamente a los dos hermanos. El otro ejemplo puede ser la Presentación
de Orestes y Pílades ante Ifigenia, de Joseph Strutt.
No deja de ser curioso, por otra parte, el cruce de motivos e historias
en el transcurso de la literatura, terreno proclive de por sí a la mezcla de
temas y personajes. En el caso que nos ocupa en esta ocasión hay que señalar
que tuvo un cierto éxito la historia de Ifigenia y Cimón, que nada tiene que
ver con nuestra joven heroína, sino que procede de una de las novelitas del Decamerón
de Boccaccio. Para ser más exacto, fue desarrollada esa trama por el poeta y
dramaturgo John Dryden y tuvo su eco en el mundo pictórico en, al menos, tres
pintores: Benjamín West (1773), John Everett Millais (1848) y el famoso
prerrafaelista Frederick Leighton (1848). En el tan repetido apartado de anexos
incluimos tanto el cuadro del primero com el del segundo, de esa forma es
posible comparar los resultados artísticos que a partir de un tema común pueden
llegar a tener diferentes artistas. Ese factor de comparación se puede llevar a
cabo, como es lógico, e incluso yo diría que deseable, con varios de los
cuadros que reproducimos en los anexos que el lectro puede hallar al final de
este trabajo.
Aunque quizá uno de los más hermosos testimonios sea la imagen del
pintor ruso Valentin A. Serov, titulada Ifigenia
entre los tauros, en el que puede verse a una joven en cuclillas junto al
mar, con la mirada –imaginamos, puesto que está oculto su rostro al
contemplador- perdida en el horizonte de un mar que le ha supuesto tantas
cosas: la falsa promesa de matrimonio con Aquiles, su padre ofreciéndola en
sacrificio a Ártemis, la ignorancia de sus hermanos y madre, de todas las
pérfidas intenciones de los caudillos argivos, su actual dedicación al templo
de esa misma diosa, con los horrendos sacrificios humanos que tanto odia. No es
extraño que semejante peso de recuerdos se arremolinen en su mente y le hagan
penar y repasar amargamente una vida que no merece la pena..
En un ambiente más esterotipado, con un vestido más ostentoso, pero
también con la mirada puesta en un lugar que nosotros no podemos ver, si bien
en este caso se encuentra de perfil, podemos contemplar a la Ifigenia del
pintor alemán de época clasicista Wilhlem Auberbach. En una buena página de
internet se menciona la existencia de un cartel publicitario o algo parecido
con el motivo de Ifigenia en la Universidad de Chicago, pero lo cierto es
que no funciona la conexión a esa página,
de manera que no tengo idea de su valor artístico.(69) Existe una página de
internet con fotos de la que creo última representación de la obra de Ifigenia,
al menos que haya podido descubrir, y que se tuvo lugar en Francia a finales
del año pasado. Y no conviene olvidar, para demostrar la vigencia actual del
tema que nos viene ocupando en estas páginas, que X. Llabande ha realizado un
cómic a partir de la obra de Eurípides (éditions Cinquième Couche, Bruxelles).
Existe un artículo que estudia ese cómic y que reproduce alguna de sus estupendas
ilustraciones y a él nos remitimos para quien desee ampliar la información
sobre ese particular.(70)
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