jueves, 11 de abril de 2013

IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (10).
 
 
                   En el período neoclásico, pocas son las tragedias de tema clásico, superados en número ampliamente por las de temas nacionales. “Incluso hay un “procedimiento nacional” para ciertas adaptaciones y traducciones de obras teatrales: según explica García de la Huerta en la Nota que precede a su Agamenón vengado, no se adaptó esta tragedia directamente de la Electra de Sófocles, sino de la adaptación renacentista española de Hernán Pérez de la Oliva”. Russell P. Sebold: Contra los mitos antineoclásicos españoles (1964), recogido en El rapto de la mente. Poética y poesía dieciochescas, Anthropos, Barcelona, 1989, p. 80.
(74)     La Diana, Jorge de Montemayor, Crítica, Barcelona, 1998, págs. 208-209.  Se refiere, claro, a los Diálogos de amor de León Hebreo, uno de los más famosos tratados filosóficos del siglo XVI  (p.207).
(75)     Diego Saavedra Fajardo: República literaria, Plaza &Janés, Barcelona, 1985, edición de José Carlos de Torres, p.113. En esta misma edición, en el Repertorio de nombre propios, el editor incluye, lógicamente, a Eurípides, del que dice, entre otras cosas: “durante su vida tuvo poco éxito de público, creciendo su fama a los pocos años de morir, fenómeno que Luciano de Samosata llamó euripidomanía” ( p. 164).
(76)    Francisco Cáscales, Tablas poéticas, Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos, 207), Madrid, 1975, edición de Benito Brancaforte. “Supuesto lo dicho, avéis de saber que ay quatro modos de actiones trágicas. El primero es quando uno comete el delito sabiendo lo que haze, como la Medea de Eurípides, que mató a a sus hijos por tomar vengança de Iasón en ellos; (...) El tercer modo es quando ignorantemente alguno va a cometer la maldad, y en acometella reconoce y es avisado del pecado que intenta, y lo dexa de hazer. Sea exemplo desto la Ifigenia de Eurípides, que aviendo de sacrificar a su hermano Orestes, le reconoció, y reconocido, no le degüella” (p.189 –190). “Y engáñanse los que antiguamente reprehendieron al poeta Eurípides porque siempre acabava sus tragedias en infelicidad. Afírmalo Aristóteles: “Quam ob rem illi quidem decipiuntur ob id ipsum quo Euripidem damnat qui in tragoedijs suis illud observat, earumque plures in infoelicitate terminentur, id quo omne ex arte est” (p.192).
(77)     Fray Marín Sarmiento, “Ir a la guerra, navegar y casar, no se puede aconsejar” [1788], incluido en El ensayo español, II, El siglo XVIII, Crítica, Barcelona, 1999, p. 254.
(78)     De esa gran actividad traductora nos informa adecuadamente Francisco Aguilar Piñal en su imprescindible libro Introducción al siglo XVIII, Júcar, Gijón, 1991, p.201. Véase lo que dice el especialista en el siglo XVIII: “ Comenzando por los clásicos, Flórez Canseco traduce de Jenofonte (1781) y a Luciano de Samosata (1778), además de la Poética de Aristóteles, publicada en edición bilingüe. El escolapio Pedro Estala, a Plutarco (1793), Sófocles (1793) y Aristófanes (1784). José Antonio Conde y José Canga Argüelles a Safo, Anacreonte y otros poetas griegos (1795-97). Diego Clemencín y José Mor de Fuentes, a Tácito, lo mismo que Joaquín Ezquerra (1794). Ignacio García Malo, la Ilíada de Homero (1788). Juan Meléndez Valdés traduce a Teócrito, Trigueros a Conon, Píndaro, Anacreonte, Horacio y Virgilio, Montengón a Sófocles, Marchena a Lucrecio (1791).” Es extraño que no aparezca en esa larga lista el nombre de Eurípides, aunque quiero creer que también habrá merecido la atención entre alguno de los numerosos traductores que acabamos de citar.
(79)     José Cadalso: Los eruditos a la violeta, Anaya, Salamanca, 1967, pp. 67 y 70;  pp. 133 y 134.
(80)     José Miguel Caso González, La tragedia, género rococó, dentro de la Historia y crítica de la literatura española, 4, Ilustración y Neoclasicismo, (Colección dirigida por Francisco Rico; tomo coordiando por José Miguel Caso González), Crítica, Barcelona, 1983, p.278. Originariamente se trata de un apartado, “Rococó, prerromanticismo y Neoclasicismo en el teatro español del siglo XVIII”, incluido en el libro Los conceptos de rococó, neoclasicismo y prerromanticismo en la literatura española del siglo XVIII, Cátedra Feijoo, Oviedo, 1970).
(81)     G. M. de Jovellanos: Poesía.Teatro. Prosa, Taurus, Madrid, 1979 [Temas de España, 106], p.252 y p. 305.
(82)     Véase el clarificador artículo de Adriana María Ortiz Cardozo Ifigenia, diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, en el que analiza a fondo la novela de Teresa de la  Parra. Puede consultarse en www. Monografías.com/trabajos26/Ifigenia/Ifigenia.shtml. Acaba de aparecer una edición moderna de esta novela en la Editorial El Acantilado.
(83)     Adolfo Salazar, La música en la sociedad europea, III, El siglo XIX (1), Alianza, Madrid, 1989, p. 368).
(84)     “Respondedme ahora y no voy a poner como ejemplo a vuestro tío (Rameau); es un hombre duro; es un bruto; es un inhumano; es un avaro; es un mal padre, un mal marido; un mal tío; pero no tiene la decisión necesaria para ser un genio; para llevar su arte suficientemente lejos, y que se hable de sus obras dentro de diez años. Pero ¿y Racine? Ese desde luego era un genio, y no pasaba por demasiado bondadoso. ¿Y Voltaire?”. Denis Diderot, El sobrino de Rameau, Alfaguara, Madrid, 1979, (Clásicos Alfaguara, 29), p. 173. Incluido en Novelas: La religiosa. El sobrino de Rameau. Jacques el fatalista. Traducción y notas de Félix de Azúa.
(85)    “Este papel era una parodia jansenista bastante insulsa de la hermosa escena del Mitrídates de Racine, que había dejado olvidada en mi bolsillo, habiendo leído apenas diez versos. He ahí lo que hizo confiscar mi equipaje. Los empleados hicieron en el preámbulo del inventario, un magnífico atestado en que, suponiendo que aquel escrito se remitía de Ginebra con el intento de ser impreso y distribuido en Francia, se extendían en piadosas invectivas contra los enemigos de Dios y de la Iglesia, y en elogios de su santa vigilencia, que había evitado la ejecución de este infernal proyecto”. (Jean–Jacques Rousseau: Confesiones, Planeta, Barcelona, 1993, Libro Quinto [Clásicos Universales Planeta, 222], introducción y notas de Carlos Pujol, traducción de Lorenzo Oliveras, p. 222).
(86)     Félix de Azúa: Las pasiones al servicio de la corona, El Paseante, 26, Ed. Siruela, Madrid, 1985, pp. 79 – 80. Azúa, además, relaciona esas imágenes fisiognómicas con el famoso cuadro de Le Brun – también hay un grabado, que se reproduce en las páginas 88 – 89 –titulado Les Reines de Perse aux pieds d´Alexandre, conocido también como La familia de Darío ante Alejandro, y una pintura reproducida en la páginas 90 – 91 y en el que muchos rostros se ajustan a los dibujos fisiognómicos del propio Lebrun. Este mismo tema se puede rastrear en otro autores, como es el caso de Paolo Veronese, del que se conserva una pintura de idéntico título, La familia de Darío ante Alejandro, propiedad de la National Gallery de Londres, una reproducción de dicho cuadro puede verse en el libro Dürer to Veronese, Sixteenth-Cantury Paintings in The National Gallery, Yale University Press, New Haven and London, in association with National Gallery Publications Limited, London, 2000, pp. 112 –113.
                   Pero es que ese tema lo encontramos, así mismo, en forma de tapiz: en la Colección (de arte del banco) Central Hispano se conserva una manufactura flamenca titulada Historia de Alejandro (circa 1575), en la que puede contemplarse a un Alejandro Magno entronizado y rodeado de sus cortesanos que acoge a unos embajadores. “Pues bien, de la misma época del paño hay una serie en el Palacio Real de Madrid con la Historia de Alejandro, que no recoge este episodio ni se asemeja por su estilo al paño del Banco. No sucede así con otra, en Viena, donde se conservan cinco con los siguientes asuntos:
               1.-  La captura de Darío.
2.      La familia de Darío postrada ante Alejandro.
3.      La madre de Darío y el hijo de éste arrodillados ante Alejandro.
4.      Las mujeres de Darío ejecutando música para Alejandro.
5.      El médico de Alejandro extrayendo una flecha de su herida.
6.      Embajadores entregando tributo a de corans, cetros y cadenas de oro al emperador en su trono.
7.      Alejandro y el rey Poro en la batalla.
8.      Alejandro, en su lecho de muerte, ofrece la corona a Perdicas arrodillado ante él.”
                   Colección Central Hispano. Del Renacimiento al Romanticismo, Fundación Central Hispano, Madrid, 1996. Juan José Junquera Mato: Artes decorativas, Tapices, pp.190 – 191.
                   De Le Brun (1619-1690) podemos citar también su cuadro La matanza de los inocentes, donde hay toda una historia y casi una representación del tema, con varios rostros que siguen de cerca los parámetros fisiognómicos que comentábamos antes. El cuadro puede verse reproducido en el catálogo Obras maestras de la Dulwich Picture Gallery, BBV, Madrid, 1999, p.95 y un detalle en la 96; los comentarios sobre el autor están en las páginas 94 y 97. Sobre sus relaciones con Nicolas Poussin, el gran pintor barroco francés, pueden encontrarse datos en el catálogo De Perugino a Monet. Obras maestras del Museo de Bellas Artes de Caen, BBV, Madrid, 1997.  en que aparece un cuadro de Le Brun, La Caridad, en la página 87, con su correspondiente explicación en la página anterior a cargo de Alain Tapié.
 
