IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (7).
11.- Antología de textos sobre Eurípides y Racine.
En
este último apartado quisiera hacer una breve recopilación de la trascendencia
que Eurípides y Racine han tenido en nuestro país, o tal vez mejor fuera decir
de la escasísima trascendencia que para nuestra literatura y demás artes han
supuesto ambos autores. La razón de ello respecto al primero tiene que ver,
como es obvio, del desconocimiento de su obra hasta bien entrado el
Renacimiento, y eso en muchas ocasiones por la influencia de un autor posterior
que mucho debía al gran trágico, Séneca. En el caso del autor galo, la
explicación puede achacarse al hecho de que no eran muchos quienes lo conocían
y menos los que hubieran podido disfrutar de sus tragedias en el siglo XVIII,
aunque hay que reconocer que hay un pequeño grupo de personas que está
traduciendo prácticamente la mayoría de los autores griegos, algunos de los
cuales son traducido por vez primera a nuestra lengua. Ni que decir tiene que, a
lo largo del siglo XIX y del XX los gustos imperantes van a ir por otros
derroteros que poco o nada tiene que ver ni con Eurípides ni con Racine.
Curiosamente, no esperaríamos que alguien buscara relaciones entre el
teatro de Racine y La Celestina, pero, sin embargo, sí lo hace Stephen Gilman,
a pesar de no ser ese el punto central de uno de sus libros sobre La
Celestina: “La distinción entre estos dos términos – “teatro imitativo” y
“teatro exhibicionista”- corresponde a dos formas de componer el diálogo y a
dos realciones antitéticas entre el dramaturgo y su audiotorio. En el “teatro
exhibicionista” el auditorio se incluye y paticipa en el diálogo y la acción.
Pero en el “teatro imitativo” está excluido, y los personajes se portan como si
no existiera. No saben que se les escucha. E caballero de Olmedo y el
Comendador de Fuenteovejuna “salen”a hablar delante de nosostros, pero y para
nosotros, pero Phèdre y Thesée mantienen una íntima confrontación detrás de una
pared imaginaria de cristal. De ahí que – y sin más leve intención de
menospreciar a Lope - en La Celestina como en el treatro de Racine cada
relectura nos descubre nuevas sutilezas de reacción y de caracterización.
Nuestro papel de observador – haste de espía- exige un continuo esfuerzo de
comprensión”.(71)
La suerte
que en nuestro país correrá Eurípides no es muy distinta, ya desde antes del
Renacimiento, a la de ls otros trágicos griegos. “En efecto, en nuestro país se
han perdido la mayoría de las tragedias humanistas. Conservamos La venganza
de Agamenón (traducción de la Electra de Sófocles), y la Hécuba
triste (versión de Hécuba de Eurípides), del humanista Fernán Pérez
de Oliva. Se trata de un ensayo fracasado, como apunta Ruiz Ramón, por su
ineficaz aislamiento, y la falta de un público con fuerza para imponer sus
gustos por este tipo de teatro grave" (Historia, 100).(72) La verdad es
que entra dentro de la lógica que un humanista como Pérez de Oliva, firme
impulsor del uso de las lenguas vernáculas frente al dominio omnipresente del
latín, al igual que Alfonso de Valdés, no sólo hiciera esas imitaciones o
refundiciones de Sófocles y Eurípides (la primera editada en 1528, la segunda
anterior a 1531), sino que igualmente hiciera una versión libre del Anfitrión
de Plauto, por no hablar de un libro imprescindible como es el Diálogo de la
dignidad del hombre – desconozco hasta que punto este diálogo debe algo al
extraordinario diálogo de Pico della Mirandola que tiene el mismo título –
(73).
Pero es que, además, en las escasísimas alusiones que de él podemos
encontrar, hallamos errores de atribución, de modo que se habla de textos o
citas que ni siquiera son de él, como la que aparece en La Diana de
Jorga de Montemayor. “Píntalo (al Amor) desnudo, porque el buen amor ni puede
disimularse con la razón ni encubrirse con la prudencia. Píntanle con alas,
porque velocísimamente entra en el ánima del amante, y cuanto más perfecto es
con tanto mayor velocidad y enajenamiento de sí mismo va a buscar la persona
amada; por lo cual decía Eurípides que el amante vivía en el cuerpo del amado”.
