jueves, 11 de abril de 2013

IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (7).
 
11.-  Antología de textos sobre Eurípides y Racine.
                  En este último apartado quisiera hacer una breve recopilación de la trascendencia que Eurípides y Racine han tenido en nuestro país, o tal vez mejor fuera decir de la escasísima trascendencia que para nuestra literatura y demás artes han supuesto ambos autores. La razón de ello respecto al primero tiene que ver, como es obvio, del desconocimiento de su obra hasta bien entrado el Renacimiento, y eso en muchas ocasiones por la influencia de un autor posterior que mucho debía al gran trágico, Séneca. En el caso del autor galo, la explicación puede achacarse al hecho de que no eran muchos quienes lo conocían y menos los que hubieran podido disfrutar de sus tragedias en el siglo XVIII, aunque hay que reconocer que hay un pequeño grupo de personas que está traduciendo prácticamente la mayoría de los autores griegos, algunos de los cuales son traducido por vez primera a nuestra lengua. Ni que decir tiene que, a lo largo del siglo XIX y del XX los gustos imperantes van a ir por otros derroteros que poco o nada tiene que ver ni con Eurípides ni con Racine.

           Curiosamente, no esperaríamos que alguien buscara relaciones entre el teatro de Racine y La Celestina, pero, sin embargo, sí lo hace Stephen Gilman, a pesar de no ser ese el punto central de uno de sus libros sobre La Celestina: “La distinción entre estos dos términos – “teatro imitativo” y “teatro exhibicionista”- corresponde a dos formas de componer el diálogo y a dos realciones antitéticas entre el dramaturgo y su audiotorio. En el “teatro exhibicionista” el auditorio se incluye y paticipa en el diálogo y la acción. Pero en el “teatro imitativo” está excluido, y los personajes se portan como si no existiera. No saben que se les escucha. E caballero de Olmedo y el Comendador de Fuenteovejuna “salen”a hablar delante de nosostros, pero y para nosotros, pero Phèdre y Thesée mantienen una íntima confrontación detrás de una pared imaginaria de cristal. De ahí que – y sin más leve intención de menospreciar a Lope - en La Celestina como en el treatro de Racine cada relectura nos descubre nuevas sutilezas de reacción y de caracterización. Nuestro papel de observador – haste de espía- exige un continuo esfuerzo de comprensión”.(71)
 
              La suerte que en nuestro país correrá Eurípides no es muy distinta, ya desde antes del Renacimiento, a la de ls otros trágicos griegos. “En efecto, en nuestro país se han perdido la mayoría de las tragedias humanistas. Conservamos La venganza de Agamenón (traducción de la Electra de Sófocles), y la Hécuba triste (versión de Hécuba de Eurípides), del humanista Fernán Pérez de Oliva. Se trata de un ensayo fracasado, como apunta Ruiz Ramón, por su ineficaz aislamiento, y la falta de un público con fuerza para imponer sus gustos por este tipo de teatro grave" (Historia, 100).(72) La verdad es que entra dentro de la lógica que un humanista como Pérez de Oliva, firme impulsor del uso de las lenguas vernáculas frente al dominio omnipresente del latín, al igual que Alfonso de Valdés, no sólo hiciera esas imitaciones o refundiciones de Sófocles y Eurípides (la primera editada en 1528, la segunda anterior a 1531), sino que igualmente hiciera una versión libre del Anfitrión de Plauto, por no hablar de un libro imprescindible como es el Diálogo de la dignidad del hombre – desconozco hasta que punto este diálogo debe algo al extraordinario diálogo de Pico della Mirandola que tiene el mismo título – (73).
                   Pero es que, además, en las escasísimas alusiones que de él podemos encontrar, hallamos errores de atribución, de modo que se habla de textos o citas que ni siquiera son de él, como la que aparece en La Diana de Jorga de Montemayor. “Píntalo (al Amor) desnudo, porque el buen amor ni puede disimularse con la razón ni encubrirse con la prudencia. Píntanle con alas, porque velocísimamente entra en el ánima del amante, y cuanto más perfecto es con tanto mayor velocidad y enajenamiento de sí mismo va a buscar la persona amada; por lo cual decía Eurípides que el amante vivía en el cuerpo del amado”. (Nota 222: La idea de que el amante vive en el amado es un conocido tópico de la literatura amorosa, No hay noticia, sin embargo, de que Eurípides haya contribuido a su acuñación. La supuesta cita del tragediógrafo también figura en León Hebreo). (74)
                   En plena época barroca podemos hallar alguna referencia más a Eurípides, pero de nuevo nos asalta la sensación de que se trata más de citar un nombre por lo que representa que por conocerlo verdaderamente en sus obras. Es el caso de Diego Saavedra Fajardo (1584 – 1648), quien  en su famosa República literaria, a la hora de citar una serie de escritores importantes griegos y latinos – y, curiosamente, dos españoles: Lope de Vega y Bartolomé Leonardo de Argensola -, incluye al trágico griego: “Acompañaban este concierto músico Píndaro, Horacio, Catulo, Petrarca y Bartolomé Leonardo de Argensola, con liras de cuerdas de oro, acuyo son Eurípides y Séneca calzados el pie derecho con un coturno vistoso y grave, y Plauto, Terencio y Lope de Vega, con zuecos, danzaban maravillosamente, dejando con sus acciones purgados los afectos y pasiones del ánimo” (75).
 