                   Pero Le Brun es un nombre prestigioso también entre las generaciones posteriores, como lo demuestra la cita de Rousseau: “(...) Este parque está coronado en lo alto por el terraplén y la quinta; en el fondo hay una garganta que se abre y prolonga en el valle, cuyo ángulo lleva un gran caudal de agua. Entre los naranjos que ocupan esta prolongación, y el agua rodeada de ribazos orandos de árboles y jardines, se halla el edificio mencionado. Éste y el terreno que le rodea había pertenecido al célebre Le Brun, quien se complació en edificarlo  y adornarlo con ese gusto tan exquisito de arquitectura y ornato en que se había amamantado este gran pintor” (Jean-Jaques Rousseau: Confesiones, ed. cit., Libro Décimo, p.546).
 
                   Y lo que son las cosas, doscientos años después del libro sobre fisiognómica de Le Brun, aparece la obra Mécanisme de la physionomie humaine ou analyse électro-physiologique de l´expression des passions (publicada en 1862), del doctor Guillaume-Benjamin Duchenne con la colaboración de Adrien Tournachon, lo que no deja de ser una suerte de revisión de aquellos hermosos dibujos de Lebrun, pasados convenientemente por el positivismo de la época y sustituyendo los lápices por la fotografía. Puede verse un ejemplo en el libro de William A. Ewing: El cuerpo, Fotografías de la configuración humana, Siruela, Madrid, 1996, p. 116.

(87)     Pascal Torres Guardiola, comentario incluido en el Catálogo de la Exposición Maîtres de L´invention de la collection Edmond de Rothscild de Musée du Louvre, que tuvo lugar en la Fundación Juan March entre el 6 de febrero y el 30 de mayo de 2004, Fundación Juan March y Editorial de Arte y Ciencia, Madrid, 2004, p.174. Adjunto una reproducción de ese dibujo en el apartado de anexos.
 
(88)     La reseña de ese libro, publicado por Alianza, apareció en el suplemento Babelia de El País el sábado 12  de mayo, pero, lamentablemente, nada decía sobre esa novela, más allá de aludir a los consabidos datos de quién es esa hija. A veces se echa de menos que algunos críticos de los suplementos literarios valoren más los libros por los valores literarios – parece paradójico, pero así es- que prestándoles atención en función de valores de compromiso político, histórico o de cualquier otro tipo, sin decir que esos factores no deban de tenerse en cuenta, pero no que pasen a ocupar el primer término de una reseña literaria.   
 
                   En la páginas del suplemento El Cultural del periódico El Mundo (21 de junio de 2007, p.19) el crítico Germán Gullón sí se detenía en el volumen que recoge las dos novelas de Ismael Kadaré, es decir, La hija de Agamenón y El sucesor. En esas líneas se nos comenta que la acción de la primera de esas novelas – que es la que realmente nos interesa en estos momentos-  se desarrolla en un día el 1 de mayo, durante el desfile conmemorativo de la fiestga del trabajo, presidida por el tirano albanés Enver Hoxha. “La protagonista femenina, Susana, es la hija del Sucesor del Gran Líder, a la que en un determinado momento se la exige comportarse como allegada del notable, y debe abandonar a su amante, inadecuado en su nuevo estatus de familiar del delfín. Ella, como Ifigenia, la hija de Agamenón, que fue sacrificada por el padre como pedía el oráculo, para que su viaje a Troya prosiguiera sin contrariedades, también deberá ser inmolada en aras del éxito”.
(90)  Carl Theodor Dreyer, The Museum Of Art Modern, New York, 1988; el guión, traducido al inglés, puede leerse en las pp. 79 –92. La verdad es que nada tiene de extraño que Dreyer se interesase por la obra de Eurípides puesto que muchos de los temas que trata éste están muy próximos a los de Dreyer. La historia de Dies irae (1943), por ejemplo, tiene que ver con la trama del Hipólito euripídeo, bien es verdad que aquí el joven corresponde al amor de su joven y hermosa madrastra, pero no es tan fuerte como ella y al final él no es capaz de luchar por su amor y ella acabará quemada en la hoguera, acusada de brujería.
 
                   El milagro de la vuelta al vida de Inger Morten al final de Ordet es todo lo contrario del “deux es machina”, y, sin embargo, los debates a propósito de la religión, la fe y el amor que se desarrolla en la película tienen una profundidad y una emoción que a buen seguro hubiera firmado con orgullo el mismísimo Eurípides.Y esa mujer que renuncia a sus posibles relaciones amorosas, tras algún que otro desengaño, porque si el otro no concibe el Amor como lo más importante no le interesa y que, por si fuera poco, quiere que en su lápida aparezcan las palabras de Virgilio “Amor omnia vincit”, ¿no es un ser euripídeo? (Gertrud, 1964). ¿Y qué decir del suicidio final de la pareja protagonista de Dos seres (1944), o las historias de intolerancia y odio que aparecen en Los marcados (1921) o en La pasión de Juan de Arco (1927)...?. Merece la pena consultar el libro de Juan Antonio Gómez García Carl Theodor Dreyer (Madrid, Fundamentos, 1997), donde hay información y juicios bastante acertados sobre al obra del cineasta danés.
                   Juan Antonio Gómez García nos informa en el libro que acabamos de mencionar lo siguiente: “Dreyer pensó adaptar al cine la Medea de Eurípides (más tarde realizada por Pasolini con excelentes resultados), y la Orestíada, llegando a un acuerdo con el realizador Jules Dassin para que éste rodase la segunda y el cineasta danés la primera; de hecho, Dreyer tenía muy avanzada la adaptación de la obra de Eurípides” (Oc. Cit. p. 178, nota 157). Lo curioso del caso es que Pasolini rodó Materiales para una Orestíada africana, según comenta Joseph M. Lluró en su artículo Antropologías de cine, aparecido en las páginas 26 y 27 del suplemento Culturas de La vanguardia (miércoles 20 de junio de 2007)               
(90)     C. P. Cavafis: Poesía completa, Alianza, Madrid, 1985 (Alianza Tres, 93), pp. 297 –98.
                                               LA ANTIGUA TRAGEDIA (1897)
La antigua tragedia, la antigua tragedia
Es sagrada e infinita como el corazón del universo.
Un pueblo la alumbró, una ciudad griega,
Pero pronto se elevó y en los cielos situó a la escena.
 
En el teatro del Olimpo, en una arena a su medida,
Hipólito, Ayante, Alcestis y Clitemestra
Nos narran su vida, terrible y vacía,
Y en esta tierra doliente cae la gota de la compasión divina.
 
El pueblo de Atenas veía y admiraba
En su forma inicial la tragedia.
La tragedia maduraba en el teatro celestial
Tallado en zafiro. Allí tenía sus oyentes
Inmortales. Y los dioses en sus tronos excelsos
De prístino diamante escuchaban con inefable
Placer los bellos versos de Sófocles,
Al palpitante Eurípides, la altura de Esquilo,
La fantasía ática del sutil Agatón.
Intérpretes equivalentes de sublimes dramas
Eran las Musas, Hermes y el sabio Apolo,
El amable Dioniso, Atena y Hebe.
Las bóvedas del cielo rebosaban de poesía,
Resonaban los monólogos, elocuentes y elegíacos;
Y los vigorosos diálogos de frases sucintas.
La naturaleza entera callaba reverente porque ningún estruendo
Turbaba la fiesta sobrehumana.
Inmóviles y reverentes, el aire, la tierra y el mar
Guerdaban el sosiego de los dioses excelsos.
Y en ocasiones les llegaba un eco de lo alto,
Que exhalaba un incorpóreo ramillete de unos pocos versos
Y trímeros mezclados con el “Bravo, bravo” de los dioses.
Y el aire decía a la tierra y la vieja tierra al mar:
“Silencio, silencio, escuchemos. En el teatro del cielo
empieza a representarse Antígona”.
 
La antigua tragedia, la antigua tragedia
Es sagrada e infinita, como el corazón del universo.
Un pueblo la alumbró, una ciudad griega,
Pero pronto se elevó y en los cielos situó a la escena.
 
En el teatro del Olimpo, en una arena a su medida,
Hipólito, Ayante, Alcestis y Clitemestra
Narran nuestra vida, terrible y vacía,
Y en esta tierra doliente cae la gota de la compasión divina.
IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (9).
 
