IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (5)
8.-
IFIGENIA EN MÚSICA: “DA CAPO AL FINE”.
De una forma u otra, a estas dos tragedias les ha acompañado siempre la
música. En el caso de Eurípides (48) no podemos pasar por alto que algunas
partes de sus dramas eran cantadas, algo habitual por lo demás en el teatro
griego, e incluso sabemos que utilizaba la música más avanzada de su tiempo,
posiblemente influido por Timoteo, músico al que conoce y aprecia en la corte
del rey Arquelao de Macedonia en los años que abandona Atenas, hasta el punto
de que ese será un objetivo más en las acerbas críticas que hacia él vertía el
comediógrafo Aristófanes. Particularmente le critica el tipo de música que
emplea en sus dramas (vid. Las nubes, Las ranas, Thesmoforiuzantes),
pero también tenemos noticia de las críticas de Ferécrates en Los centauros (49).
Aristófanes, en concreto, hizo objeto de sus burlas y críticas a Eurípides de
una forma tan constante que casi roza la obsesión, pero que también nos informa
indirectamente de que el público conocía la obra de Eurípides. A propósito de
Aristófanes, Alfonso Reyes habla de su probidad de letrado, que “lo obliga a
corregir Las nubes, porque el público no acababa de entender si
participaba o no de ciertas ideas de Sócrates, y exigía de él posturas más
primarias y nociones a rajatabla. Eso explica que su rival Cratino se irrite de
ver que comprende y explique tan bien al mismo Eurípides a quien combate, y le
llame “poeta euripidaristofanizante”.(50)
Por desgracia, y como tantas otras cosas referentes al mundo de las
representaciones del teatro clásico griego, no nos ha llegado esa música,
excepto una suerte de antología musical, conservada en un papiro, entre cuyos
fragmentos se encuentran varios versos, casualmente, de la Ifigenia en
Áulide euripídea, que se han intentado reconstruir y de los que en el
apartado de anexos ofrecemos una muestra de ese intento. Adolfo Salazar, que
evidentemente desconocía el papiro con esa música, pues su libro es de 1944 en
su edición original mejicana, habla de “un fragmento del Orestes de
Eurípides, que verosímilmente debe de pertenecer a esa época de florecimiento
del genio griego” (51)
El tema de esta tragedia iba a tener una larga descendencia en el ámbito
musical a partir del Barroco, especialmente, pues consta una gran cantidad de
adaptaciones operísticas. Así, por poner el ejemplo de un cosmopolita músico
español, el doce de enero de 1779 se estrena en el Teatro San Carlo de Nápoles Ifigenia
en Áulide, escrita por el poeta y libretista de la corte Luigi Serio,
basándose en el libreto de Apostolo Zeno, sobre la obra de Eurípides. La parte
musical corrió a cargo de un joven español llegado a Italia no mucho antes y
que iba a gozar de un éxito impresionante
a lo largo de su carrera en buena parte de las cortes europeas, Vicente
Martín y Soler (1754 – 1806). Como era habitual en esa época, este músico compuso
para la ocasión la música de los tres actos de que constaba la ópera, más una
cantata a tres voces como prólogo y el ballet Griselda, que acompañaba
igualmente a la ópera (52). De esta ópera acaba de aparecer una grabación
íntegra a cargo de un director y una orquesta española en marzo de este mismo
año y las reseñas críticas parece que coinciden en que se trata de una ópera
sensacional en una versión excelente, algo que no puede extrañarnos a quienes
conocemos otras óperas de ese compositor. Grabación que, a juzgar por la
opinión del crítico musical Benjamín Ballifh, supone un verdadero acierto
musical en Martín y Soler, a pesar de la supresión de los personajes de la
diosa Diana y de la criada Elisena (¿la Doris de Racine?), y que, por lo demás,
sitúa adecuadamente algunas de las óperas de Mozart. No olvidemos que Lorenzo
da Ponte, el genial libretista de quien han aparecido recientemente sus
memorias, afirmaba que los dos únicos músicos que estaban a su altura eran
Martín y Soler y Mozart; para este último escribió la famosa trilogía Las
bodas de Fígaro, Così fan tutte y Don Giovanni.