                   Barroco es también otro título en el que aparece mencionado Eurípides de los que hemos podido rastrear. En efecto, las Tablas poéticas de Francisco Cascales se publican por vez primera en 1634 y en ellas hay un intento de describir cómo debe ser la literatura, para lo cual se sirve de una serie de diáologos, artificio con bastante abolengo en nuestra historia literaria, como por ejemplo el Diálogo de la lengua (en torno a 1535-36) del excelente humanista Alfonso de Valdés. En concreto, el dramaturgo heleno aparece siempre relacionado con alguna cita de Aristóteles – de la Poética, como no podía ser de otro modo - , pero las citas del filósofo griego están hechas en latín, por lo que cabe pensar que, primeramente, Cascales no maneja el original griego – es posible que incluso tampoco supiera esa lengua, algo muy corriente en esos momentos -, y, en segundo lugar, que no conozca la obra de Eurípides directamente, sino que únicamente suponga un nombre que cita la autoridad que desde mucho tiempo atrás ya era Aristóteles.(76)

                   Ya en el siglo XVIII, encontramos una breve referencia a Eurípides en un texto de García Sarmiento, aunque aquí nos queda la duda de si conoce al escritor heleno por sus obras o si su cita de un verso de Orestes está tomada de una fuente intermedia (77). El editor, Francisco Sánchez Blanco, dice en la nota 18 a propósito de la cita de Eurípides señala: “En Alceste, 888, Eurípides dice que el que prescinde de mujer e hijos se ahorra muchas preocupaciones. Pero Sarmiento sigue muy de cerca en este escrito La filosofía vulgar de Juan de Mal Lara (Herando Días, Sevilla, 1568) y allí se encuentra la setencia “a toda ley hijos y mujer” referida al trágico griego”). Es posible, pues, que sea la segunda posibilidad la más verdadera, y elloa a pesar de que hay que considerar que en ese siglo se traducen directamente del grigo muchas obras por vez primera al español, entre las cuales no sería de extrañar que se encontrara Eurípides.(78)
                   Otro autor notable del XVIII que cita a Eurípides es José Cadalso, quien, en esa especie de opúsculo humorístico que es Los eruditos a la violeta, trata de esas personas que se hacen pasar por cultas no siéndolo. Para ello, como era de esperar, “Decid que él (Boileau) sembró la buena semilla de la verdadera poesía, cultivada por Racine y Corneille (...) De los dramáticos griegos y latinos, decid que, aunque son los modelos, no gustarían hoy sus dramas, por aquel aparato de la antigua representación, con mascarillas, acompañamiento de flautas, etc. No obstante, citad a Eurípides, Sófocles, Séneca, Terencio y Plauto, y una pieza de cada uno”. Y volverá a mencionar a Racine en otros dos pasajes de esa misma obra: “ De la escena sacamos nuestra erudición, y Calderón, Moreto, Lope, Metastasio, Corneille, Racine, Crebillon, Maeffei y Goldoni forman nuestras bibliotecas” y “ Los pedazos de Corneille, Racine, Boileau y otros franceses que vmd, cita, debieran estar extractados y traducidos en buen lenguaje español, cual se habla en Burgos, Zamora, Valladolid y otras ciudades de Castilla la Vieja, del mismo modo y por la propia razón que arriba dije” (79).     