(18)     Tom-Tit-Tot, incluido en los Cuentos populares ingleses, recopilados por Flora K. Steel, Valdemar, Madrid, 2006, pp 33 -43.
(19)      Véase lo dicho en la nota del Epítome de la Biblioteca de Apolodoro.
(20)      El arte teatral, ed. cit., p. 36.
(21)     En realidad, el territorio había sido ganado por la armas a España unos años atrás, pero se presenta como la dote de María Teresa de Austria en su matrimonio con el rey Luis XIV, que tendrá lugar en 1660 y que sellará la llamada “Paz de los Pirineos”. Ahora bien, del mismo modo que para tan nombrada ocasión se estrena en París el George Dantin de Molière y se toca un Grand Divertissemente Royale, ambas encargadas y creadas ad hoc. (Jules Lamaitre), además de un poema primerizo de Racine titulado Le Nymphe de la Siene par la Regne, (1660), contamos en la parte española con que “Antonio de Solís escribió un drama de gran espectáculo y con bastante música titulado Triunfos de Amor y Fortuna y Juan Bautista Diamante Triunfo de la Paz y del Tiempo, “Fiesta que se representó a SS.MM. en el Real Sitio de la Zarzuela” en 1659 en un acto, alegoría del próximo casamiento de la infanta María Teresa con Luis XIV”(Adolfo Salazar, ob. cit., tomo II, pp.118 – 119). “Calderón escribió dos libretti para ser representados en sucesión, compuestos en 1659 –1660 para celebrar la Paz de los Pirineos y la boda (...). Las dos óperas con textos de Calderón se representaron sendas veces en la corte durante la vida del dramaturgo y después de su muerte. La primera, La púrpura de la rosa (sobre la historia ovidiana de Venus y Adonis) fue puesta en escena en música con toda probabilidad por Juan Hidalgo. Fue seguida en 1660 – 1661 (la fechas no son del todo seguras) por una ópera de mayor envergadura, Celos aún del aire matan, basada en el relato ovidiano de la historia de Céfalo y Procris, otra vez con música de Juan Hidalgo”. (Louise K. Stein, Calderón y el poder de la música, Scherzo, 142, marzo 2000, pp. 147 – 148). Añadamos que esta misma historia la desarrollará el propio Calderón de la Barca en su comedia Céfalo y Procris, de la que existe una edición moderna: Calderón de la Barca: Céfalo y Procris, Almar, Salamanca, 1979; la edición fue realizada por Alberto Navarro González. Y terminemos diciendo dos cosas: que Louise K. Stein es la autora de un libro imprescindible sobre la música  y el teatro del siglo XVII, Songs of mortals, Dialogues of the gods. Music and Theatre in Seventeenth-Century Spain (Oxford: Clarendon Press, 1993) y que en la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard existe una fuente textual y musical única: Las fortunas de Andrómeda y Perseo, con todo el texto de Calderón, la música vocal, y los dibujos de la escenografía preparados por Baccio di Bianco.
(22)       Jules Lamaître. Este estudioso también nos informa de que en el periodo de los dos años que pasan entre Mithridate e Ifigenia es probable que haya empezado una Ifigenia en Táuride, de la que tenemos el resumen del primer acto, y Alcestis, que según una tradición, habría compuesto enteramente y, más tarde, quemado por escrúpulo. Incluimos ese breve resumen de Racine, como el resto de los materiales a los que venimos refiriéndonos, en el anexo final.
(23)       Jean Racine: Andrómaca, Ifigenia, Fedra, ed. cit., p. 143
(24)      ORESTES: “Hermana, ¿por qué loras con el rostro cubierto por tu manto?”.Tragedias II, Bruguera, Barcelona, 1983, p. 123. Es el momento de locura que siente Orestes, viendo a las Erinias persiguiéndolo. Aunque no sea asunto de este trabajo, no puedo dejar de señalar que en esta tragedia hay algunos de los más hermosos diálogos de Eurípides, especialemente los que se mantienen Orestes y su hermana Electra.
(25)      Julio César: “¡Entonces estalló su poderoso corazón (al recibir la puñalada de Bruto, su ahijado, la última de una serie de puñaladas causadas por varios senadores romanos), y, cubriéndose el rostro con el manto, el gran César cayó a los pies de la estatua de Pompeyo que se inundó chorreando sangre! “ (Julio César, William Shakespeare, incluido en las Obras completas publicadas por la editorial Aguilar, Madrid, 1964 [duodécima edición], escena segunda acto III, página 1314; edición a cargo de Luis Astrana Marín).
(26)      Sabine Gruffat, “Dossier pédagogique” sobre la Iphigénie de Jean Racine, Univers des Lettres, Bordas, Paris, 1999, páginas 32 – 33.
(27)     Albert Dürer, L´Ouvre gravée, Booking International, Paris, 1994, pp. 52 – 58.Para ser precisos, son trece grabados realizados en torno a 1492.
(28)    Eurípides no logró más que cinco victorias en los concursos trágicos; por el contrario, a partir del siglo IV [a.C.] fue el trágico preferido del público y su popularidad se prolongó durante toda la antigüedad. A ello se debe, sin duda, que se hayan conservado de él  mayor número de piezas y que los papiros euripídeos constituyan el grupo más numeroso después del homérico (Eurípides: Tragedias I, Bruguera, Barcelona, 1983 [Cuarta edición; la primera es de 1968], p. XII. Para la influencia de Eurípides es útil el apartado IV, titulado precisamente así “La influencia de Eurípides y fortuna de Hipólito”, de la introducción del Hipólito de Eurípides publicada por la editorial Bosch de Barcelona en 1977, edición bilingüe a cargo de Carlos Miralles, que ocupa las páginas 73 – 84.
 
                  Como suele ser habitual, llega un momento que la legenda sobrepasa la realidad y, en consecuencia, nos encontramos con anécdotas como éstas: “La escritura, la gramática y la aritmética nunca llegaron a ser materia del dominio de Beethoven quien, con todo, aprendió su latín en el Tyrocinium y leía a Homero, Eurípides y a los trágico griegos, según dicen algunos autores, de todos los cuales prefería a Plutarco a quien cita mucho más tarde, ya maduro”. (Adolfo Salazar, La música en la sociedad occidental, III, El siglo XIX (1), Alianza, Madrid, 1993, p. 210). Pero no todo iba a ser tan optimista respecto  Eurípides:“ Es curioso leer hoy los panegíricos exaltados que Diderot dispara a Richardson (el novelista inglés autor de Clarissa Harlowe y Pamela), a quien en su Eloge que habría de poner a salvo sus libros si un incendio destruía los de Sófocles, Homero, Eurípides y los de la Biblia, con lo cual, de paso, dispara también alguna flechas contra la Nueva Eloisa (novela de su contemporáneo Rousseau), cuya tinta aún estaba fresca”.(Adolfo Salazar, La música en la sociedad occidental, III, El siglo XIX (1), Alianza, Madrid, 1993, p. 355).
(29)    “Properly, Lakaina should be used only of women and Lakoniké of the place, according to the grammarian Phrynichos, who cites and censures Euripides´ usage at And. 194: E. Fischer, Phrynichos, Ekloge (Berlin, 1974). Cf. W.G. Rutherford, The new Phynuchus (London, 1881). So far from observing this distinction, Euripides never uses Lakoniké at all; Lakedaimona is used once, of Klytaimestra (Tr. 249). None of these adjectives occurs in the masculine from in Euripides”. Elizabeth M. Criak, The Classical Quarterly, New Series, Vol.XXIX, Number 1, 1979, Oxford, p. 62.
 
(30)     La anécdota la refiere Diógenes Laercio, de quien, a su vez, la toma Friedrich Nietzsche: El nacimiento de la tragedia, Alianza, Madrid, 1981.  

(31)     Véanse las notas que Paloma Ortiz pone es su edición citada sobre el cuidado con el que Racine esquivó algún tema que podría haber sido molesto para el monarca francés.
(32)       Jules Lemaître.
(33)     Patrick Mereis: Charles- Patrick Soehnée, FMR, 17, febrero – marzo 2007, pp.
(34)    Véase, por ejemplo, las Reflexions sur l´esprit humain à l´occasion de Corneille et de Racine, incluido en los Journaux et Oeuvres diverses de Marivaux, Classiques Garnier, Paris, 2001, pp. 465 – 492. O los comentarios de André Gide: “Il me semble que, par la beauté des vers (et des suites de vers), Iphigénie ne le cède à Phèdre que de bien peu. Je relis avec ravissement ce chef-d´ouvre, pourtant un peu artificial, un peu construit, un peu extérieur à Racine…un peu ouvre d´art. Todavía puntualiza más Gide en nota: “Non! Phèdre, que je relis sitôt après, reste incomparablement plus belle. Apures de Phèdre on sent mieux cette sorte d´application qui, en dépit de sa perfection, donne à Iphigénie le caractère un peu d´un devoir admirablement réussi, mais qui reste extérieur á Racine...” André Gide, Journal, 1889 – 1939. Bi. De la Pléiade. Éd. Gallimard, París, 1951, p. 1198. (Citado por Emilio Náñez en su introducción al Teatro completo de Jean Racine, editado por la Editora Nacional, Madrid, 1982, p. 95, nota 80). Y de esta misma edición podemos entre sacar otra cita de André Gide :“Le personaje de Clytemnestre, le moins bons de la tragedie, me ssemble, du reste, d´un bout à l´autre, un peu conventionnel et fabriqué. Celui d´Agamemnon, par contre, merveilleusement nuancé dans les tons bourgeois”. Journal, ed. cit., p. 1.198, nota 1. Citado por Emilio Náñez en su prólogo al Teatro completo de Racine en la edición que acabamos de citar, p.105).
 
(35)     Francisco Aguilar Piñal, Introducción al siglo XVIII, Ediciones Júcar (Historia de la Literatura Española, 25), Gijón, 1991, p. 40.
(36)     Leandro Fernández de Moratín, Obras póstumas de..., Tomo III (Imprenta y esterotipia de M. Rivadeneyra), Madrid, 1868, pág. 127. Citado por Emilio Náñez en el prólogo a la edición de Fedra. Andrómaca,  de Racine en la editorial Cátedra, Madrid, 1985, p. ¿?.
(37)     Pere Gimferrer: “Racine”, incluido en Lecciones de literatura universal, Jordi Llovet (ed.), Editorial Cátedra, Madrid, 1995 (Coeditado con el Ajuntament de Girona y el Institut D´Humanitats de Barcelona), págs. 359-365 (la cita en concreto está en la página 360).
(38)     Traducción de Juan Miguel Labiano, publicada en la colección de Clásicos Universales de la editorial Cátedra y, posteriormente, de donde la tomo, en la colección Biblioteca Áurea de esa misma editorial, en el volumen que lleva por título Obras completas (Esquilo, Sófocles, Eurípides), Madrid, 2003, pp. 782 –783.
(39)     Apolodoro, Biblioteca, Gredos, Madrid, Epítome, 3 21-22, págs. 216 –217 [Biblioteca Clásica Gredos, 85], traducción y notas de Margarita Rodríguez Sepúlveda).
(40)      Cuando estalló la guerra entre Atenas y Eleusis, Eumolpo llevó un gran contingente de tracios en apoyo de Eleusis y reclamó el trono del Ática para sí mismo en nombre de Posidón. Los atenienses, estaban seriamente alarmados, y cuando Erecteo consultó un oráculo, éste le dijo que si quería obtener la victoria debía de sacrificar a su hija menor, Otionia, a Atenea. Otionia fue conducida voluntariamente al altar, donde sus hermanas mayores, Protogenia y Pandora, también se mataron, pues en una ocasión habían jurado que si una de ellas debía morir violentamente, las otras también morirían (Los mitos griegos, Robert Graves, RBA, Barcelona, 2005, pp. 188 – 189).         
(41)    La Biblia nos dice que Dios reconoce la prueba de amor que ese anciano por él y perdona la vida de su único hijo, nacido además en la vejez de Abraham, cuando ya no contaba con poder tener hijos. Pues bien, se inmolará un cordero como sacrificio a Dios. Lo curioso del caso es que en un manuscrito iluminado del siglo XIV, probablemente una ilustración del Corán, vemos esa misma escena, pero allí hay un personaje que viene sobre una nube cargando con un ciervo, de la misma manera a como se representa en algunas pinturas y grabados el sacrificio de Ifigenia. En el anexo final pueden verse una representación medieval del sacrificio de Isaac y su equivalente árabe que acabamos de comentar.
 