Estas son
algunas de las opiniones de Benjamín Ballifh acerca de esta nueva grabación:
“Dans une version "allégée" (il y manque les personnages originaux de
la servante Elissena et de Diane), le chef éclaire en particulier la vitalité
des timbres et l'expressivité des caractères, très honnêtement tenues par les
chanteurs. S'il n'était le sujet héroïco-mythologique, l'on se croirait ici
dans une cour citadine, cernée par l'agitation de la rue, la brillante activité
des relations et des passions dévoilées. Le nerf, l'énergie embrasent l'action,
soulignant le feu dramaturgique d'un musicien de premier rang.(...)Ifigenia
montre, sur le registre tragique, l'étendue d'une écriture qui sait être
virtuose et humaine. L'oeuvre est celle d'un compositeur de 25 ans: elle
appartient à une période courte, de cinq années, de 1779 à 1783, pendant
laquelle Martin y Soler se consacre aux opéras serias, pour la Cour des
Bourbons de Naples. C'est l'époque des premières fouilles de Pompei, mettant à
l'ordre du jour, le souvenir palpitant d'une antiquité plus vivante que jamais.
Disposant d'un orchestre exceptionnel au San Carlo, des meilleurs chanteurs
d'alors, qui ont fait l'essor de l'opéra napolitain depuis le début du XVIII
ème siècle, Martin y Soler nous laisse une oeuvre forte, dense et caractérisée
où les parties vocales rivalisent d'audaces et d'acrobaties avec la pétulance
d'un orchestre agile et bondissant (éclats des hautbois). Aucun chanteur ne
faiblit dans cette constellation assez étourdissante de rôles fortement
individualisés qui précisent aussi, le contexte musical des premiers opéras de
Mozart. (...)Une révélation musicale rendue indispensable pour la haute tenue
de son interprétation”(53).
Pero otros muchos músicos tomarán el tema para sus óperas, empleando en
unos casos como base la obra de Eurípides, en otros la de Racine. Entre ellos
merece la pena mencionar a algunos de los más grandes compositores barrocos y
clasicistas como son Domenico Scarlatti, Antonio Caldara, Luigi Cherubini,
Christoph Willibald Gluck,, Heinrich Graun, Niccolò Jommelli, Nicola Porpora,
Tommaso Traetta o Nicola Antonio Zingarelli. Claro que la lista se amplía aún
más si incluyéramos la Ifigenia en Táuride, es decir, la continuación
temática de la anterior, que no sólo abordan más compositores de los que
acabamos de mencionar, sino que además se da la circunstancia de que prácticamente todos los que adaptan la
primera obra continúan también con la segunda, algo que por lo demás es
bastante fácilmente explicable por la intensidad que ambos temas tenían para
los músicos y las posibilidades de lucirse que llevaban dentro los temas de
esas obras, puesto que hasta el propio Racine pensó escribir en algún momento
una Ifigenia en Táuride, como ya hemos mencionado antes, en una hoja en
la que llegó a escribir un apunte de argumento y que ofrecemos en el apéndice
de anexos. Pues bien, esos músicos son: Michele Carafa, Henry Desmarets y André
Campra, Hugh Clarke y Charles Wood, Gluck, Ludwig Theodor Gouvy, Jommelli,
Nicola Piccini, Guiseppe Orlandi, Scarlatti, Angelo Tarchi, Traetta y Leonardo
Vinci (54)
Racine correría una suerte no muy distinta también por esos años que
parecen sentir una, llamémosla así, “fiebre Ifigenia”, aunque no hay que
remontarse a las óperas de Gluck, puesto que
en algunas de sus últimas obras, los coros son compuestos nada más y
nada menos que por Gossec, el músico que sucederá a Jean-Claude Rameau como
músico real. En efecto, el diecinueve de abril de 1774 se representa con gran
éxito en París Iphigénie en Áulide, cuyo libreto esta compuesto nada más
y nada menos que por el embajador francés en Viena Marie-François-Louis
Gand-Leblanc du Roullet, a partir de la obra homónima de Racine. La ópera
constaba de tres actos – como la mayoría de ellas por entonces, bien es cierto
– y había sido compuesta un par de años antes por Christoph Wilibald Gluck.