                   De ese mismo siglo es también la cita de uno de los más ilustres autores de esa centuria, Gaspar Melchor de Jovellanos, quien había dicho, comentando su Pelayo,: “Así también con abundoso llanto / honró algún día el delicado griego / los trabajos de Aquiles, que de infamia / libró a su patria en Troya; así un tiempo / sintió el fuerte romano de sus héroes / los ilustres afanes, cuando al pueblo / de Atenas y de Roma en sus teatros / los ofrecía el peregrino ingenio / de Eurípides y Séneca...”(80). El mismo Jovellanos dirá en su interesante Oración sobre la necesidad de unir el estuido de la literatura al de las ciencias (1797) lo siguiente: “¿Queréis ser grandes poetas?. Observad, como Homero, a los hombres en los importantes trances de la vida pública y privada, o estudiad, como Eurípides, el corazón humano en el tumulto y fluctuación de las pasiones, o contemplad, como Teócrito y Virgilio, las deliciosas situaciones de la vida rústica”.Y en su muy notable Memoria sobre educación pública (1802) afirma: “En ellos (los tipos primitivos de todas la bellezas físicas y sentimentales) se formaron Homero y Eurípides, en ellos se perfeccionaron Horacio y Virgilio, y Milton y Pope, y Boileau y Racine, y en ellos también Meléndez Valdés y Moratín, Cienfuegos y Quintana, que podemos citar sin vergüenza al lado de aquellos modelos”(81)
                   Como hemos dejado apuntado, en 1924 publica Alfonso Reyes su Ifigenia cruel, pero también la venezola Teresa de la Parra hace lo propio con una novela que lleva por título el nombre de nuestra heroína. En realidad, el título original era otro, pero un amigo la persuadió de cambiarlo por el que ahora conocemos. En este caso, la protagonista de la novela es una mujer moderna que se enfrenta a un mundo donde predomina en todos los ámbitos la opinión y las decisiones masculinas, frente a lo que ella se va a rebelar. Unamuno tuvo elogios para la novela y, bastantes años después, incluso, conocerá una adaptación cinematográfica a cargo de un director de cine venezolano, pero lo cierto es que poco tiene ya que ver con el original de Eurípides.(83). Tampoco el mundo cinematográfico permaneció ajeno a la obra de Eurípides, como lo prueba la versión que en 1977 dirigió el director heleno Michael Kokayanis, con Irene Papas en uno de los papeles estelares.
                   En el caso de Racine, no cabe duda que su éxito ya en vida fue enorme, pero no es menos cierto que las envidias y malquerencias de un grupo de enemigos, que ya hemos comentado antes, estrenaron una Ifigenia y una Fedra poco después que él, le impidieron disfrutar de ese respaldo popular. Dos tragedias estrenaría antes de su definitivo silencio para el mundo de Talía: Ester y Atalía. Ese silencio puede proceder, aupuntado queda también, de su oficio de historiador real, pero no es descartable una cierta amargura ante las continuas querellas y enfrentamientos de los dramaturgos rivales. De ahí que a los cuarenta y pocos años decidiera dejar su carrera dramática. Si tenemos en cuenta que en ese periodo de la historia Francia es una de las mayores potencias y que su cultura se irradiaba por todo el mundo, de nada tiene de sorprendente que por toda Europa se representasen las obras de Racine, con más que notable aplauso por parte de los espectadores. Lo cual no quiere decir, clao está, que siempre se diera ese entusiamo en el público, como nos lo pone de manifiesto las palabras de Adolfo Salazar, a propósito de un viaje de Schlegel, quien “En 1812 vuelve a acompañar en otro viaje, aún más largo, a Madame de Staël: esta vez a Rusia, donde Ana escucha a los rusos cómo silban a Racine” (84)
                   No obstante, las obras de Racine pervivieron en el tiempo, al contrario que la de sus rivales, olvidadas a los pocos meses de su estreno. La generación posterior, la de los enciclopedistas, siente un cierto aprecio por ese teatro, como nos lo confirma El sobrino de Rameau de Diderot (85) o algún pasaje de las Confesiones de Rousseau (86). Ello no quiere decir que no tenga detractores y que, como era de esperar, sufriera algún que otro momento de oscuridad. Pero lo cierto es que su prestigio y la valoración que de sus obras hicieron generaciones posteriores no decrecieron, y así lo prueba las palabras de Marivaux o las opiniones de alguien tan particular en sus gustos como es el escritor André Gide. 
12.-  CONSIDERACIONES FINALES.
                   Es evidente que, pese a las muchas páginas que ya llevamos hablando de las dos tragedias de Eurípides y de Racine, habría muchos temas que abordar que pienso son de bastante interés. Uno de ellos podría ser la importancia que en el teatro y en las representaciones de las obras de Racine pudo tener el uso de la fisiognómica, puesto que en los años de la mayoría de sus estrenos “hay un vasto proyecto de racionalización que entró en funcionamiento con la monarquía de Luis XIV”, lo que nos lleva, de un lado al extraordinario libro de ilustraciones de Charles Le Brun Traité des passions et abregé sur la physionomie (editado en 1680 a partir de una conferencia que tuvo lugar el 17 de abril de 1668 en la Academia de Pintura, creada por el propio Le Brun en 1648), “uno de los escasos ejemplos de racionalización sistemática de un tratado filosófico a la pintura”. Pero, de otro lado, nos conduce a la generalización de ese proceso de racionalización no sólo a la pintura, sino también “a la racionalización de los ejércitos, la construcción de Versalles o el complicadísimo y riguroso protocolo de los gentileshombres de la Corte” (87). 
                   Y otro ejemplo, y no vamos a poner más para no alargar ya este trabajo a unos extremos intolerables, es el la influencia que otras artes tienen en el teatro, concretamente estoy pensando en aquellos jardines, parterres y estanques que iban a ser la envidia de Europa en Versailles, entre otros lugares. Pero es que esa influencia es de doble sentido, porque en la proyección de jardines que se realizarán por esas fechas puede verse la influencia que ejerce el teatro o la ópera – que para lo que nos interesa, viene a ser lo mismo –. Pondré una sola muestra: en la Colección Edmond de Rothschild del Museo del Louvre (se trata de una colección de grabados, para ser preciso) hay un Proyecto alternativo para la arquitectura de un jardín, pues bien: “Signe d´appartenance à la mode baroque, la présentation de cette pièce de fantaisie prend, de surcrôit, la forme d´un theatre”(88). En otras palabras, los arquitectos diseñaban jardines para la escena y ésta se convertía en modelo para aquellos.
 
