IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (2)
2.- EL PLANO TEMPORAL.
Tal vez nunca se destaque lo bastante las arbitrarias conclusiones que
algunos estudiosos le adjudicaron al bueno de Aristóteles en su Poética,
puesto que él nunca llegó a imponer, ni
siquiera a plantear como desiderátum normativo, las famosas tres unidades.
Entre otras razones porque él estudiaba cómo era la tragedia, no cómo
debía ser. Y lo que parece claro en ambas obras es que su acción, única y
principal bien es cierto, se desarrolla en un solo lugar (el campamento griego,
delante de la tienda de Agamenón, más exactamente) y en un periodo de tiempo
que no alcanza las veinticuatro horas, Sin embargo, hay que considerar que lo
que para Eurípides no era sino la forma normal de presentar un obra, para
Racine y sus colegas franceses como Corneille o Molière era una imposición que
encorsetaba la propia estructura y organización de sus obras; contra ello
tenían que luchar para llegar a un resultado que satisfaciera a sus espectadores, en primer
lugar, y a los críticos y adversarios en segundo lugar, razón ésta última en absoluto
baladí como veremos páginas adelante. No deja de ser curioso que, a pesar de
una imposición externa tan artificial como imprescindible en la época, Racine
consiguiera los extraordinarios resultados dramáticos que alcanzó con sus
tragedias.
Pero volvamos a las dos obras que nos ocupan, en las en que ambos casos
la acción arranca cuando todavía no ha salido el sol, como lo prueban algunos
de los versos de ambas tragedias:
ANCIANO: [...] Desde luego la vejez me hace insomne ...
AGAMENÓN: No hay rumor, ni de pájaros ni de mar. Los silencios del
viento dominan este estrecho de Euripo.
ANCIANO: [...] Aún reina el reposo aquí en Áulide y los centinelas de
los muros están inmóviles.
(Eurípides: Ifigenia
en Áulide, vv. 4-5 y 9 y 17)
AGAMENÓN: Sí, es Agamenón, tu rey, quien te despierta.
Ven, reconoce la voz que te llega al oído.
ÁRCADE: ¡Sois vos mismo, Señor! ¿Qué necesidad
Os ha hecho adelantaros tanto a la aurora?.
Apenas una débil luz os alumbra y me guía.
Sólo vuestros ojos y los míos están abiertos en Áulide.
(Racine: Ifigenia, vv. 1- 6)
El resto de la trama argumental se desarrollará a la largo del día,
aunque no hay indicaciones muy concretas respecto al tiempo que va
trascurriendo, sólo se pueden rastrear algunas como: “Os repito que huyáis. Y
yo, para ayudaros, voy a engañarlo (a Calcas) con falsas razones. Ordenaré
suspender esta funesta pompa y, al menos, le solicitaré el resto del
día”(página 777 escena X del acto IV de la obra de Racine). Es decir, pasamos de
la oscuridad real (merced a esa noche que es lo primero que puede contemplar el
espectador) y metafórica ( ni el criado, ni Clitemnestra, ni Aquiles ni
Ifigenia saben nada de la decisión de Agamenón ) a la claridad real (llegará la
aurora) y también metafórica (los personajes citados empiezan a descubrir
cuanto ignoraban y ese conocimiento los impele a actuar). No deja de ser
igualmente significativo – y es difícil que un detalle de esa trascendencia se
le pasara a dos escritores tan curtidos y tan conocedores de las posibilidades
de la representación teatral- que aquellos personajes “oscuros”, que ocultan
planes, ideas o que al menos están al tanto del problema central planteado por
la exigencia de los dioses, sean presentados justamente en un espacio aún en
sombras, como sombrías son también sus intenciones, su forma de ser y su forma
de comportarse (Menelao en el primer caso, Ulises en el segundo). Y, por
último, es curioso la importancia que tiene en Racine un encuentro nocturno,
como se puede apreciar en varias de sus obras.