Gluck iba a revolucionar la ópera
europea a partir de 1767, año en el que se estrena su Orfeo y Eurídice,
y poco después con Alcestes, temas todos ellos extraidos de la
literatura y mitología griegas, como es evidente. Ambas obras iban a lograr en
pocos años éxitos extraordinarios en la capital gala en sus correspondientes
adaptaciones francesas, situando a su autor a la cabeza de los músicos en
Francia y buena parte de Europa. Por si esto fuera poco, en 1777 se atrevería
con Armide, empleando el libreto de Quinault para Lully, que se
consideraba el paradigma de la ópera barroca francesa. Curiosamente, Ifigenia
seguiría el camino contrario a Orfeo y Alcestes: se compuso
originalmente en francés y, posteriormente, fue traducida al alemán por Paul
Friedrich y Gunther Rennert para sus representaciones en teatros de ciudades
con esa lengua (55).
Tanto en París como en otras ciudades europeas la representaciones de
las dos Ifigenias obtuvieron un notable éxito. La visión y audición de una
versión reciente de Ifigenia en Táuride grabada en Viena que
contó como director musical al extraordinario William Christie nos da la clave
de ese éxito: aunque la puesta en escena no es la misma, porque no en balde
median más de doscientos años, el tratamiento musical es sencillamente
extraordinario: los lamentos de Ifigenia por haberse convertido en sacerdotisa
que ejecuta a quienes llegan a las costas de los Tauros, su inquietud cuando le
traen a Orestes detenido, el reconocimiento de los dos hermanos, el temor de
perder el poder por parte del rey de los tauros o el perdón de la mano de
Atenea son los momentos culminantes de una trama perfectamente ensamblada,
acompañada de una música que en todo momento se amolda a la historia a la que
acompaña, sin erigirse en protagonista o teniéndola como simple soporte de la
misma, que fue la razón de que la ópera barroca entrara en decadencia, como muy
bien explican el propio William Christie y John Elliot Gardiner, dos de las
grandes paladines del moderno interés por la ópera barroca, en un mediometraje
que acompaña a la ópera en la versión en DVD que comentamos.Notemos, a modo de
curiosidad, que al contrario que en la obra de Eurípides, en esta ópera muere
al final el rey de los tauros, Toante (56).
Particularmente interesante me parece la puesta en escena de esta ópera.
El director de la misma, al contrario que muchos de sus colegas (57), ha optado
por la simplicidad: un padre encarnado en una máscara gigante asesta una
puñalada en su hija, la cual pasa la ópera trastornada por ese momento de su
vida y por tener que ser ella quien se encargue de los sacrificios humanos que
ha ordenado Teonte, el rey de los tauros, a quien un oráculo ha anunciado que
un forastero lo matará. Este no es otro que Orestes, atormentado por su propio
matricidio y la muerte de Egisto, que se representa en escena con un inequívoco
regusto onírico, o más bien de pesadilla. La resolución de las escenas de
amistad fidelísima de Pílades y Orestes están muy bien resueltas, así como la
escena cumbre de la anagnórisis entre los hermanos y el perdón de Atenea, tanto
en lo muiscal como en lo escenográfico. El escenario es muy sobrio, con paredes
de rojo intenso; Ifigenia viste de blanco, al igual que el coro de mujeres que
la acompañan, aunque con una herida de la que mana sangre en el corazón de
todas ellas, mientras que Teonte viste completamente de negro y una corona orna
su cabeza. Tanto Orestes como Pílades visten igualmente camisas blancas. Y
todos los cantantes salen airosos tanto de sus interpretaciones musicales como
a la hora de sus interpretaciones actorales.
Respecto a la Ifigenia en Áulide de Gluck creo que hay dos puntos
que merecen la pena destacarse: primero, en la versión francesa Ifigenia es
sacrificada, de acuerdo con parte de la tradición literaria que conservamos (ya
hemos mencionado a Sófocles, Esquilo, el propio Eurípides, etc); sin embargo,
el propio compositor cambió el final en su versión alemana, de manera que la
obra no concluye con muerte alguna, sino que aparece la propia diosa Ártemis y
anuncia el final conciliatorio, que evita no sólo el sacrificio de la joven,
sino que no aparece la cierva por ninguna parte: “Then Ártemis herself appears
and renounces the sacrifice; thans to Iphigenia´heroism, she is ready to pardon
Agamemnon´s misdeed: Agamemnon raises a son of thanksgiving to the goddess,
which leads to a general apoteosis”(58). En segundo lugar, en 1847 Richard
Wagner realizó una revisión de la ópera de Gluck, a quien admiraba
profundamente, que obtuvo una notable fortuna en los teatros alemanes. Además
de traducir la ópera al alemán, Wagner reorquestó la partitura y compuso un
nuevo final, que no es otro sino el que ya Eurípides empleó en su Ifigenia.