       El tema del sacrificio de Abraham tuvo un enorme éxito en la iconografía occidental. Por empezar por el Románico ofrecemos en el anexo correspondiente una ilustración de este tema extraído de la Biblia de Cárdena, donde pueden contemplarse al conocido varón judío, cuchillo en mano, a punto de degollar a su único hijo Isaac. Detalles importantes: a su lado está el carnero que en breve sustituirá como víctima propiciatoria a joven primogénito y, en el extremo superior izquierdo la mano derecha de Dios – de hecho la ilustración lleva el nombre de Dextera Domini- que acaba de detener el golpe filicida. Y digo detalles importantes porque, con el tiempo, podemos apreciar alguna variaciones sobre estos particulares: Bartolomé Murillo presenta un bello dibujo en el que Isaac carga con un hato de leña que servirá para confeccionar la pira en la que morirá ... como puede verse en alguna imágenes del sacrificio de Ifigenia que también incorporamos. Bien es cierto que, en general, lo más común es la muerte por degüello, y podemos demostrarlo con un dibujo de Alonso Cano, una no menos famosa pintura de Rembrandt, varios dibujos de este mismo genio de la pintura o un cuadro de Caravaggio, cuya afición por pintar los momentos más brutalmente emocionales de las historias que pinta encuentra aquí un tema más que adecuado para plasmar todo ese drama con sus habituales maneras tenebristas. En realidad parece como si se opusieran degüello o pira, cuando en realidad estamos hablando de dos elementos complementarios: primero se cortaba el cuello de la víctima, sea una joven virgen, sea una cierva o un carnero, y después se la quemaba en la pira como ofrenda a la divinidad. Existe una tercera posibilidad: que ese instante crucial de la muerte  no haya llegado todavía y lo que se nos presenta es un Abraham que sujeta con fuerza el brazo de su hijo ya desnudo y presto para ser sacrificado al oír las razones que parece estar dándole su padre a la vez que señala con el índice al cielo, tal es el caso del cuadro de Antonio Pereda que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Dallas.
 
                   Por su belleza merece la pena aludir al maravilloso grabado de Rembrandt sobre el tema de Abraham e Isaac, que puede contemplarse, por ejemplo, en el catálogo Rembrandt: the master & his workshop, Yale University Press, New Haven and London in association with National Gallery Publications, London, 1991. El primero de los  dos gruesos tomos  recoge las pinturas, el segundo los dibujos y grabados.La imagen a la que aludimos se encuentra, por lo tanto, en el primer tomo, concretamente en la página 183. En la página anterior pueden verse dos obras con ese mismo tema, una de P. Lastman y otra de un pupilo anónimo del propio Rembrandt. En ese mismo tomo podemos admirar, igualmente, dos muestras más sobre el sacrificio de Abraham: la primera es un dibujo de C.W.E. Dietrich (1712 –1774) y el segundo es grabado de Rembrandt; ambos se encuentran en la página 109.
 
                   En ese mismo segundo tomo todavía es posible encontrar varias joyas más: una es un grabado sobre el tema, de nuevo, del sacrificio de Abraham, de una belleza hipnótica (p. 279), la otra es un grabado que lleva por título El sacrificio de Ifigenia, hecho por Barent Fabritius y que se conserva en el Museo de Bellas Artes y de Arqueología de Besancón (p. 110). 
          Quizás sea de las escasas muestras de este tema en el que hay un importante número de temas o personajes ausentes en la mayoría de las representaciones: pueden verse a Aquiles y alguien de dignidad real que aparece gritando (¿Menelao?) mientras Agamenón está a punto de degollar a su hija, al tiempo que Calcas parece efectuar algún tipo de plegaria.  Dado lo pequeño de la reproducción que se nos muestra no me atrevo a afirmar que no exista, pero lo cierto es que la primera impresión es que la diosa Ártemis no se la ve por ninguna parte. Ni a ella ni a la cierva que esperaríamos ocupara el puesto de Ifigenia en el sacrificio.
 
                   Finalmente, podemos citaremos los dos últimos cuadros sobre El sacrificio de Isaac. El primero, conservado en este caso en el Museo del Prado de Madrid. Su autor es Domenichino y las fechas que se barajan sobre su realización son 1627-1628. Hay una reproducción, por desagracia en blanco y negro, en el libro de Jonathan Brown La Edad de Oro de la Pintura española, Nerea, Madrid, 1990, p. 199. No muy lejos de éste, en el Museo Thyssen-Bornemizsa se conserva un cuadro con este mismo tema de Giovanni Battista Piazzetta (1682-1754), pintado en torno a 1712-1714, y en los comentarios al catálogo del museo donde se habal de esa tela se alude a otra obra del mismo autor sobre el tema del sacrificio de Isaac que está en la Gemäldegalerie de Dresde.
(42)     Sabine Gruffat, “Dossier pédagogique” sobre la Iphigénie de Jean Racine, Univers des Lettres, Bordas, Paris, 1999, páginas 32 – 33.
(43)     Es una breve reseña del artículo de Anna Linton, Sacrificed or Spared?. The Fate of Jephthah´s Daughter in Early Modern Theological and Literary Texts, German Life and Letters, Vol 57, Issue 3, p. 237 – july 2004; http://blackwell-synergy.com/doi/abs/10.1111/j.0016-8777.2004.00283.x?cooki…).
(44)   Respecto al ciervo y sus múltiples significados simbólicos, me remito a las agudas páginas de Ignacio Malaxecheverría en su edición del Bestiario medieval (Ed. Siruela, Madrid, 1989, pp. 42 – 45; Selección de lecturas medievales, 18) y a la entrada “ciervo” del Diccionario de símbolos de Juan Eduardo Cirlot (Ed. Siruela, Madrid, 2000, p. 135). Por otra parte,  puede encontrarse información sobre este particular en Los mitos griegos de Robert Graves (RBA, Barcelona, 2005), al hilo de su explicación del mito de Acteón, además de relacionarlo con los mitos irlandeses y galeses que menciona Graves en la página 98. El mito de Acteón también tuvo sus cosrrespondientes plasmaciones pictóricas: un hermoso ejemplo lo tenemos en La muerte de Acteón, cuadro de Ticiano, incluido en Dürer to Veronese, Sixteenth-Cantury Paintings in The National Gallery, Yale University Press, New Haven and London, in association with National Gallery Publications Limited, London, 2000, pp.285.
 
                   Habría que destacar dos cosas también: una, el ciervo como símbolo de Jesucristo, algo repetido habitualmente a lo largo de la Edad Media, que puede comprobarse por ejemplo en los canecillos de las iglesias románicas. Y, por otra parte, el tema de la cacería de ciervos, que veremos enseguida, no sólo aparece a partir de la Edad Media, sino que es palpable desde los mismos mosaicos romanos. Pude verse una clarísima muestra, por citar sólo un caso, en el mosaico romano de Dulcitius Ramalete, que se conserva en el Museo de Navarra, como puede verse en la página 36 del catálogo de dicho museo.

                   Por otra parte, que hay algo en el ciervo que se ha asociado a la dignidad, a la pureza, a la nobleza podemos sospecharlo por su  presencia en la literatura, por ejemplo, en el caso de Gustavo Adolfo Bécquer: en su hermoso cuento de Gustavo Adolfo Bécquer La corza blanca, que parece ser está inspirado en un relato francés de título semejante (Leyendas, Cátedra, Madrid, 1989, edición de Pascual Izquierdo; el cuento se encuentra en las páginas 327 - 346) un oteador sigue a una corza cuyos ojos son sospechosamente idénticos a los de una doncella noble de la que está enamorado y, al final, abate al animal que como por arte de magia acaba convirtiéndose en esa joven. En otro de sus relatos, Los ojos verdes, un cazador persigue a una cierva de ojos verdes que no es sino una misteriosa náyade que acabará arrastrándolo al fondo de un lago (págs. 207 – 215 de la citada edición). Finalmente, en la carta IX de las cartas Desde mi celda, un noble decide ir a la caza de un ciervo que le conduce a lo más profundo del bosque, donde hubiera muerto de no solicitar la ayuda de la Virgen María y, tras recibirla y salvar su vida, dispondrá la construcción de un monasterio a ella dedicado (Gustavo Adolfo Bécquer: Desde mi celda, Castalia, Madrid, 1993, págs. 205 – 211).
 
                   También se ve en un cuento de Saki, La música de flauta (incluido en Crónicas de Clovis, Valdemar, Madrid, 2000). En el ámbito iconográfico no es despreciable el gran número de representaciones pictóricas o cinematográficas en las que aparece este animal: un motivo recurrente es el de la cacería del ciervo, como lo prueban varios cuadros de Lucas Cranach el Viejo, la cabeza de ciervo de Durero, pero también en películas como El cazador, (Michael Chimino, cuyo título original coincide con varios de Cranach sobre la caza del ciervo),o la ilustración del Livre de Chasse de Gastón de Foie ( París, principios del siglo XV). Pierpont Morgan Library (pág.175 Manuscritos y miniaturas, Giulia Bologna, Anaya, Madrid, 1988.
 