(Nota 222: La idea de que el amante vive en el amado es un conocido tópico de
la literatura amorosa, No hay noticia, sin embargo, de que Eurípides haya
contribuido a su acuñación. La supuesta cita del tragediógrafo también figura
en León Hebreo). (74)
En plena época barroca podemos hallar alguna referencia más a Eurípides,
pero de nuevo nos asalta la sensación de que se trata más de citar un nombre
por lo que representa que por conocerlo verdaderamente en sus obras. Es el caso
de Diego Saavedra Fajardo (1584 – 1648), quien
en su famosa República literaria, a la hora de citar una serie de
escritores importantes griegos y latinos – y, curiosamente, dos españoles: Lope
de Vega y Bartolomé Leonardo de Argensola -, incluye al trágico griego:
“Acompañaban este concierto músico Píndaro, Horacio, Catulo, Petrarca y Bartolomé
Leonardo de Argensola, con liras de cuerdas de oro, acuyo son Eurípides y
Séneca calzados el pie derecho con un coturno vistoso y grave, y Plauto,
Terencio y Lope de Vega, con zuecos, danzaban maravillosamente, dejando con sus
acciones purgados los afectos y pasiones del ánimo” (75).
Barroco es también otro título en el que aparece mencionado Eurípides de
los que hemos podido rastrear. En efecto, las Tablas poéticas de
Francisco Cascales se publican por vez primera en 1634 y en ellas hay un
intento de describir cómo debe ser la literatura, para lo cual se sirve de una
serie de diáologos, artificio con bastante abolengo en nuestra historia
literaria, como por ejemplo el Diálogo de la lengua (en torno a 1535-36)
del excelente humanista Alfonso de Valdés. En concreto, el dramaturgo heleno
aparece siempre relacionado con alguna cita de Aristóteles – de la Poética,
como no podía ser de otro modo - , pero las citas del filósofo griego están
hechas en latín, por lo que cabe pensar que, primeramente, Cascales no maneja
el original griego – es posible que incluso tampoco supiera esa lengua, algo
muy corriente en esos momentos -, y, en segundo lugar, que no conozca la obra
de Eurípides directamente, sino que únicamente suponga un nombre que cita la
autoridad que desde mucho tiempo atrás ya era Aristóteles.(76)
Ya en el siglo XVIII, encontramos una breve referencia a Eurípides en un
texto de García Sarmiento, aunque aquí nos queda la duda de si conoce al
escritor heleno por sus obras o si su cita de un verso de Orestes está tomada de una fuente intermedia (77). El editor,
Francisco Sánchez Blanco, dice en la nota 18 a propósito de la cita de
Eurípides señala: “En Alceste, 888, Eurípides dice que el que prescinde
de mujer e hijos se ahorra muchas preocupaciones. Pero Sarmiento sigue muy de
cerca en este escrito La filosofía vulgar de Juan de Mal Lara (Herando
Días, Sevilla, 1568) y allí se encuentra la setencia “a toda ley hijos y mujer”
referida al trágico griego”). Es posible, pues, que sea la segunda posibilidad
la más verdadera, y elloa a pesar de que hay que considerar que en ese siglo se
traducen directamente del grigo muchas obras por vez primera al español, entre
las cuales no sería de extrañar que se encontrara Eurípides.(78)
Otro autor notable del XVIII que cita a Eurípides es José Cadalso,
quien, en esa especie de opúsculo humorístico que es Los eruditos a la
violeta, trata de esas personas que se hacen pasar por cultas no siéndolo.
Para ello, como era de esperar, “Decid que él (Boileau) sembró la buena semilla
de la verdadera poesía, cultivada por Racine y Corneille (...) De los
dramáticos griegos y latinos, decid que, aunque son los modelos, no gustarían
hoy sus dramas, por aquel aparato de la antigua representación, con
mascarillas, acompañamiento de flautas, etc. No obstante, citad a Eurípides,
Sófocles, Séneca, Terencio y Plauto, y una pieza de cada uno”. Y volverá a
mencionar a Racine en otros dos pasajes de esa misma obra: “ De la escena sacamos
nuestra erudición, y Calderón, Moreto, Lope, Metastasio, Corneille, Racine,
Crebillon, Maeffei y Goldoni forman nuestras bibliotecas” y “ Los pedazos de
Corneille, Racine, Boileau y otros franceses que vmd, cita, debieran estar
extractados y traducidos en buen lenguaje español, cual se habla en Burgos,
Zamora, Valladolid y otras ciudades de Castilla la Vieja, del mismo modo y por
la propia razón que arriba dije” (79).