                   Reconozco que da bastante envidia que en otros países obras como estas Ifigenias sean representadas, tanto en su originariamente forma teatral como en su versión operística, por no hablar de las adaptaciones a otros géneros como el ballet, el cine, los musicales contemporáneos, e incluso el cómic, en tanto aquí no se vislumbra ni mucho menos nada parecido. Como mucho nos llega este verano una representación de la Ifigenia en Áulide de Gluck, con Plácido Domingo supongo que en el papel de Agamenón, según él mismo anunciaba hace unos meses en una entrevista periodística. Nos queda el consuelo, tal vez, de poder escuchar y disfrutar la grabación de la ópera de Martín y Soler, de reciente aparición, según comentábamos páginas atrás. Pero ni parece que vayamos a tener ni “rave fables”, ni representaciones teatrales, ni mucho menos cómics inspirados en la joven princesa griega, ni siquiera alguna versión en títeres, algo que sin lugar a dudas creo que daría un excelente resultado. Menos mal que, como consuelo, podemos leer la última obra de Ismael Kadaré, una agrupación de dos novelas cortas, la primera de las cuales ya nos pone sobre la pista de tratar del tema que nos interesa: La hija de Agamenón (89).

                   De todas formas, creo que no deja de ser notable el acercamiento que algunos autores han hecho al mundo euripídeo, en la que supone una palpable prueba de su modernidad. Bastaría con pensar en el mundo cinematográfico para recordar, aparte de las dos versiones que de la Ifigenia se han filmado, las dos adaptaciones de otra de las obras fundamentales del clásico griego: me estoy referiendo a la Medea que rodó en 1963 el italiano Pier Paolo Pasolini, que además llevaría a la pantalla nada menos que el Edipo rey de Sófocles. Y cómo obviar el hecho de que uno de los más grandes directores de la historia del cine, Carl Theodor Dreyer, escribiera un guión, en colaboración con Preben Thomsen, sobre la tragedia de Eurípides que pocos años antes había rodado Pasolini. Bien es verdad que, como se especifica en la presentación de ese guión, no está basado directamente en el trágico ateniense, sino más bien inspirado en él. Lástima que, al igual que le ocurrió con su guión sobre Jesucristo, Dreyer nunca pudo llegar a rodarlo. Y no deja de ser curioso que tanto Dreyer como Pasolini se interesaran y llegaran a trabajar en la Orestíada (90). Y sin salirnos del cine, me parece justo hacer referencia a otro de los nombres imprescindibles del cine, que además ha tratado como pocos los temas del sacrificio, del amor, de la injusticia y tantos otros: Kenji Mizoguchi. Películas como El intendente Sansho, Cuentos de la luna pálida de agosto o Historia del último crisantemo, entre otras muchas bastarían para probarlo.
                   Mucho se ha hablado de los herederos de Eurípides en el teatro, y parece haber cierta unanimidad en atribuirle a Henrik Ibsen el testigo del tragediógrafo. No seré yo quien discuta la valía del teatro de Ibsen, un nombre capital en el desarrollo teatral decimonónico, y autor de obras extraordinarias como Casa de muñecas, El pato salvaje o Un enemigo del pueblo. Pero también me parecen innegables las relaciones con August Strindberg, el atormentado dramaturgo noruego, alguno de cuyos personajes rozan la locura y se enfrentan a las normas sociales de modo no tan distinto al de algunas heroínas euripídeas. Pero, ¿ese mundo absurdo y doloroso, incapaz