                   Tampoco es desdeñable la importancia que en el ámbito cinematográfico tiene este animal. En efecto, pensemos en lo que supone la muerte de la madre de Bambi en la película de Walt Disney (1940), o su inclusión en El gigante de hierro (Brad Bird, 1999), donde en un escena realmente memorable, la muerte de un ciervo por los disparos de dos cazadores da pie a que el niño protagonista explique, tras descubrir a ese animal muerto, segundos antes de verlo vivo y de disfrutar de la armonía de la naturaleza, a un gigantesco robot venido del espacio y que ha perdido la memoria, el hecho de que los seres vivos han de morir, pero que su alma no muere. Por no hablar de La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997), donde el dios que vela por el equilibrio y al armonía de la naturaleza tiene forma de ciervo, frente a los jabalíes, que simbolizan la parte salvaje, brutal y que ponen en peligro precisamente aquello que el dios intenta mantener.
                    Y dos últimas muestras de la importancia del ciervo en las representaciones artísticas: por una parte, la cacería del ciervo que aparece en un tablero de ajedrez por un lado y al blackgammon por otro, en uno de cuyos márgenes – bajorrelieve hecho en marfil-  puede verse a unos perros seguir a un ciervo y tras ellos unos cazadores; el tablero en cuestión se conserva en el Museo Nazionale del Bargello, Florencia (“Los ajedreces del Bargallo”, Claude Lemoine, FMR, nº 14, Agosto-septiembre 2006, pp. 119-136, las imágenens concretamente aparecen en las páginas 130 y 131 y el tablero es del siglo XV).Y, finalmente, en la Sala de los Animales del Museo Pío.Clementino del Vaticano hay una serie de esculturas de animales de la época de los pontificados de Clemente XIV (1769-1774) y de Pío Vi( 1775-1799). Una de esas esculturas es un magnífico trabajo en mármol en el que puede verse a un perro cazador sobre un ciervo en el instante en el que se ha subido a su lomo y está  mordiéndolo para matarlo, en una escena cinegética caraterística. Puede contemplarse en el artículo deDanilo Mainardi “La Sala de los Animales en el Vaticano”, FMR, nº1, Junio, 2004, pp. 53-84; en concreto, pp. 64-65.
(45)     Jack el matador de Gigantes, incluido en Cuentos populares ingleses, recopilado por Flora Steel, Ed. Valdemar, Madrid, 2006, pags. 85- 107, en concreto este episodio está casi al final, entre la página 105 y la 107).
(46)    Estos tres últimos párrafos están extraidos del libro de Nothorp Frye La escritura profana, Monte Ávila Editores, Caracas, 1980, concretamente de las pp. 96 –97.
(47)     Margarite Yourcenar: La leche de la muerte, incluido en los Cuentos orientales, Alfaguara, Madrid, 1987, pp. 51 – 67.
(48)   “Eurípides es uno de los más grandes líricos. Sólo en la canción se resuelven en armonía las disonancias insolubles para el intelecto. Verdad es que las arias se hacen con el tiempo amaneradas y, algunas veces, penosamente vacías. Pero Eurípides es incomparable en la aprehensión de las voces líricas de la realidad, lo mismo en la escena de Hipólito donde el alma juvenil de Hipólito se consagra con exaltación y ternura a la diosa Artemisa y la corona de laureles, que en la canción matinal de Ión (...).Las delicias y dolores con que el alma doliente de Fedra se entrega a la soledad de las selvas, parecen traspasar os límites de la sensibilidad clásica. En la obra de la vejez, Las bacantes, da el poeta la mayor elevación de su fuerza lírica con la irrupción elemental de la borrachera dionisiaca, (...).
                   Fluye de esta nueva lírica una profundidad de íntima comprensión que penetra en las más finas emociones del alma ajena y las persigue hasta las regiones de lo anormal, con tierna simpatía por todos los encantos de lo personal e inefable, lo mismo en los hombres que en cosa o los lugares”. Werner Jaeger: Paideia, F. C. E., 1979, pp.319 – 320.
(49)     “En Las nubes de Aristófanes (1352 y ss.), Fidípides, el joven moderno, rehúsa entonar los cantos anticuados de Simónides y Esquilo, a los cuales prefiere los aires más modernos de Eurípides”. (p. 26)
              “...podemos seguir (en sus obras) la función dramática de la música, que pierde poco a poco su carácter tradicional de soporte melódico del texto verbal para convertirse en elemento de connotación expresiva de situciones dramáticas, de emociones y de estados de ánimo, sobre todo en los cantos no estróficos de los actores, libres del vínculo de la estructura estrófica propia del canto coral. Las monodias, raras y poco extensas en las tragedias del primer período, se hicieron cada mvez mñas frecuentes y tuvieron mayor amplitud, configurando a la tragedia como un verdadero melodrama con arias y dúos” (pp. 30 – 31).
              “El público ateniense no acogió inmediatamente con favor unánime estos nuevos modos de canto. En el primer período de su actividad se halló en el centro de vivas polémicas (cfr. Plut. An seni sit respublica gerenda, 23), de las cuales podemos advertir ecos aún en la tirada antieuripídeas de Aristófanes (Eurípides había sostenido y alentado a Timoteo al comienzo de su carrera), y en un fragmento de Los Centauros, de Ferécrates (Ps. Plut. De mus. 30 = fr. 145 Kock), en el cual las melodías de Timoteo son definidas como “hormigueros (de notas) fuera de norma”, con metáfora análoga a aquella (“senderos de hormigas”) que Aristófanes (Thesm. 100) usa para los aires de Agatón, el trágico que, al igual que Eurípides, compartía los principios innovadores de los autores de ditirambos.(p. 33). Historia de la música, 1. La música en la cultura griega y romana, Giovanni Comotti, Turner, Madrid, 1986.
                   Para ahondar en lo que la supone la música para el mundo griego, puede consultarse con provecho los capítulos I y II del libro de Ebrico Fubini La estética musical desde la Antigüedad hasta el siglo XX, Alianza (Alianza Música, 31), en los que se trata de la música Desde Homero hasta los pitagóricos (pp. 31 -54) y Platón, Aristóteles y la crisis del pitagorismo (pp.55 -79), respectivamente
(50)     Alfonso Reyes, La experiencia literaria, Bruguera, Barcelona, 1984, p.403.
(51)   Adolfo Salazar: La música en la sociedad europea, I Desde los primeros tiempos cristianos, Alianza, Madrid, 1989, pp. 51 – 52.
(52)     Andrés Ruiz Tarazona: La gloria recuperada, uno de los artículos que forman parte del número monográfico dedicado a este músico con ocasión del 200 aniversario de la muerte de Calderón de la Barca  por la revista especializada en música clásica Scherzo, nº 214, diciembre 2006, p. 116.
(53)     Benjamín Ballifh, en un página de internet llamada le mag cd, concretamente del 2 de febrero de 2007.
(54)     Wikipedia, consulta de las palabras “Ifigenia en Áulie”.
(55)     Cuadernillo de la ópera de Gluck editada por Orfeo, 1996, p. 15.
(56)     El DVD en cuestión fue grabado en la Casa de la Ópera de Zurich en 2003, la dirección musical corrió a cargo, como decimos, de William Christie y la dirección de escena fue de ...
(57)     Parece haberse puesto de moda de unos años para acá la preeminencia de la figura del director escénico por encima de cualquier otra consideración, pasando incluso por encima del propio sentido del liberto o de la música, lo que ha llevado, como señalaba no hace mucho Antonio Muñoz Molina, a preparar montajes con el único fin de escandalizar al público, o llamar la atención en lo provocador de la puesta en escena, traicionando, como digo, la esencia y las intenciones de libretistas y músicos. Antonio Muñoz Molina, conocido novelista, colaborador en prensa  y exdirector del Instituto Cervantes, es un gran amante de la ópera, de donde el enfado que expresa en el artículo Pompas oficiales aparecido en la revista Scherzo, nº 216, febrero de 2007, p.3.

(58)   Gluck: Iphigenie in Aulis, Cuadernillo informativo incluido en la caja de los discos, Orfeo, 1996, p.18.(en realidad no están paginadas). Respecto a lo que supone Gluck para el desarrollo de la música en general, y de la ópera en particular, son imprescindibles las amenas y eruditas apreciaciones y comentarios de Adolfo Salazar en su monumental obra en cuatro tomos La música en la sociedad europea. En concreto en el Tomo II. Hasta fines del siglo XVIII, Alianza, Madrid, 198? (Alianza Música, 13), pp. 301 – 314. Gluck será, además, protagonista de un cuento de E. T. A. Hoffmann y aparece igualemente en otro relato de este autor: E. T. A. Hoffmann: El caballero Gluck, incluido en Cuentos de música y músicos, Akal, Madrid, 2003, pp. 61 – 77. Edición de José Sánchez López. Gluck aparece citado también, concretamente sus Ifigenias en El enemigo de la música, pp. 99 – 111.
(59)     http: //.andante.com/article/article.cfm?id=19473).
(60)     Andrea Sanchini
(61)   Las imágenes de los cantantes con el vestuario al que aludimos pueden verse en los anexos.
(62)   Por lo que se refiere a la música que se puso con posterioridad a los coros de las dos últimas de Racine: “Sus sinfonías [las de Francisco José Gossec (Gossé, exactamente)]eran un arte nuevo en Francia y se anticipaban en cinco años a las primeras de Haydn.(...) Compositor de música para el teatro, sus obras van desde el repertorio de la Comedia italiana al de la Academia Real de Música, y es el quien escribe los coros solemnes para las grandes tragedias clásicas como la Electra y la Atalía, de Racine ésta (1783 – 86)”. (Adolfo Salazar, La música en la sociedad occidental, III, El siglo XIX (1), Alianza, Madrid, 1993, p. 103).
(63)     Carlos García Gual: introducción a Ifigenia en Áulide, ed. cit., p.246.
(64)     Eurípides: Tragedias, I, Bruguera, 1982, pp. XXXVII - XLIII.
(65)      Las ilustraciones que se citan en las líneas siguientes pueden encontrarse en los anexos.
(66)     Pompeii. The History, life and art of the buried city. Ed. by Marisa Ranieri Panetta, White Stars Publishers, Verchelli, 2004. En la página 177 podemos apreciar un fresco con Fedra como protagonista, en la 202 otro cuya pareja principal es Andrómeda y Perseo, en la 318 y siguientes hay varias pinturas sobre las bacantes, en la 328 hay una imagen de Orestes asesinando a Neoptólemo y, finalmente, en la 340 se observa a Orestes y Pílades sentados mientras Ifigenia aparece en la parte derecha, en una imagen que no puede por menos que estar inspirada en la Ifigenia entre los tauros de Eurípides.
(67)     Sculpture I. From Antiquity to the Middles Ages, Köln, Taschen, 1999, p. 222.
(68)     John H. Pollit, El arte helenístico, Nerea, Madrid, 199? págs. 320-321.
(69)    Academie de Nantes. Site Lettres (Dirección de internet).
(70)     Dirección de internet.
(71)     Stephen Gilman: La Celestina: arte y estructura, Taurus, Madrid, 1974, p.88, nota 27. 
(72)     Citado por Ignacio Arellano en su Historia del teatro español del siglo XVII, Cátedra, Madrid, 2005, p. 28.
(73)     Para un estudio breve, pero enjundioso, sobre este autor, véase Hernán Pérez de Oliva, texto incluido en Plenitud de España (Estudios de historia de la cultura), Editorial Losada, Buenos Aires, pp. 49 – 81, cuyo autor es el excelente estudioso dominicano Pedro Henríquez Ureña. Henríquez Ureña nos informa de que Pérez de Oliva (1494 – 1531), en él se comenta que Pérez de la Oliva murió cuando acababa de nombrásele preceptor del príncipe heredero, el futuro Felipe II. “No sabemos si usaría de los originales griegos, o de traducciones latinas, pues ni él menciona el estudio del griego entre los que había hecho, ni la libertad de sus versiones permite aducirlas como argumento suficiente (artículo citado, p. 73).
IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (8)
 