De ese mismo siglo es también la cita de uno de los más ilustres autores
de esa centuria, Gaspar Melchor de Jovellanos, quien había dicho, comentando su
Pelayo,: “Así también con abundoso llanto / honró algún día el delicado
griego / los trabajos de Aquiles, que de infamia / libró a su patria en Troya;
así un tiempo / sintió el fuerte romano de sus héroes / los ilustres afanes,
cuando al pueblo / de Atenas y de Roma en sus teatros / los ofrecía el
peregrino ingenio / de Eurípides y Séneca...”(80). El mismo Jovellanos dirá en
su interesante Oración sobre la necesidad de unir el estuido de la
literatura al de las ciencias (1797) lo siguiente: “¿Queréis ser grandes
poetas?. Observad, como Homero, a los hombres en los importantes trances de la
vida pública y privada, o estudiad, como Eurípides, el corazón humano en el
tumulto y fluctuación de las pasiones, o contemplad, como Teócrito y Virgilio,
las deliciosas situaciones de la vida rústica”.Y en su muy notable Memoria
sobre educación pública (1802) afirma: “En ellos (los tipos primitivos de
todas la bellezas físicas y sentimentales) se formaron Homero y Eurípides, en
ellos se perfeccionaron Horacio y Virgilio, y Milton y Pope, y Boileau y
Racine, y en ellos también Meléndez Valdés y Moratín, Cienfuegos y Quintana,
que podemos citar sin vergüenza al lado de aquellos modelos”(81)
Como hemos dejado apuntado, en 1924 publica Alfonso Reyes su Ifigenia
cruel, pero también la venezola Teresa de la Parra hace lo propio con una
novela que lleva por título el nombre de nuestra heroína. En realidad, el título
original era otro, pero un amigo la persuadió de cambiarlo por el que ahora
conocemos. En este caso, la protagonista de la novela es una mujer moderna que
se enfrenta a un mundo donde predomina en todos los ámbitos la opinión y las
decisiones masculinas, frente a lo que ella se va a rebelar. Unamuno tuvo
elogios para la novela y, bastantes años después, incluso, conocerá una
adaptación cinematográfica a cargo de un director de cine venezolano, pero lo
cierto es que poco tiene ya que ver con el original de Eurípides.(83). Tampoco
el mundo cinematográfico permaneció ajeno a la obra de Eurípides, como lo
prueba la versión que en 1977 dirigió el director heleno Michael Kokayanis, con
Irene Papas en uno de los papeles estelares.
En el caso de Racine, no cabe duda que su éxito ya en vida fue enorme,
pero no es menos cierto que las envidias y malquerencias de un grupo de
enemigos, que ya hemos comentado antes, estrenaron una Ifigenia y una Fedra
poco después que él, le impidieron disfrutar de ese respaldo popular. Dos
tragedias estrenaría antes de su definitivo silencio para el mundo de Talía: Ester
y Atalía. Ese silencio puede proceder, aupuntado queda también, de su
oficio de historiador real, pero no es descartable una cierta amargura ante las
continuas querellas y enfrentamientos de los dramaturgos rivales. De ahí que a
los cuarenta y pocos años decidiera dejar su carrera dramática. Si tenemos en
cuenta que en ese periodo de la historia Francia es una de las mayores
potencias y que su cultura se irradiaba por todo el mundo, de nada tiene de
sorprendente que por toda Europa se representasen las obras de Racine, con más
que notable aplauso por parte de los espectadores. Lo cual no quiere decir,
clao está, que siempre se diera ese entusiamo en el público, como nos lo pone
de manifiesto las palabras de Adolfo Salazar, a propósito de un viaje de
Schlegel, quien “En 1812 vuelve a acompañar en otro viaje, aún más largo, a
Madame de Staël: esta vez a Rusia, donde Ana escucha a los rusos cómo silban a
Racine” (84)
No obstante, las obras de Racine pervivieron en el tiempo, al contrario
que la de sus rivales, olvidadas a los pocos meses de su estreno. La generación
posterior, la de los enciclopedistas, siente un cierto aprecio por ese teatro,
como nos lo confirma El sobrino de Rameau de Diderot (85) o algún pasaje
de las Confesiones de Rousseau (86). Ello no quiere decir que no tenga
detractores y que, como era de esperar, sufriera algún que otro momento de
oscuridad. Pero lo cierto es que su prestigio y la valoración que de sus obras
hicieron generaciones posteriores no decrecieron, y así lo prueba las palabras
de Marivaux o las opiniones de alguien tan particular en sus gustos como es el
escritor André Gide.
12.- CONSIDERACIONES FINALES.