En cambio, y en clara antítesis respecto a ellos, los personajes nobles
de corazón, honestos y que no guardan planes perversos en sus almas no
aparecerán hasta que ha llegado el día. Tal vez esto pueda parecer una
asociación un tanto simple, pero de lo que no hay duda es de que resulta muy
eficaz, y estamos ante dos dramaturgos que manejan a la perfección todos los
elementos dramáticos a su alcance, y no hay duda que ese tipo de relaciones
llamémoslas lumínico-emocionales les son muy útiles. No conviene olvidar, por si esto no fuera
suficiente, que en el caso de Racine las representaciones teatrales y
operísticas ya se realizaban en teatros oscuros, frente a los hermosos y conocidos
y al aire libre teatros griegos, y en consecuencia, estos efectos de
iluminación se utilizarán con frecuencia a lo largo de todo el siglo XVII. Por
si esto no fuera suficiente prueba, conviene recordar que el mismo Racine no
sólo aprovecharía esas posibilidades para la puesta en escena de sus dramas,
sino también para algunas de las óperas que escribió juntamente con el famoso
Boileau -al menos dos libretos de ópera para la corte, muy bien pagados, todo
sea dicho de paso-, y en la ópera ese tipo de cosas estaba a la orden del día,
no en vano era el gran espectáculo en esos momentos en toda Europa. Esto lo
prueba no sólo el teatro clásico francés, sino también nuestro propio
repertorio nacional de teatro en los llamados Siglos de Oro, y nos han llegado
varias obras de teatro y varios obras para ópera de, por ejemplo, Calderón de
la Barca, dramaturgo real a quien cabe atribuirle los libretos de las
consideradas dos primeras óperas de nuestro país, a saber: Celos aún del
aire matan y La púrpura de la rosa. Lo que no nos puede llevar a
pensar que la música se limitaba al mundo palaciego y las representaciones
cortesanas, puesto que también poseemos la música, entre otras, de un auto
sacramental del mismo Calderón, que puede verse casi como si de una ópera se
tratara, Primer y segundo Isaac.(15).
A
pesar de la ausencia de datos internos precisos en las dos tragedias a
propósito de la hora del día en la que tendrá lugar el sacrificio, es hasta
cierto punto razonable pensar en una hora a caballo entre la tarde y la noche.
Y ello por varias razones. Primeramente, porque de este modo se cerraría la
obra de una manera perfecta: de noche a noche. En segundo lugar, y muy en
especial en el caso de Racine, oscurecer el escenario para lograr efectos de
luz llamativos con esa escena era algo efectivo y tremendamente emotivo para el
espectador. En tercer lugar, no pasemos por alto un detalle muy importante: ese
tipo de efecto de luz y sonido –recordemos los versos 1776 –1784, en los que se
nos describe con detalle no sólo los sonidos que podía percibir el espectador,
sino incluso el olor a incienso – era moneda corriente en la ópera barroca
francesa, que, como veremos más adelante, competía y ganaba en el favor del
público noble al teatro de Racine y de sus contemporáneos. En consecuencia, nada
tiene de extraño que los dramaturgos del XVII pretendieran batir a los
compositores barrocos con sus propias armas (16). Y en cuarto lugar añadiría
una cosa más: como puede verse en algunas de las muchas pinturas o grabados que
se ocupan de la escena del sacrificio de Ifigenia, parece que hay una cierta
predisposición a que la escena se desarrolle con la noche ya llegada, bien
porque de ese modo se ve mejor la luz de las llamas – y es que es varias
imágenes en las que, curiosamente, se dibuja una hoguera como lugar en el que
se va a consumar la inmolación, lo que todo sea dicho de paso también tiene su
base en un pasaje de Eurípides (17), como en el caso bíblico de Abraham e Isaac
-, bien porque de esa manera detrás de la escena puede verse la luna, que como
sabemos es un elemento asociado a Ártemis , cuyo equivalente en el panteón
romano es Diana.