12.-  NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.
(1) Si en la versión que analizamos de Ifigenia en Áulide es Clitemnestra quien lleva a su hija al campamento de los griegos, en la Electra euripídea es su propio padre, en tanto que en Sófocles el encargado de esa embajada es Ulises – que aquí aparece como mero conocedor de los tejemanejes de Agamenón; esto no tiene nada de raro pues Ulises es el encargado de este tipo de comisiones, como lo demuestra el que fuera el responsable de conseguir el arco de Filoctetes en la obra del mismo título de Sófocles. Por último, será en Racine el mismo Ulises quien traiga a Ifigenia a Áulide. Recordemos que también en la pintura tenemos testimonios de ese papel de Ulises como encargado de las más variopintas comisiones: en efecto, pensemos, por poner tan sólo un ejemplo, en el cuadro que se conserva en el Museo del Prado que se titula Aquiles descubierto, pintado por Rubens y Van Dyck. Puede verse una reproducción de buena calidad en el catálogo Pintura flamenca barroca (cobres, siglo XVII), Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, San Sebastián, 1996, p.35)
(2) Eurípides, Tragedias III, Gredos, Madrid, 1985 [Primera edición 1979], vv. 482 – 491 (traducción, introducción y notas a cargo de Carlos García Gual). Además, a la primera frase de este último párrafo el editor pone la siguiente nota: “la pérdida de un hermano es más irrecuperable que la de la esposa o la de los hijos. Recuérdese lo que dice Antígona en la tragedia sofoclea, o la elección de la mujer de Intafernes en HERÓD., III 119”. (pág. 278, n. 19). Salvo indicación contraria, todas las citas de la obra de Eurípides se harán a partir de esta edición que acabamos de mencionar. Como dato complementario que no queremos dejar pasar por alto, precisamos que de las noventa obras que escribiera Eurípides, los alejandrinos conocieron 75 en los siglos III – II a.C. A nosotros nos han llegado diecisiete tragedias y un drama satírico. (Tragedias I, Cátedra, Madrid, 1985, edición de Juan Antonio López Férez, pág. 19).
(3) Por lo que a las novedades del trágico griego se refiere, podemos señalar entre, otras muchas, las siguientes: en Las Fenicias nos presenta a Yocasta en vida, habitando el palacio a la par que el viejo y cegado Edipo (en Sófocles ella se suicida al conocer la identidad real de Edipo), pero además éste último permanece hasta la muerte de sus hijos en Tebas (vid. Tragedias III, ed. cit., p. 87). En Las suplicantes, Teseo recupera los cadáveres de los guerreros argivos mediante la lucha armada, no con un acuerdo verbal, como conocíamos del ciclo de los siete contra Tebas, y, además, el suicidio de Evandro proviene ex imaginatione de Eurípides (José Luis Calvo Martínez lo comenta en la introducción  a la edición de las Tragedias II de este trágico, publicadas por Gredos, Madrid, 1985 [1978 primera edición], pp. 11 –12). Tenemos también el caso de El cíclope, pues partiendo del canto IX de la Odisea homérica, ese personaje no vive sólo del pastoreo, sino también de la caza, pero es que además es un ilustrado que conoce la leyenda de Ganímedes, ha oído hablar de la guerra de Troya y de Helena, y tiene, además, peculiares inclinaciones eróticas. (Eurípides, Tragedias I, Cátedra, Madrid, 1985, edición a cargo de Juan Antonio López Férez, p.84).
(4)    Respecto a la muerte de Ifigenia en Áulide, se da como cierta en los tres dramaturgos. Esquilo la muestra así en la primera parte de su famosa trilogía La Orestía, es decir, en Agamenón:
 
              CLITEMNESTRA:     ¿Ahora decretas para mí el destierro / y soportar el dolor de mis gentes, /y las imprecaciones  de mi pueblo?. / Pero entonces no hiciste nada en contra / de este varón, que, sin darle importancia, / como si se tratara del destino / de una res, cuando sobran las ovejas / en el rebaño, osó sacrificar /  - el parto más querido de mi vientre - / a su hija, para hechizar los vientos / de Tracia. ¿No es éste a quien debías / de esta tierra expulsar, así lavando  / sus crímenes”. (Tragedias, Esquilo, pág. 296-297; traducción de José Alsina Clota, Ed. Cátedra, Madrid, 1983).
                    Y de este modo expone la muerte de Ifigenia su hermana Electra, en la obra homónima de  Sófocles, quien también da por hecho que Ifigenia murió en Áulide, en su obra Electra:
             ELECTRA: Además, pregunta a la cazadora Ártemis en pago a qué culpa retuvo  en Áulide la totalidad de los vientos. ¿O te lo explico yo?. Pues la ley natural no permite enterarse por ella. Según tengo yo oído, entreteniéndose una vez mi padre por el bosque sagrado de la diosa levantó al dar pasos uno tras otros un ciervo moteado, de abundante cornamenta, con ocasión del degüello del cual, tras certero disparo, resulta que lanzó jactanciosa expresión. Y rabiosa por esto la muchacha de Leto retenía a los griegos con objeto de forzar a mi padre a que sacrificara a su propia hija en compensación del animal. Así aconteció su sacrificio, pues no había otra solución para el ejército ni para regresar a casa ni para llegar a Troya (versos 560 - 575, de esa obra incluida en las Tragedias de Sófocles, ed. Cátedra, Madrid, 1985, a cargo de José Vara Donado).
                   Pero el mismo Eurípides presenta como cierta la muerta de Ifigenia en su Electra:
[Clitemnestra a Electra:] “Tíndaro me entregó a tu padre como esposa, no buscando mi muerte ni la de los hijos que fuera yo a tener. Pero tu padre, fingiendo una boda de mi hija con Aquiles, se la llevó muy lejos del palacio, al puerto de Áulide, y allí la extendió sobre la pira y agostó la tierna mejilla de Ifigenia”. (Tragedias, II, Electra, Ed. Bruguera, 1982, Barcelona, página 91, edición de José Alsina Clota).
                   E igualmente en su Orestes:
              ORESTES: (a Agamenón) “La sangre de mi hermana, que Áulide recibió, te la perdono: que Hermíone no muera por tu mano”. (ed. cit. de José Alsina Clota, p. 135)
 
                   Veamos ahora cómo alude a este episodio Propercio, concretamente en su tercer libro de elegías: “Sin testigos de las penas de Agamenón, las costas que hizo famosas la vindicta de Argino, exigida por un río amenazador. Después de perder al joven, no levó anclas el Atrida, y por esa demora fue inmolada Ifigenia”. (Propercio, Elegías, libro III, vv. 21 – 24, CSIC, Madrid (Colección Alma Mater), 1984, a cargo de Antonio Tovar y María T. Belfiore Mártire).

                   Y, finalmente, un ejemplo de Lucrecio en su De rerum natura (concretamente los versos 113 – 123, traducidos por el Abate Marchena e incluidos en la edición de Agustín García Calvo para la editorial Cátedra, Madrid, 1983): 
   Mas temo mucho en esto que te diga
Pienses acaso no te dé lecciones
De impiedad, enseñándote el camino
De la maldad: por el contrario, ¡oh Memmio!,
De acciones execrables y  malvadas
Fue la causa el fanatismo muchas veces:
A la manera que en Áulide un tiempo
El altar de Diana mancillara
Torpemente en la sangre de Ifigenia
La flor de los caudillos de los griegos. 
                   En la traducción de la Electra euripídea de José Alsina Clota aparece lo siguiente: “Tíndaro me entregó a tu padre por esposa, no buscando mi muerte ni la de los hijos que fuera yo a tener. Pero tu padre (Clitemnestra está hablando a su hija Electra), fingiendo una boda de mi hija con Aquiles, se la llevó a muy lejos de palacio, al puerto de Áulide, y allí la extendió sobre la pira y agostó la tierna mejilla de Ifigenia”. (Eurípides, Tragedias, II, Ed. Bruguera, Barcelona, 1982, p.91, edición preparada por José Alsina Clota). Curiosamente, en cambio, esa pira no aparece en la traducción de José Luis Calvo Martínez, supongo que por haber utilizado alguna variante textual: “Tindáreo me entregó a tu padre no para que muriera yo ni aquéllos a quien yo engendrara. Pero aquél convenció a mi hija con la boda de Aquiles y se marchó llevándola a Áulide, de buen anclaje para las naves. Allí extendió sobre un altar y segó el blanco cuello de Ifigenia”. (Eurípides, Tragedias, II, Ed. Gredos, Madrid, 1985 [Primera edición 1978], pág. 327, versos 1019 – 1023). Notemos, todo sea dicho de paso, que en esta versión es el propio Agamenón quien se lleva a su hija hacia Áulide, mientras en todas las que venimos comentando hasta el momento es Clitemnestra la que acompaña a Ifigenia al campamento argivo.
                   En el libro IV de la Historia de Heródoto también encontramos el sacrificio de Ifigenia, y además nos informa de las costumbres bárbaras de los tauros, razón por la cual, posiblemente, se situó allí a Ifigenia:
 