Es evidente que, pese a las muchas páginas que ya llevamos hablando de
las dos tragedias de Eurípides y de Racine, habría muchos temas que abordar que
pienso son de bastante interés. Uno de ellos podría ser la importancia que en
el teatro y en las representaciones de las obras de Racine pudo tener el uso de
la fisiognómica, puesto que en los años de la mayoría de sus estrenos “hay un
vasto proyecto de racionalización que entró en funcionamiento con la monarquía
de Luis XIV”, lo que nos lleva, de un lado al extraordinario libro de
ilustraciones de Charles Le Brun Traité des passions et abregé sur la
physionomie (editado en 1680 a partir de una conferencia que tuvo lugar el
17 de abril de 1668 en la Academia de Pintura, creada por el propio Le Brun en
1648), “uno de los escasos ejemplos de racionalización sistemática de un
tratado filosófico a la pintura”. Pero, de otro lado, nos conduce a la
generalización de ese proceso de racionalización no sólo a la pintura, sino
también “a la racionalización de los ejércitos, la construcción de Versalles o
el complicadísimo y riguroso protocolo de los gentileshombres de la Corte”
(87).
Y
otro ejemplo, y no vamos a poner más para no alargar ya este trabajo a unos
extremos intolerables, es el la influencia que otras artes tienen en el teatro,
concretamente estoy pensando en aquellos jardines, parterres y estanques que
iban a ser la envidia de Europa en Versailles, entre otros lugares. Pero es que
esa influencia es de doble sentido, porque en la proyección de jardines que se
realizarán por esas fechas puede verse la influencia que ejerce el teatro o la
ópera – que para lo que nos interesa, viene a ser lo mismo –. Pondré una sola
muestra: en la Colección Edmond de Rothschild del Museo del Louvre (se trata de
una colección de grabados, para ser preciso) hay un Proyecto alternativo
para la arquitectura de un jardín, pues bien: “Signe d´appartenance à la
mode baroque, la présentation de cette pièce de fantaisie prend, de surcrôit, la
forme d´un theatre”(88). En otras palabras, los arquitectos diseñaban jardines
para la escena y ésta se convertía en modelo para aquellos.
Reconozco que da bastante envidia que en otros países obras como estas
Ifigenias sean representadas, tanto en su originariamente forma teatral como en
su versión operística, por no hablar de las adaptaciones a otros géneros como
el ballet, el cine, los musicales contemporáneos, e incluso el cómic, en tanto
aquí no se vislumbra ni mucho menos nada parecido. Como mucho nos llega este
verano una representación de la Ifigenia en Áulide de Gluck, con Plácido
Domingo supongo que en el papel de Agamenón, según él mismo anunciaba hace unos
meses en una entrevista periodística. Nos queda el consuelo, tal vez, de poder
escuchar y disfrutar la grabación de la ópera de Martín y Soler, de reciente
aparición, según comentábamos páginas atrás. Pero ni parece que vayamos a tener
ni “rave fables”, ni representaciones teatrales, ni mucho menos cómics
inspirados en la joven princesa griega, ni siquiera alguna versión en títeres,
algo que sin lugar a dudas creo que daría un excelente resultado. Menos mal
que, como consuelo, podemos leer la última obra de Ismael Kadaré, una
agrupación de dos novelas cortas, la primera de las cuales ya nos pone sobre la
pista de tratar del tema que nos interesa: La hija de Agamenón (89).
De todas formas, creo que no deja de ser notable el acercamiento que
algunos autores han hecho al mundo euripídeo, en la que supone una palpable
prueba de su modernidad. Bastaría con pensar en el mundo cinematográfico para
recordar, aparte de las dos versiones que de la Ifigenia se han filmado, las
dos adaptaciones de otra de las obras fundamentales del clásico griego: me
estoy referiendo a la Medea que rodó en 1963 el italiano Pier Paolo
Pasolini, que además llevaría a la pantalla nada menos que el Edipo rey
de Sófocles. Y cómo obviar el hecho de que uno de los más grandes directores de
la historia del cine, Carl Theodor Dreyer, escribiera un guión, en colaboración
con Preben Thomsen, sobre la tragedia de Eurípides que pocos años antes había
rodado Pasolini. Bien es verdad que, como se especifica en la presentación de
ese guión, no está basado directamente en el trágico ateniense, sino más bien
inspirado en él. Lástima que, al igual que le ocurrió con su guión sobre
Jesucristo, Dreyer nunca pudo llegar a rodarlo. Y no deja de ser curioso que
tanto Dreyer como Pasolini se interesaran y llegaran a trabajar en la Orestíada
(90). Y sin salirnos del cine, me parece justo hacer referencia a otro de los
nombres imprescindibles del cine, que además ha tratado como pocos los temas
del sacrificio, del amor, de la injusticia y tantos otros: Kenji Mizoguchi.