Por último, y para apoyar la tesis de un fin de la obra en torno a la
hora del crepúsculo, tampoco es desdeñable el sentido figurado de éste al
relacionar el fin del día con el fin de una vida. Recordemos la cantidad de
personajes cinematográficos, por ejemplo, que mueren en esas últimas horas del
día: Platón en Rebelde sin causa de Nicholas Ray ( 1955), o de este
mismo director el final de su primera película, Los amantes de la noche
(extraño título de un original más hermoso, They live by night, 1949) la
ejecución que le espera a Proteo al caer la noche si no aparece a tiempo con el
libro de la paz Simbad en la película de dibujos animados Simbad, la leyenda
de los siete mares (2001). O el que algunos personajes vayan a morir a
medianoche si no cumplen algún tipo de prueba, como por ejemplo la mujer que se
ha casado con un rey que ha jurado matarla si no hilvana cinco madejas diarias
durante un mes al año y a la que un duende le ayuda a cumplir esa exigencia
imponiéndole otra a su vez: que habrá de ser suya si no adivina cómo se llama a
lo largo de tres días hasta medianoche (18).
3.- EL ESPACIO.
Como ya hemos dicho antes, también hallaremos un solo espacio en el que
tiene lugar las peripecias de los personajes. La acotación inicial en Eurípides
es: “(La acción transcurre en el campamento griego en Áulide, en la plazoleta
ante la tienda de Agamenón)”- cosa distinta es que Eurípides escribiera esa
acotación, porque parece más bien una indicación de los editores de la obra, de
ahí que difiera esas líneas según sea la edición que se maneje-. Más escueto
aún es Racine: “ La escena es en Áulide, en la tienda de Agamenón)”. En otras
palabras, el espectador se da de bruces con un campamento militar, que pese a
no decirlo abiertamente, suponemos próximo al mar, por aquello de que no iban a
dejar “las más de mil naves” de Homero demasiado lejos. No pasemos por alto el
detalle de que no es raro que el sacrificio de un personaje, tanto literario
como cinematográfico o musical, se produzca en un espacio próximo al mar. Y no
podemos olvidar por un instante que en la mente del espectador hay una idea que
bulle desde el principio de la obra: ¿morirá Ifigenia?. ¿Será sacrificada o
no?.
Eso sí, en algún momento se menciona un bosque, de lo que es deducible
que el campamento se sitúa junto a uno, posiblemente el mismo bosque en el que
Agamenón mata a la cierva consagrada a Ártemis, origen de la ira de los dioses
junto con sus palabras orgullosas en exceso, y ya sabemos que la hybris era lo
peor que un humano podía hacer de cara a los dioses, y que sus buenos castigos
mortales ocasionaba a las personas que incurrían en ella (19). Claro que con un
razonamiento más pedestre también podríamos decir que acampar al lado de un
bosque sirve a un ejército para abastecerse de agua, de comida y de leña para
el fuego para cocinarla, aunque esto tal vez sea demasiado prosaico cuando estamos
tratando de tan alta poesía. En concreto, Ifigenia pide a su madre que no le
acompañe, sino “Que alguno de los servidores de mi padre me escolte hasta el prado
de Ártemis, donde seré sacrificada” ( vv. 1462 –1463). Y varios versos después
podemos leer: “Así que, una vez que llegaron al bosque y a las praderas
cargadas de flores consagradas a Ártemis, la hija de Zeus...” (vv. 1542
–1544). (Los subrayados sin míos).
Por si esto no fuera suficiente, el mar se asocia a la muerte repetidas
veces en el imaginario artístico y humano, no sé si como para incluirlo dentro
de los arquetipos junguianos, pero desde luego es fácil encontrar ejemplos de
ello. Así, desde la metáfora manriqueña de que “nuestras vidas son los ríos/
que van a dar a la mar/ que es el morir” , pasando por el mar junto al que el
Cid obtiene su último triunfo frente a los árabes (según la literatura
posterior al Poema de mio Cid, ya que en éste nada se dice sobre
este episodio), así como espacio que un personaje decide usar como medio para
hallar la muerte (magnífico suidido de James Mason en Ha nacido un estrella,
1948), o al que acudir para llorar la pérdida de un ser amado (el Zampanó
felliniano de La Strada, 1954) o en el que adentrarse para morir en esa
bellísima película rabiosamente romántica que es Moonfleet de Fritz Lang
( 1955).