                   “Entre estos pueblos, los tauros observan las siguientes costumbres. A los náufragos y a los griegos que capturan en el curso de sus correrías marítimas los inmolan a la Virgen [nota 389] de la siguiente manera: una vez realizados los ritos preliminares, golpean en la cabeza a la víctima con una maza. Al decir de unos, acto seguido arrojan el cuerpo precipicio abajo (pues el santuario se alza sobre un precipicio) y clavan la cabeza a un palo; otros, en cambio, coinciden con los anteriores por lo que se refiere al ritual de la cabeza, pero aseguran que el cuerpo no es arrojado desde lo alto del precipicio, sino enterrado. Y por cierto que, según el testimonio de los propios tauros, la divinidad a la que ofrecen sus sacrificios es Ifigenia, la hija de Agamenón” [nota 390] ( Heródoto, Historia,tomo II, Libro IV, 103, 1-2; Gredos, Madrid, 1979, edición de Carlos Schrader, pp. 383 –384). Nota 389 Ártemis, la diosa de la castidad por excelencia (cf., por ejemplo, el Hipólito de EURÍPIDES). Los tauros podían ser descendientes de los cimerios, primitivos habitantes de Escitia, que se refugiaron en los montes de Crimea (...). El carácter pirata y saqueador de los tauros pervivía al parecer en el siglo I d. D. C. (cf. TÁCITO, Anales XII 17, 4). El sacrificio de náufragos a su divinidad debía de ser una costumbre cierta, que probablemente originó la localización de parte de la leyenda de Ifigenia en esa zona (ed. cit., pp.383 –384).
                   Y  un último ejemplo que evidencia la trayectoria de una línea argumental dentro del mito que postula la muerte de Ifigenia en Áulide, en este caso se trata de Píndaro:
                   A éste (Orestes), en pleno asesinato de su padre, su nodriza Arsínoe lo arrancó
                   De las crueles manos de Clitemestra,
Librándole así de una trampa funesta,
Cuando a la hija del dardánida Príamo,
A Casandra, con la blanca espada, en compañía del alma
De Agamenón, la estaba enviando a la combría ribera del Aqueronte
La cruel mujer. ¿Acaso Ifigenia, a orillas del Euripo
Degollada, lejos de su patria,
La irritó hasta el punto de suscitar la cólera de su pesada mano?
                        Píndaro Pítica XI, 16 – 23. (Cito por la edición de Emilio Suarez de la Torre, Obra completa de Píndaro, Cátedra, Madrid, 1988, pp.231 – 232).
        Aparte de la Ifigenia en Táuride, donde obviamente se da como no muerta en el sacrificio de Áulide a Ifigenia, también encontramos que la joven doncella griega es rescatada por una intervención divina en las mismísimas Metamorfosis de Ovidio, sin lugar a dudas uno de los libros de la antigüedad que más habían de influir en toda la literatura occidental. La aparición de esta historia en ese libro es como sigue: tras una la aparición de una serpiente que coge a ocho pequeños pajarillos en un sacrificio a Júpiter, se interpreta este prodigio como la necesidad de derramar “la sangre de una doncella para aplacar la cólera de la diosa virgen (= Diana, es decir, la Ártemis griega). Cuando el interés del bien común ha vencido la ternura de Agamenón por sus hija, cuando la realeza ha vencido la paternidad y cuando su hija Ifigenia, dispuesta a dar su sangre pura, se halla ante el altar entre los sacerdotes que lloran, la diosa es vencida a su vez: extiende una nube delante de todos los ojos de los allí presentes y se dice que, durante la ceremonia, en medio del barullo del sacrificio, en medio de las plegarias, sustituyó por una cierva a la hija del rey de Micenas”.( Ovidio, Metamorfosis, Libro XII, II, versos 24 – 34; Ed. Bruguera, Barcelona, 1979 [ segunda edición, la primera es de 1971], pág. 309).
 
                   Y lo mismo ocurre en los fragmentos del Catálogo de las mujeres de Hesíodo, donde puede leerse lo siguiente: “Agamenón desposó a la hija de Tindáreo, a Clitemnestra de sombría mirada. Clitemnestra dio a luz en Palacio a Ifímede de hermosos tobillos y a Electra, que en figura competía con las inmortales. Los aqueos de hermosas grebas, el día en que con sus naves se hacían a la mar rumbo a Ilión para tomar venganza de la argiva de hermosos tobillos, degollaron a Ifímede, a su imagen: la heridora de ciervos que con los dardos goza, con gran facilidad, la puso a salvo y ambrosía encantadora destiló desde su cabeza para que su cuerpo permaneciese incólume; inmortal y libre de vejez la hizo por todos sus días” ( Catálogo de las mujeres o Eeas, incluido en las Obras y fragmentos, Hesíodo, [ traducción de Alfonso Martínez Díez ],Gredos, Madrid, 2000, fragmento 23 a, p. 148). Y poco más o menos encontramos en el fragmento 23 b de la citada edición: “Sé que Hesíodo, en el Catálogo de la mujeres, imaginó que Ifigenia no murió, sino que, por decisión de Ártemis, es Hécate”. Pausanias, I 43, 1( Ed. Cit. p.149).
(5)   “No es menos chocante para el lector moderno la avidez de gloria que muestran las heroínas abnegadas de Eurípides, prontas a sacrificarse por la familia, la ciudad o la nación, porque reconocen tal valor a la gloria que su sacrificio apenas puede juzgarse desinteresado. Así lo da a entender Ifigenia, que ha resuelto morir, pero sólo gloriosamente, pues siente clavadas las miradas de todos los griegos (Ifigenia en Áulide, 1375 – 1378), que se declara glorificación de su madre (1440) y luz de Grecia (1502) y que, tras pesar muy razonadamente las causas que la llevan a morir, exclama (1937 y sigs.): “Doy mi cuerpo a Grecia. Sacrificadme, arrasad a Troya, pues, por larga edad, esto será mi monumento, esto mis hijos, mis bodas y mi gloria”. A la luz de esta actitud unánime se explica la paradoja que sorprende al lector moderno de la Ética nicomaquea: aun para Aristóteles, tan apasionado en deslindar esencia y accidente, la alabanza y el reproche valen como criterios intrínsecos de la  virtud y el vicio” (cf. fin del libro I). María Rosa Lida de Malkiel: La idea de la fama en la Edad Media castellana, F.C.E., México, 1983 (primera reimpresión en España; Primera edición: 1952), páginas 19 – 20.
(6)  Interesantísimas son las observaciones que sobre el coro hace Gilbert Murray en su ya clásico Eurípides y su época, Fondo de Cultura Económica, México, 1949 (1ª ed. en español, a partir de la segunda edición inglesa corregida de 1946), páginas 152 –159. Respecto a las características físicas del teatro griego, las partes de que estaba compuesto y los materiales con los que se construía, la maquinaria, el vestuario, las máscaras, los actores, el coro, la música o las danzas se encuentra información en el libro El arte teatral de Gaston Baty y René Chavance, Fondo de Cultura Económica, México, 1955 (segunda edición española; la primera francesa original es de 1932), páginas 31 – 36.
(7)  Como hemos dicho el coro ha reducido su intervención en Eurípides frente a los otros grandes trágicos, pero lo cierto es que sus intervenciones se adaptan perfectamente al argumento: “así en el párodos tenemos una especie de catálogo de las naves de clara ascendencia homérica, aunque en los detalles discrepa de La Ilíada -, que sirve al poeta para darnos una idea de la flota griega; en el primer estásimo, después de la disputa de los dos hermanos, se recuerda el juicio de París y el rapto de Helena, tan funesto a la familia de Agamenón; en el tercer canto moral, las gloriosas bodas de Peleo y Tetis, a las que asistieron los dioses, constituye un contraste con el sangriento himeneo reservado a Ifigenia; por último, en el monodia de la heroína, vuelve a insistir el poeta sobre el juicio de Paris y se lamenta Ifigenia de tener que perecer a manos del padre por causa de Helena.”(Eurípides: Tragedias I, [Medea, Bacantes e Ifigenia en Áulide], Bruguera, Barcelona, 1983 (Cuarta edición, la primera es de 1968), página 132; edición preparada por Julio Pallí Bonet).
(8)   Sobre el “deus ex machina” pueden consultarse con provecho las luminosas páginas que dedica a ello Gilbert Murray en su imprescindible Eurípides y su época  ed. cit., pp. 144 –148. Detalle creo que importante: la traducción es nada menos que de Alfonso Reyes, uno de los más ilustres ensayistas en nuestra lengua en el siglo pasado, que por si eso no demostrara suficientemente su interés por el trágico griego, debemos apresurarnos a decir que escribió un poema titulado Ifigenia cruel, “escrito en Deva y en Madrid, entre el verano y el otoño de 1923” (Alfonso Reyes, La experiencia literaria, Bruguera, Barcelona, 1986, p.140).
(9)     Respecto a ese mismo tema, además del prólogo, téngase en cuenta lo que dice, con su agudeza habitual, Friedrich Nietzsche: “La tragedia esquilo-sofoclea empleaba los medios artísticos más ingeniosos para, en las primeras escenas, poner de una manera casual, por así decirlo, en manos del espectador todos los hilos necesarios para la comprensión: un rasgo en el que se acreditaban aquellos nobles artistas que enmascaraban, por así decirlo, lo formal necesario y lo hacen aparecer como casual. De todos modos, Eurípides creía observar que durante aquellas primeras escenas el espectador se hallaba en una inquietud peculiar, queriendo resolver el problema matemático de cálculo que era la historia anterior, de tal forma que para él se perdían las bellezas poéticas y el pathos de la exposición. Por eso Eurípides antepuso el prólogo a la exposición y lo colocó en boca de un personaje al que era lícito otorgar confianza: frecuentement una divinidad tenía que garantizar al público, en cuierto modo, el decurso de la tragedia y elemianr toda duda acerca de la realidad del mito (...).Esa misma veracidad divina vuelve a necesitarla otra vez en la conclusión de su drama, para asegurarle al público el futuro de sus héroes: tal es la misión del famoso deus ex machina. Entre la mirada épica al pasado y la mirada éprica al futuro está el presente lírico, dramático, el “drama” propiamente dicho. (F. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Alianza, Madrid, 1981, pp. 112 –113). Las cursivas son del filósofo.
(10)  La edición que vamos a citar, de no mediar indicación contraria, es la de Jean Racine: Andrómaca. Ifigenia. Fedra., Gredos, Madrid, 2003, edición preparada por Paloma Ortiz García. (Biblioteca Universal, 11). En concreto esta cita se encuentra en la p. 137.
(11)   Erifile aparece en la obra de Robert Graves en tres ocasiones principales: en la primera acepta un collar mágico a cambio de influir en Anfiarao para que acompañe a Adrasto en la expedición de los siete contra Tebas, a donde él no quería ir previendo que sólo sobreviviría Adrasto en dicha campaña. En segundo lugar, los hijos de Anfiarao, Alcmeón y Anfíloco, junto con los de los otros hijos de los caudillos caídos en la lucha contra Tebas deciden vengarse, pero como no se ponen de acuerdo dejan la decisión en manos de Erifile, quien decide que vayan a la guerra sobornada por Tersandro, el hijo de Polineces, con un collar mágico. Finalmente, Alcmeón se entera de que por la vanidad de Erifile murió su padre y de que él mismo había estado a punto de morir, así que consulta al oráculo de Delfos y Apolo le contesta que ella merecía la muerte, lo que él malinterpreta como una exhortación al matricidio y a su regreso la mata (vid. Robert Graves, Los mitos griegos, RBA, Barcelona, 2005, pp. 413, 418 - 419).
(12)   La caracterización de Ulises como “engañoso” o “traidor” abunda en los textos clásicos latinos. Así, en Horacio, “duplicis...Ulixei” (Carm, I, LI, 7); Virgilio lo califica de inventor de crímenes: “scelerum...inventor Ulises” (Eneida, II, 164). Ya en nuestro teatro áureo, véanse las palabras del personaje de Aurora: “Yo te confieso que quise / al Conde, de quien lo fui, / más traidor que el griego Ulises.”. (El castigo sin venganza, Lope de Vega, Cátedra, Madrid, 1990, edición de Antonio Arreño, vv 2040 –2042, p. 209). Para ver el desarrollo a través de los siglos de la figura de Ulises creo muy conveniente acudir al libro de Piero Boitani La sombre de Ulises, Ed. Península, Barcelona, 2001.
                   De todas formas, y dentro del ámbito hispano, a la obra citada de Antonio Buero Vallejo, podemos añadir: ¿Por qué corres Ulises?, de Antonio Gala (1975) o El retorno de Ulises (1946) de Gonzalo Torrente Ballester, curiosamente, las tres obras de teatro. Pero además podríamos sumar el Viaje a Ítaca de Lluis Llach, sobre la base del famosísimo poema de Kavafis, o el un tanto irónico poema de Manuel Vázquez Montalbán, titulado precisamente Ulises, y que aparece en Una educación sentimental. En el ámbito pictórico baste pensar en el conocido cuadro del Museo del Prado en el que Ulises descubre a Aquiles entre las doncellas entre las que se ha ocultado, titulado precisamente Aquiles descubierto, pintado nada más y nada menos que por Rubens y Van Dyck. Evidentemente hay muchísimas más representaciones del rey de Ítaca, pero valga únicamente ésta como muestra.
 