Películas como El intendente Sansho, Cuentos de la luna pálida de agosto
o Historia del último crisantemo, entre otras muchas bastarían para
probarlo.
Mucho se ha hablado de los herederos de Eurípides en el teatro, y parece
haber cierta unanimidad en atribuirle a Henrik Ibsen el testigo del
tragediógrafo. No seré yo quien discuta la valía del teatro de Ibsen, un nombre
capital en el desarrollo teatral decimonónico, y autor de obras extraordinarias
como Casa de muñecas, El pato salvaje o Un enemigo del pueblo. Pero
también me parecen innegables las relaciones con August Strindberg, el
atormentado dramaturgo noruego, alguno de cuyos personajes rozan la locura y se
enfrentan a las normas sociales de modo no tan distinto al de algunas heroínas
euripídeas. Pero, ¿ese mundo absurdo y doloroso, incapaz de piedad, del que
parece haber desaparecido los dioses y la justicia, y del que difícilmente se
salva algún personaje como no sea un reducido grupo de jóvenes, no está cercano
al mundo que retrata y critica el maravilloso Antón Chejov?. Y si de tragedia
contemporánea hablamos, entiendo que no podemos dejar de poner en relación a
Eurípides con Eugene O´Neill, con Arthur Miller, con García Lorca, con Antonio
Buero Vallejo, con Jean Giradaux y otros muchos nombres. Dentro de la
literatura, aparte del teatro, tal vez podría ponerse en relación a Eurípides
con algunos de los personajes de las tan escasas como sobrecogedoras novelas de
Ernesto Sábato, o con los de las excelentes novelas del narrador italiano
Gesualdo Bufalino.
Tal vez sea este el momento, para
terminar este acaso excesivamente extenso trabajo, de detenernos en esa
actualidad de la que hablábamos antes de estos dos dramaturgos. O de su
inactualidad, si en nuestro país nos centramos. Incluso podríamos hasta
discutir la mayor o menor modernidad del teatro griego o del teatro clásico
francés, pero eso nos llevaría demasiado lejos de nuestro objetivo y, a poco
rigurosos que fuéramos, nos plantaríamos en un trabajo tan extenso como éste.
De todas formas, ya dejó dicha su opinión sobre la tragedia griega de modo
inmejorable Cavafis hace más de un siglo, y honestamente creo que su opinión no
ha perdido nada de vigencia (91). Desde luego en el ámbito académico,
entendiendo como tal tanto el capítulo de ediciones y traducciones de estos
clásicos, el panorama es relativamente alentador, especialmente si pensamos en
los clásicos grecorromanos, que suelen aparecer en los festivales
especializados como los de Segóbriga, Sagunto o Tarragona, entre otros.
Sin embargo, no podemos decir lo mismo
si nos centramos en las representaciones por parte de compañías profesionales o
semiprofesionales, puesto que aquí la visión con la que nos encontramos ya es
bastante gris, por no decir directamente muy negra. Y esto es válido tanto para
los clásicos grecolatinos como para el teatro clásico francés. En todo caso, lo
que parece claro es que si todo eso se llevara a cabo en España estoy seguro
que hay un público potencial que disfrutaría con ello, siempre y cuando se
lleve a cabo con la suficiente dignidad, respeto e incluso transgresión,
mientras se mantenga intacta la esencia de esos mitos. ¿Y quién tendría que
ocuparse de hacer esa tarea de interesar a los posibles espectadores. Acaso
sería mejor para llegar a los posibles espectadores el llevar esas historias al
cine y a la televisión que al teatro, sin desdeñar esta posibilidad, claro
está, desde el momento que esos son los espacios más corrientes en la
reinterpretación de mitos y leyendas en nuestro mundo actual. En todo caso, esa
pregunta ya no tiene una fácil respuesta, si bien es verdad que no sería
descabellado responder que, entre otros, podríamos empezar nosotros mismos, los
encargados de educar a los adolescentes para que puedan apreciar el valor literario,
la hondura psicológica y hasta los problemas éticos y morales y de convivencia
que se plantean en esas obras. A la vez habría que referirse a la labor de las
compañías teatrales, con el suficiente arrojo para apostar por ese tipo de
teatro. Tales objetivos no son precisamente fáciles, pero ¿qué cosa en la vida que
merezca la pena lo es?
No hay comentarios:
Publicar un comentario