Y, para rizar el rizo, este final, traducido al francés, fue el empleado con
ocasión de la representación de la ópera –en su versión francesa- bajo la dirección de Ricardo Muti, que
inauguró la temporada 2002-03 del Teatro de la Scala de Milán, concretamente
del diez de diciembre de 2002, en una decisión que algún crítico ha encontrado
discutible, como lo demuestra la reseña de ese concierto a cargo de Andrea
Sancini en una página que puede consultarse en internet (59).
Por lo que a la puesta en escena de esa versión de Muti, esto es lo que
no dice Andrea Sanchini: “Yannis Kokkos, both director ans scenery/costume
designer, rejected any modern reinterpretation of the libretto, offering which
pays hoamge to tradition and is equally sober and majestic. He used all of the Arcimboldi´s humongous
stage,( displaying among other things, a huge marble staircase and figureheads
of teh ships at anchor awaiting the departure for Troy) and put great care into
the design of the 17th-century-style costumes; tehe interpretation of carácter
he mostly left to the songers. The many splendid divertissements, however, were
choreographed by Micha van Hoecke rather dully: he seems to have given up on
teh idea of staging historically achurate movements in Rococo style in favor of
more conventional psotures which did not allow the ballet dancers to fully
express their talent”(60).( Me imagino que este Yannis Kokkos sea el
mismo que ya nos ha aparecido como director de escena a propósito del vestuario
de los personajes, citado por Sabine ....).
No
obstante, en el mercado todavía puede encontrarse la grabación que en el
Festival de verano de Viena de 1962 se
realizó en directo bajo la batuta de Karl Böhm, uno de los grandes directores
musicales, como demostraría también con la trilogía Mozart-Da Ponte o con
algunas de sus grabaciones, en directo igualmente a esta últimas, de varias de
las óperas de Wagner. Pese a no ser una grabación en estéreo y,
desgraciadamente, no incluir el libreto, podemos apreciar perfectamente la
sensibilidad y la comprensión que de la partitura tiene ese director, así como
el haberse rodeado de un elenco de cantantes más que notables. Eso sí, gracias
a las fotos que acompañan el cuadernillo informativo, podemos apreciar que los
cantantes viste un vestuario a la griega, según los cánones de la década de los
sesenta, claro. Se trata de una grabación en directo recogida el 3 de agosto de
1962, dentro de los Festivales de Verano de Salzburgo (61). Además, al incluir
opiniones de varios críticos musicales de la época, podemos saber que la
representación de la ópera de Gluck tuvo en importante éxito y que Böhm llegaba
a ella tras haber llevado a escena previamente Orfeo y Eurídice y Alcestis;
es decir, algo parecido a lo que ha hecho el propio Ricardo Muti, que antes de
afrontar la Ifigenia en Áulide había pasado por esas dos óperas, además de la Ifigenia
en Táuride y Armide.
Y
si nos desplazamos en el tiempo descubrimos que se pusieron música alos coros
de las dos últimas obras de Racine (62). También podemos recordar que Gabriel
Fauré, el compositor de un justamente célebre Réquiem, creó un”Cantique
de Jean Racine”, tal vez inspirado en los versos del dramaturgo francés, aunque
no he logrado averiguar este particular. Existen otras adaptaciones musicales
más recientes, como lo prueba la cantata a solo de P. D. Q. Bach titulada Iphigenia
in Brooklyn, El ballet de Charles Le Picq, cuyo título también es Iphigénie
y, por último, al menos de los que hemos buenamente averiguado algo, la obra de
Samuel Costers Iphigenia. Incluso podemos referirnos a una curiosa
versión de este tema del que venimos hablando, no sé de qué calidad, pero desde
luego de un llamativo título: Iphigenia Crash Land on the Neon Shell that
was once her Heart (A Rave Fable), (62) estrenada en Nueva York en
septiembre de 2006. No he leído las reseñas en las que la prensa se ocupa de
esta representación, aunque vienen marcadas en la página de internet de la que
he obtenido esta información, pero lo que parece fuera de toda duda es que ello
demuestra el interés que todavía despierta el mito de Ifigenia en nuestros
días. Otra cosa es que adaptaciones o reinterpretaciones como ésta estén a la
altura de las circunstancias, pero eso ya se sale del marco del presente
trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario