IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (4).
6.- LOS RECURSOS LITERARIOS.
De más está señalar que Ifigenia, como texto literario, y
especialmente poético que es, hace gala de un amplio y variado repertorio de
figuras y recursos literarios. En el caso de Racine podemos indicar, a modo de
ejemplos, los siguientes:
Estructuras paralelísticas: que tiene como fin una intensificación
de la “temperatura emocional” de la escena a la que pertenecen:
“¿Qué oleadas ...
¿Qué ruinas...
¿Quién ...” (vv.795 y ss).
“¿Qué quería yo irme...
¿Qué me había hecho a mí?.
¿Qué interés me reclama?.
¿Por quién...?”. (versos 1367 y ss)
“¿Qué digo...?. ¿Qué pretende
mi celo sacrílego?
¿Qué plegaria alcanzaré cuando
vaya a inmolarla?”(versos 1440 y
ss.)
No menos numerosos son los sintagmas unidos de manera asindética,
esto es, sin conjunciones, que contribuye igualmente a un particular crescendo
emotivo. Prueba de ello son versos como los siguientes:
“Pero todo duerme: la armada,
el viento, Neptuno” (verso 9).
“Su gloria, su amor, mi padre,
el deber, / gran poder le otorgan sobre mi corazón”. (Versos 596 – 597).
[...] “los muertos, Lesbos, las
cenizas, las llamas, / son señales de que Amor os lo ha grabado en el
alma”. (vv. 677 – 678).
“Sois en este lugar / su padre,
su esposo, su asilo, sus dioses” (vv. 939 – 940).
“El tumulto de un campo,
soldados, marinos, / un altar erizado de dardos y de lanzas”. (vv. 787 – 788).
“¿Qué mi palabra, mi amor, mi
honor lo iban a consentir?” (verso 1341).
“Feliz con la boda, barcos,
armas, soldados, / de todo le di promesa, pero no a Menelao”. (versos 1391 –
1392).
Sería extraño encontrar una tragedia en la que, en un momento
determinado, los protagonistas no se debatan en sus dudas, en la vacilación con
la que afrontar un hecho concreto o en la sospecha de algún mal que los
acecha. Ello suele venir expresado a
través de antítesis, que evidencian ese estado dubitativo que agita el
interior de los personajes, y de ello también tenemos varios ejemplos en
Racine:
[...]” pondré en libertad a mi
pena y su dicha”. (verso 398)
“¡Peligros favorables!
¡Esperanzas inútiles!”. (Verso 1089).
[...] “será el sacerdote la
primera víctima”. (verso 1601).
“¿Moriré tantas veces sin salir
de la vida?”. (verso 1659).
No menos interesante es el capítulo de algunas imágenes
seleccionadas, de una fuerza poderosa, como las siguientes:
“Troya vio su incendio [el de
Lesbos]; / y hasta sus puertos llevaron las olas restos y cadáveres”. (vv. 235
– 236).
“¿Querría yo, señora, a un
vencedor furioso / que ante mí se presenta todo en- sangrentado / con la
antorcha en la mano y ávido de matanza / pega fuego a Lesbos?”. (vv. 675 –
678).
¿Y qué decir del
conmovedor momento en el que un padre sienta a su hija en sus rodillas y le va
enseñando el nombre de las tierra que va a conquistar? (vv. 1195 – 1196).
“¡Huid!. ¡Ojalá los dioses,
contentos con mi llanto, / tarden en devolverla a mi triste mirada!”. (vv. 1475
– 1476).
“Será el sacerdote la primera
víctima; / la pira, por mis manos derribada y destruida / dispersa flotará en
sangre de verdugos”. ( vv. 1601 – 1603).
En el caso de Eurípides, es preciso reconocer que la utilización de
recursos literarios también es sobresaliente. Así, por un lado, podemos
encontrar bellas descripciones a base de una amplia gama cromática, digna del
pintor que parece que en algún momento deseó llegar a ser Eurípides:
“¡Llegará, sí, al
Simunte ya sus remolinos argentados la muchedumbre del ejército de los griegos,
con sus naves y sus lanzas! Hasta Ilión y la llanura febea de Troya, donde sé
por oídas que Casandra agita su rubia melena ornada de verde corona de laurel,
cuando la inspiran los proféticos impulsos del dios”. (Vv. 752 – 761).
Al igual que a continuación veremos en Eurípides, y probablemente
siguiendo su ejemplo, pues se trata de una técnica muy eficaz dramáticamente,
encontramos varios versos en esticomitia, esto es, aquellos en los que un
personaje habla con el mismo número de versos que otro: véase las páginas 137 –
140.
Y
otro recurso característico de todo el teatro griego, que va a emplearse en
todos los demás, seguramente no por influencia de unos en otros, sino por pura
y simple utilidad dramática es la ironía trágica: vv. 17, 547 y 578, entre
otros.
Al igual que Racine, también aquí podemos hallar imágenes poderosas:
Aquiles.- “¡Pronto
sabrá mi espada, que antes de llegar ante los frigios salpicaré de cuajarones
de sangre mortal, si va a arrebatarme alguien a tu hija!”. (vv. 971 – 972).
En una obra con la carga dramática que tiene ésta, es lógico que no sea
infrecuente el uso de antítesis, reflejo de los vaivenes que sufren los
personajes ante las serie de acontecimientos que se ven incapaces de superar:
“Pero lo que
entonces yo había decidido mal, de nuevo lo he vuelto a reescribir bien en esta
tablilla, que en la tiniebla de la noche me viste abrir y cerrar y volver a
cerrar” ( vv. 108 –110).
“Es dulce la luz.
No me fuerces a ver la tinieblas bajo la tierra” (Ifigenia dirigiéndose a su
padre en los versos 1218 –1219).
“Las cosas más
odiosas las compramos con las más queridas” (v. 1170).
“Así este día vioa
tu hija muerta y viva” (v.1612).
“Todo el mundo
percibió claramente el ruido del golpe, pero nadie vio a la joven, por dónde
desapareció en la tierra” (vv. 1583 – 1584).
Otra figura literaria que emplea en ocasiones es la de aludir a un
término mediante un sinónimo en aposición o directamente omitiendo el término
principal, por ser conocido por el público:
AGAMENÓN: “En
contra de mi misiva anterior te comunico, retoño de Leda, que no envíes a tu
hija hacia la sinuosa costa de Eubea, a Áulide a la que no baten las olas. Pues
es preciso demorar para otras épocas el festín de bodas de nuestra hija” (vv.
115 –123).
Es decir, en la famosa carta que intercepta Menelao encontramos un modo
indirecto, por sinonimia, de llamar a su esposa Clitemnestra, hija de Leda,
según la mitología griega más habitual. De otro lado, Áulide se presenta en
aposición a un topónimo que la designa igualmente. Y, en tercer lugar, notemos
un rasgo extramadamente sutil por parte del gran trágico: primeramente se
refiere a Ifigenia como “tu “ hija ( de Clitemnestra), y sólo al final la joven
pasa a ser “nuestra” hija, o lo que es lo mismo, parece como si Agamenón
tuviera un lapsus mentis,que lo lleva a pensar en que la responsabilidad
del sacrificio de su hija no fuera suya, sino de su esposa; o como si no
quisiera verla como hija a Ifigenia, ya que, a fin de cuentas, él va a ser el
responsable de la muerte de su primogénita, y su lenguaje “inconscientemente”
evita reconcerlo así. Ello no debe sorprendernos, dado que ya Lacan nos avisó
que, en ocasiones, la lengua dice incluso aquellos que nosotros nos negamos
rotundamente a nosotros mismos.
Otro recurso por el que Eurípides siente particular predilección es la
esticomitia, como podemos apreciar en un buen número de sus tragedias. Aquí, en
concreto, es bien visible entre los versos 1433 y 1460, en el diálogo que
mantienen Ifigenia y su madre o entre los versos 698 y 741 entre su padre y
Clitemnestra.
No deja de ser curioso, por otra parte, que Eurípides innove en lo que
concierne a la forma de ser de algunos de sus personajes o en lo que relativo
al devenir de las tramas, aunque esto puede ser explicable desde el momento en
que esa era una forma de sorprender al público, que conocía bien los hilos
argumentales de la mayoría de las historias mitológicas. Ya hemos indicado
alguna de esas novedades, tanto en Ifigenia como en otras obras de este autor,
pero a lo mejor no está de más el indicar que incluso se permite incluir en sus
tragedias opiniones que nos llaman la atención por ir en contra de lo que nos
dicen la mayor parte de la tradición. Tal es el caso de la frase que hallamos
en los versos 1610 – 1611:
“Desde luego los designios de los dioses son
imprevisibles para los hombres.
Pero ellos salvan a los que aman”
que contrasta con la famosa sentencia “ A quien los dioses
aman mueren jóvenes”.
Como ya señalábamos en Racine, podemos apreciar igualmente paralelismos
como, eficaz modo de canalizar las emociones que se buscan transmitir al
espectador:
“¿Dónde tendrá
algún poder la imagen de Pudor o de la Virtud, cuando la impiedad ejerce el
dominio, la virtud está desdeñada y rezagada entre los hombres, y la ilegalidad
oprime a las leyes...?” (vv. 1089 – 1095).
“Qué ruegos vas a
decir entoces? ¿Qué pedirás para ti, al degollar a un hijo? (vv. 1185 –1186).
“ni que Zeus
hiciese soplar vientos diversos, a unos ena navegación feliz, a otros
desgraciada; a unos los obliga a amainar velas, a otros a esperar veintos
propicios” (vv. 1319 – 1329). (Utilizo aquí la versión de Julio Pallí Bonet).
La
anáfora es otro recurso literario al que acude el trágico griego, puesto que
hace que las palabras de emisor adquieran una particular intensidad emotiva en
crescendo, como decíamos en el caso de Racine:
“Fui la primera en
llamarte padre y la primera a quien llamaste hija; la primera que puse mi
cuerpo sobre tus rodillas, que te di y recibí cariñosas caricias” (vv 1220 – 1222).
Podemos señalar, así mismo, la presencia
de uno de los tópicos literarios que más éxito tendrá en la historia de la
literatura, como es el del locus amoenus:
“ ¡Ojalá que nunca
él [Paris] (...) viniera a habitar cerca del agua límpida donde están las
fuentes de las Ninfas, y el prado que verdea con frescas flores y con rosas y
los jacintos que las diosas recogen!” (vv. 1293 – 1300).
Particularmente destacable respecto al uso de repeticiones es el parlamento
de Ifigenia en los versos 1280 – 1318, uno de los momentos cumbres de la
tragedia, pues los dice inmediatamente antes de ser colocada en el altar del
sacrificio. Dichas repeticiones buscan, claro, conmover al espectador, pues en
su último lamento antes de morir la joven doncella se queja de ser víctima de
un designio que no ha escogido y de perecer por un hado superior contra el que
de nada valen sus súplicas. ¡Y qué mejor modo que transmitir esos sentimientos
desoladores y que apenarían considerablemente a los espectadores que con esas
palabras que se repiten como “llamadas a la conciencia”, como una especie de
letanía religiosa, como si se tratara
casi de una oración, como un rumiar de ideas y sentimientos que apenas sabe
verbalizar, tal es la emoción que la embarga, y a nosotros con ella!:
“¡Ay de mi madre!
¡Que la misma, la misma canción de desdicha a ambas nos vale! ¡Nunca más,
nunca, habrá para mí luz ni esplendor de este sol! (...) a Paris, a quien ideo,
ideo llamaban, sí, llamaban en la ciudad de los frigios! (...) ¡En cuanto al
hombre que me engendró, desdichada de mí - ¡oh madre, madre! – se ha marchado
tras dejarme sola y abandonada a traición!. ¡Desgraciada de mí, amarga, amarga
he sufrido a la funesta Helena! ¡Voy a ser asesinada! ¡Perezco por obra del
degüello impío de mi impío padre!”(38).
7.- EL SACRIFICIO.
Las explicaciones de la ira de Ártemis para exigir ese sacrificio son
variadas: algunos opinan que se debe al ciervo que Agamenón ha matado en un
bosque, lo que puede verse como un doble delito, por el hecho de que el ciervo
es uno de los animales consagrados a Ártemis y porque el bosque es el espacio
natural en el que el que esta diosa se mueve, como es lógico si consideramos
que es la diosa, entre otras cosas, de la caza, razón por la cual en Roma se
habla de Diana Cazadora y se la representa en esculturas y pinturas
precisamente con ropa de caza y con los útiles necesarios para realizar la
misma: el arco y un carcaj lleno de flechas. Apolodoro., por su parte, atribuye
ese ira al comentario del rey griego tras cazar al ciervo, “ni Ártemis” - en lo
que coincidiría con lo que dice Electra sobre el particular en la obra homónima
de nuestro dramaturgo - y también a que su padre Atreo no le había sacrificado
la oveja de oro (39). Además, y en lo que puede interesarnos, Apolodoro añade a
continuación de las palabras que acabamos de citar otras muy interesantes:
“Recibido este oráculo, Agamenón envió a Odiseo y Taltibio ante Clitemestra
para pedir a Ifigenia (...). Así, Clitemestra la dejó ir, y cuando Agamenón se
disponía a degollarla sobre el altar, Ártemis, poniendo en su lugar una cierva,
arrebató a Ifigenia y la consagró a su sacerdocio en el país de los Tauros;
algunos dicen que la hizo inmortal”. Es decir, Apolodoro coincide con la
versión de la historia que dice que fue Odiseo quien la llevó a Áulide desde el
palacio paterno en Micenas, como ya hemos indicado en otros lugares de este
mismo trabajo.
No parece difícil demostrar que hay una larga tradición literaria,
posiblemente haciéndose eco de costumbres ancestrales de algunas culturas, que
nos presenta el sacrificio de una joven. Sin ir más lejos, en la propia
mitología griega tenemos el caso de Erecteo, el mítico rey de Atenas, que atendiendo a
un oráculo, ofrece sus propias hijas al sacrificio, a fin de prevalecer sobre
los enemigos de su ciudad (40). El caso más conocido. no obstante, es el de
Isaac, que ha de ser sacrificado por su padre Abraham como prueba de amor a
Dios, según se nos muestra en La Biblia (41). Podríamos señalar también
el mismo ejemplo de Dios ofreciendo a su único hijo para liberar a los hombres
del pecado original. En la religión cristiana el sacrificio tiene un valor
redentor, como señala acertadamente Sabine Gruffat, y no carece de precedentes
bíblicos, como ciertos pasajes del Éxodo, donde se habla de las antiguas
costumbres, bastante extendidas entre los diversos semitas, que hicieron
obligatorio el sacrificio del primogénito(42).
También en La Biblia podemos hallar el caso de la hija de Jefté
(es curioso comprobar que este tema también va tener un cierto éxito musical,
pues será adaptado por Giovanni Carissimi (1605 – 1674) probablemente en un
oratorio, pues los temas bíblicos se trataban en los oratorios frente a los
temas mitológicos, históricos o de origen literario, que se abodaban en la
ópera -, por Jean-Marie de Monteclair (1732) y el famosísimo oratorio de George
Friedrich Haendel, 1752). Jefté ofrece en sacrifico a su única hija a Yavé,
aunque ello contradice la prohibición bíblica de los sacrificios humanos, pese
a lo cual, en Hebreos 11 se le nombra como uno de los más importantes
profetas judíos.Ahora bien, a raíz de la recepción de esta historia en los
siglos XVI y XVII, Anna Linton cree que se puede interpretar que la hija de
Jefté no llega a ser sacrificada, sino que “merely dedicated to lifelong
virginity. This argument was
quiclky co-opted into a bitter controversy about the validity of vows and
religious orders in the early years of the Reformation, yet literary workings
of the story by such dramatists as George Buchanan, Jacob Balde and Christian
Weise hold firmly to the idea that the daugther was slain. The reason for this
are analysed, and links are draen with the literary treatment of that other
sacrificed virgin, Iphigenia” (43)
De todas formas hay
que detenerse siquiera un momento en la circunstancia de que la diosa Ártemis
se lleve a Ifigenia por los aires hasta Táuride, donde será la responsable como
sacerdotisa del templo a esa diosa consagrado, tras sustituirla en el altar por
un ciervo (44). El ciervo es el animal consagrado a Ártemis, no en vano
excelente cazadora, de ahí su furia contra Agamenón por matar a uno de esos
animales, y por ello también entre dentro de la lógica que pueda ser el animal
que se le ofrezca en sacrificio. Pero además de todo esto, conocemos casos en los que un joven es, no sustituido
como aquí, sino metamorfoseado en ciervo, bien como castigo por la diosa
Ártemis, que convierte a Acteón en ciervo para que no se jactara ante sus
compañeros de haberla visto desnuda y bajo la apariencia de ese animal perecerá
despedazado por su jauría de cincuenta sabuesos. O bien como forma de tener a
sus prisioneros el gigante Galligantua, que ha transformado a valientes
caballeros y hermosas damiselas “en toda clase de pájaros y bestias, incluso en
insectos y peces”..., pero quien relata al héroe de este relato dichas
mutaciones pone especial hincapié en “la bella hija del duque,[...]( que ahora
tiene la forma de una cierva blanca”. Ni que decir tiene que Jack el matador
de gigantes, que así es como se llama el relato recopilado por Flora Annie
Steel en sus Cuentos populares ingleses acabará con ese gigante y hará huir al mago
que lo ayudaba, de modo que el encantamiento desaparece y todos los que habían
sido transformados en animales recuperan su anterior forma, “incluido la hija
del duque, quien, de una cierva blanca pasó a convertirse en la doncella más
linda y virtuosa sobre la que jamás hayan caído los rayos del sol”. La historia
terminará con el rey concediendo la mano de esa doncella a Jack y éste y su
esposa y sus hijos viviendo en paz y alegría por el resto de sus días en el
castillo que también le ha concedido el rey Arturo (45).
Evidentemente, conforme más atrás en el tiempo nos remontamos, más
concomitancias solemos descubrir entre las tradiciones y las literaturas
antiguas, de modo que nada tiene de extraño que tanto el sacrificio de Isaac
entre los semitas como el de Ifigenia en Grecia puedan tener un carácter
ritual. Es sabido que no son pocas, por no decir que fueron la mayoría de las
que conocemos, las culturas que han ofrecido sacrificios humanos a los dioses,
pero precisamente el grado de civilización de cada una de ellas se va
apreciando justamente en la posterior sustitución de seres humanos por animales
en esos sacrificios – pensemos en la cierva que sustituye a Ifigenia o en el cordero que hará lo propio con Isaac-.
Esta costumbre todavía es muy frecuente en determinadas culturas, si bien es
verdad que, con el tiempo, otras han optado por un nuevo cambio: esos
sacrificios dejan paso a ofrendas de alimentos y abalorios, como sucede en
Nueva Guinea y Papúa, donde eso es lo que se ofrece a los dioses cuando se les
invoca para que sean propicios a los humanos, tanto en las cosechas, como en la
paz con otras tribus, como en el bienestar general de los habitantes de las
aldeas.
Eso por lo que se refiere la mundo antiguo, pero podemos encontrar este
mismo tema en otras culturas conforme nos acercamos a nuestra época. Así, por
ejemplo, en El tío Silas, Sheridan le Fanu( 1778 – 1805) presenta
a una heroína cuyo padre está obsesionado por la idea de que su hermano Silas
ha sido gravemente incomprendido y envía a su hija a casa de Silas, en donde
está a punto de ser asesinada. En El egoísta, de Meredith, la heroína es
empujada al matrimonio con el antihéroe “egoísta” debido, en gran parte, a la
total incapacidad de su padre para entender cualquier cosa que se salga de su
propia comodidad.
El mismo tema aparece en Shakespeare. Portia, al someterse a la aprueba
de los cofrecillos, que ha sido dispuesta por su padre por razones no
declaradas, y a riesgo de contraer matrimonio con dos pretendientes
indeseables, dice: “estoy aquí dispuesta al sacrificio”, haciendo referencia a
Hesione, otra víctima expiatoria femenina, rescatada por Hércules. A veces la
heroína tiene que someterse a su papel expiatorio, que es lo que le sucederá a
Virginia, la protagonista de la novela francesa del XVIII titulada Pablo y
Virginia.
En una obra de teatro bastante posterior, Santa Juana, de Georges
Bernard Shaw, encontramos también el sacrificio de una virgen. Ello nos lleva a
la conclusión – explica Northorp Frye- de que “la virgen que es sacrificada o
que escapa al sacrificio y permanece virgen, simboliza de modo similar el otro
principio[el primer principio es el principio estructural del ciclo y de su
adaptación a él representado en la virgen que contrae matrimonio al final de la
historia], la separación o polarización de la acción en dos mundos, uno
deseable, el otro detestable. Esta es una razón por la cual a menudo se nos
presentan dos heroínas en la literatura romántica, una relacionada con la
virginidad y la otra con el amor y el matrimonio (46).
Y
para terminar con ese apartado, notemos que tal vez todo esto del sacrificio de
un o una joven esté relacionado, en cierto modo, con la costumbre de levantar
un edificio (una iglesia, un templo, etc.) entre cuyos cimientos estuviera el
cadáver de una mujer, para asegurarse que la edificación iría bien, que
resistiría los avatares del tiempo y que no se granjearía la cólera de Dios. No
recuerdo dónde leí esta costumbre, acaso en el libro de Marvin Harris Vacas, cerdos, guerras y brujas (1974),
pero sí que este caso es rastreable en la literatura. Y para muestra ahí va un
ejemplo: en el relato de Marguerite Yourcenar La leche de la muerte, una
madre es enterrada por sus propios cuñados, que han asesinado a su hermano
previamente, en una torre que se está construyendo. Ahora bien, no la tapan del todo porque ella les ha
suplicado a sus cuñados que dejen una obertura a través de la cual pueda seguir
amamantando a su bebé. Una vez que éste puede valerse por sí mismo el cuerpo y
los huesos de la madre se convierten en polvo (47).
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