de piedad, del que parece haber desaparecido los dioses y la justicia, y del que difícilmente se salva algún personaje como no sea un reducido grupo de jóvenes, no está cercano al mundo que retrata y critica el maravilloso Antón Chejov?. Y si de tragedia contemporánea hablamos, entiendo que no podemos dejar de poner en relación a Eurípides con Eugene O´Neill, con Arthur Miller, con García Lorca, con Antonio Buero Vallejo, con Jean Giradaux y otros muchos nombres. Dentro de la literatura, aparte del teatro, tal vez podría ponerse en relación a Eurípides con algunos de los personajes de las tan escasas como sobrecogedoras novelas de Ernesto Sábato, o con los de las excelentes novelas del narrador italiano Gesualdo Bufalino.
 
                   Tal vez sea este el momento, para terminar este acaso excesivamente extenso trabajo, de detenernos en esa actualidad de la que hablábamos antes de estos dos dramaturgos. O de su inactualidad, si en nuestro país nos centramos. Incluso podríamos hasta discutir la mayor o menor modernidad del teatro griego o del teatro clásico francés, pero eso nos llevaría demasiado lejos de nuestro objetivo y, a poco rigurosos que fuéramos, nos plantaríamos en un trabajo tan extenso como éste. De todas formas, ya dejó dicha su opinión sobre la tragedia griega de modo inmejorable Cavafis hace más de un siglo, y honestamente creo que su opinión no ha perdido nada de vigencia (91). Desde luego en el ámbito académico, entendiendo como tal tanto el capítulo de ediciones y traducciones de estos clásicos, el panorama es relativamente alentador, especialmente si pensamos en los clásicos grecorromanos, que suelen aparecer en los festivales especializados como los de Segóbriga, Sagunto o Tarragona, entre otros.
                   Sin embargo, no podemos decir lo mismo si nos centramos en las representaciones por parte de compañías profesionales o semiprofesionales, puesto que aquí la visión con la que nos encontramos ya es bastante gris, por no decir directamente muy negra. Y esto es válido tanto para los clásicos grecolatinos como para el teatro clásico francés. En todo caso, lo que parece claro es que si todo eso se llevara a cabo en España estoy seguro que hay un público potencial que disfrutaría con ello, siempre y cuando se lleve a cabo con la suficiente dignidad, respeto e incluso transgresión, mientras se mantenga intacta la esencia de esos mitos. ¿Y quién tendría que ocuparse de hacer esa tarea de interesar a los posibles espectadores. Acaso sería mejor para llegar a los posibles espectadores el llevar esas historias al cine y a la televisión que al teatro, sin desdeñar esta posibilidad, claro está, desde el momento que esos son los espacios más corrientes en la reinterpretación de mitos y leyendas en nuestro mundo actual. En todo caso, esa pregunta ya no tiene una fácil respuesta, si bien es verdad que no sería descabellado responder que, entre otros, podríamos empezar nosotros mismos, los encargados de educar a los adolescentes para que puedan apreciar el valor literario, la hondura psicológica y hasta los problemas éticos y morales y de convivencia que se plantean en esas obras. A la vez habría que referirse a la labor de las compañías teatrales, con el suficiente arrojo para apostar por ese tipo de teatro. Tales objetivos no son precisamente fáciles, pero ¿qué cosa en la vida que merezca la pena lo es?

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