                   No muy distinta a la de Ulises fue la suerte posterior de otros personajes antiguos, no necesarimente mitológicos.Es el caso de Séneca, quien pasó de ser el modelo de filósofo en una de las primeras óperas que conocemos, La coronazione di Poppea (1642), de Claudio Monteverdi, a un nombre que nada significa en el Diccionario de prejuicios de Gustave Flaubert (Ed.Valdemar, 1995, p.226), en cuya entrada Séneca podemos leer: “Escribía en un pupitre de oro. ¿Era de París?”), pasando por esa falsa leyenda que nos lo presenta cruzando cartas con San Pablo y como converso al Cristianismo, como nos ha hecho saber Julio Caro Baroja (Las falsificaciones de la historia, Círculo de Lectores, Barcelona, 1991, pp. 32 y 168).
                   Por lo que Racine se refiere, el ácido Gustave Flaubert incluye en su Diccionario de ideas recibidas (que es el auténtico título del diccionario que acabamos de mencionar) la entrada Racine: “Bribón” (p. 222). Por suerte para Racine, otros autores son mucho más benévolos y, por qué no decirlo, también más justos con los auténticos merecimientos del dramaturgo galo.Y así, por ejemplo, tenemos los cuatro versos de Boileau en su Epître VII (1677):
“Jamais Iphigénie, en Áulide inmolée,
n´a coûté tant de pleurs à la Grece asamblée;
que dans l´heureux spectacle, à nos yeux etalé,
en a fait, sous son nom, verser la Campmêlé”
                   Por su parte, el novelista y crítico literario E. M. Foster, en su conocido libro Aspectos de la novela, nos dice lo siguiente: “Sus personajes – se refiere a los de la novela de Thomas Hardy Tess – se ven cogidos en una serie de trampas y quedan finalmente atados de pies y manos. Se concede una importancia incesante al destino y, a pesar de todos los sacrificios que se hacen en su honor, nunca vemos la acción como un ser vivo, del modo que sucede en Antígona, Bérénice o El jardín de los cerezos” (E. M. Foster: Aspectos de la novela, Debate, Barcelona, 1983. p. 99.
(13)   Por poner un solo ejemplo: en un cuento de Saki titulado La propuesta de paz, incluido en Crónicas de Clovis (Ed.Valdemar, Madrid, 2000, pp. 151 – 158) una baronesa de la más alta alcurnia británica pretende interpretar a Clitemnestra, no porque conozca su historia, sino porque es un nombre bonito. En realidad, ahí los grandes nombres de los personajes trágicos están irónicamente mencionados para hacer más patente la mediocridad de toda una clase social. Si eso pasa con el nombre de Clitemnestra, el de Egisto no corre mucha mejor suerte: así, por ejemplo, Rousseau lo utiliza para referirse al amante de su señora. O dicho en otras palabras, si Clitemnestra ya había pasado a ser sinónimo de mujer cruel y asesina, Egisto había hecho el camino paralelo para significar el amante de una mujer casada. (Jean – Jacques Rousseau: Confesiones, Planeta, Barcelona, 1993, Libro Segundo [Clásicos Universales Planeta, 222], introducción y notas de Carlos Pujol, traducción de Lorenzo Oliveras, pp. 77 y 80.
 
                   Existe otra posibilidad: la de indagar en el personaje para realzar algunos de los aspectos que lo revelan como un ser moderno. Es el camino elegido por alguien tan sensible al mundo grecolatino y a las mitologías de un buen número de culturas como fue Marguerite Yourcenar, la autora de esa espléndida obra que es Memorias de Adriano. En su libro Fuegos reúne “nueve prosas líricas” en las que ahonda en una serie de personajes del mundo griego – y la excepción de María  Magdalena – y nos prueba como son seres de una enorme actualidad. Así, por citar algún ejemplo: Fedra o la desesperación, Aquiles o la mentira, Fedón o el vértigo, Safo o el suicidio y, el que nos interesa en esta ocasión, Clitemnestra o el crimen. Por si esto no fuera ya bastante atractivo, al final de cada una de esas “historias”, la escritora francesa añade unos pocos comentarios, reflexiones poéticas de lo sugerido por cada uno de esas figuras del mundo helénico. Marguerite Yourcenar: Fuegos, Alfaguara, Madrid, 1995, pp. 103 – 111.
(14)    Varios de los personajes de las tragedias de Eurípides se encuentran lejos de su hogar, sin saber con exactitud qué actitud tomar. Así, por ejemplo, Medea se encuentra en Corinto, Helena vive en Egipto, Ifigenia e Orestes en Táuride, Electra vive en un casa de labor, en el campo, Ulises en el viaje de regreso a Ítaca en El cíclope, Fedra es una mujer cretense que se casa con Teseo, rey de Tesalia, adonde irán a vivir ambos, Fedra y Teseo van a  Trozén, exiliados, donde Hipólito es educado junto a Piteo, Ifigenia y Clitemnestra viajan a Áulide, Orestes y Pílades en Táuride, etc.( J. Pallí Bonet, p. XVIII). Esto recuerda en buena medida a otro importante creador, cinematográfico eso sí, que también sitúa a sus personajes en lugares o momentos de sus vida al margen de la rutina diaria, me estoy refiriendo a Alfred Hitchcock: pensemos en el viaje de la familia Mckenna en El hombre que sabía demasiado (1957), en el retiro forzosa de Scottie en Vértigo (1955) o en la situación del grupo de náufragos en la película homónima, entre otros muchísimos ejemplos posibles.
(15)     Existe una edición moderna llevada a cabo por Rafael Zafra y Esther Borrego, quienes se ocupan de la edición literaria y cuya edición musical está en manos de Álvaro Torrente; fue editada por la Fundación Caja Madrid y la Editorial Alpuerto, dentro de la colección Patrimonio Musical Español, y que fue la base para un concierto del prestigioso grupo Al ayre español, dirigido por Eduardo López Banzo y que fue grabado por Radio Clásica y que tuvo la amabilidad de pasarme el propio Rafael Zafra. En esos autos sacramentales y obras palaciegas de encargo hay una escenografía espectacular, en la que colaboraban algunos de los mejores arquitectos traídos a la corte desde Italia y podemos ver varios de los dibujos que hicieron para esos espectáculos en el documentado libro Calderón de la Barca y la España del Barroco, Sociedad Estatal Nuevo Milenio, Madrid, 2000, especialmente las páginas 338 - 345. Claro está, no sólo era Calderón quien disponía de los mayores arquitectos, como el famoso Cosme Lotti, a quien llega a recriminarle alguna de sus ideas para el teatro, sino que pueden verse también dibujos para escenografías realizados por F. de Herrera para Los celos hacen estrellas, comedia de J. Vélez de Guevara (1672 – 73). Los dos dibujos se reproducen en el libro de José María Díez Borque La vida española en el Siglo de Oro según los extranjeros, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1990, p. 227.
(16)   “Hasta Lully el teatro ocupó la cima de la jerarquía de las artes escénicas. Con el nacimiento de la tragédie en musique perdió su posición exclusiva. En las tragedias de Lully se reforzaba un elemento fundamental ligado al auge de la tramoya: lo maravilloso, que diferenciaba el teatro de Lully del de Racine”(pág.28)  “ Pero aunque Lully comprendió que le verso alejandrino no era el ideal para el tratamiento musical (por eso su aparición es excepcional), se inspiró directamente en su declamación, en particular en el teatro de Racine, en el que la proyección de texto estaba emparentada con el canto. Los versos musicalizados eran cortos, al contrario que los del teatro hablado. La melodía del recitativo seguía el ritmo y la entonación de las palabras. Su adaptación a la música derivaba de la declamación teatral.”. (Alexander Pham: La música de Lully, Goldberg (Revista de música antigua), nº 5, otoño de 1998, pp. 30 y 32).
(17)     “Tíndaro me entregó a tu padre por esposa, no buscando mi muerte ni la de los hijos que fuera yo a tener. Pero tu padre (Clitemnestra está hablando a su hija Electra), fingiendo una boda de mi hija con Aquiles, se la llevó a muy lejos de palacio, al puerto de Áulide, y allí la extendió sobre la pira y agostó la tierna mejilla de Ifigenia”. (Eurípides, Tragedias, II, Ed. Bruguera, Barcelona, 1982, p.91, edición preparada por José Alsina Clota).