Pero situar la acción en un campamento militar implica, igualmente, más
significados: el más obvio, el hecho de ser un espacio transitorio, pues un ejército
sólo acampa en la medida que se dirige a un lugar, a un objetivo enemigo en
este caso. Ello no puede si no repercutir en los seres que allí se encuentran,
contagiados emocionalmente de ese aspecto nómada, mutable, más o menos efímero
que es el lugar en el que se desatan todas las pasiones de las tragedias que
nos ocupan. En consecuencia, nada tiene de particular que se hable de levantar
el campamento cuanto antes, de partir a Troya, etc., con una contagiosa idea de
celeridad, de ansia reprimida por un fatum superior, como son rápidos y
acelerados algunos de los diálogos, e incluso lo serán algunos de los propios
movimientos de los actores en determinados momentos. Esto posiblemente sea así
para funcionar como contraste del uso habitual de los actores a la hora de
llevar al escenario las obras de los trágicos griegos, dado que lo más
corriente es que se narren la acciones, más que el hecho de que aquellos las
representen, pues se trata de un rasgo más de este teatro, convención como lo
son también otras como el hecho de no presentar la muerte de nadie en escena o
el hecho de que si un personaje entra por la izquierda es que del interior de
un casa o palacio y si lo hace por la derecha llega de la ciudad o del campo
(20).
Por otra parte, la primera representación de la Ifigenia de
Racine tiene lugar en agosto de 1674 en Versailles, donde residía – o iba a
residir el Rey Sol- , razón por la cual contó con unas posibilidades técnicas
de cara a su puesta en escena realmente considerables, como le ocurría al
dramaturgo real español de esos mismos años, el mismísimo Pedro Calderón de la
Barca, a quien se le encargaron varias obras en las que, bajo el ropaje de
personajes mitológicos, se aludía a determinados
acontecimientos históricos que la realeza pretendía celebrar. De no distinta
manera surge Ifigenia, puesto que Racine la escribe como encargo real
para conmemorar el matrimonio del rey Luis XIV con la infanta española María
Cristina, matrimonio que aseguraba la dote para el monarca galo de la
Franche-Comté, un territorio en disputa por parte de las monarquías francesa y
espñola (21) Esa circunstancia y el que se estrenara en una fiesta real supone
que a su disposición tendría decorados, posibilidad de juegos de luz y música,
vestuario acorde con la notable ocasión que se iba a celebrar, etc. Unos meses
después se representaría en el Hotel de Borgoña, pero esta vez ante un público
no tan encopetado. Evidentemente, en este lugar, que pese a su nombre no se
trata de un hotel, sino de uno de los teatros parisinos, ya no se disponen de
los increíbles elementos de escenografía, decorados, vestuario o iluminación.
En los dos casos, no obstante, el éxito fue impresionante, hasta el punto de
que tenemos noticias coetáneas que nos informan de que no hubo espectador que
presenciara Ifigenia que no derramase abundantes lágrimas. Veamos la
descripción que de los lugares de la primera representación à l’Orangerie, dans
les «Divertissements de Versailles donnés par le roi à toute sa cour, au retour
de la conquête de la Franche-Comté en l’année 1675» hace el Mercure
galant (22):
La décoration représentait une longue allée de verdure, où, de part et
d’autre, il y avait des bassins de fontaines, et d’espace en espace des grottes
d’un travail rustique, mais travaillées très délicatement. Sur leur
entablement régnait une balustrade où étaient arrangés des vases de porcelaine
pleins de fleurs; les bassins des fontaines étaient de marbre blanc, soutenus
par des tritons dorés; et dans ces bassins on en voyait d’autres pins élevés
qui portaient de grandes statues d’or. Cette allée se terminait dans le
fond du théâtre par des tentes qui avaient rapport à celles qui couvraient
l’orchestre; et au delà paraissait une longue allée, qui était l’allée même de
l’Orangerie, bordée des deux côtés de grands orangers et de grenadiers
entremêlés de vases de porcelaine remplis de diverses fleurs. Entre
chaque arbre il y avait de grands candélabres et des guéridons d’or et d’azur
qui portaient des girandoles de cristal allumées de plusieurs bougies.
Cette allée finissait par un portique de marbre; les pilastres qui en
soutenaient la corniche étaient de lapis, et la porte paraissait toute
d’orfèvrerie. Sur ce théâtre, orné de la manière que je viens de dire, la
troupe des comédiens du roi représenta la tragédie d’Iphigénie.
Según la memoria del Hotel de Borgoña, “la escena son unas tiendas y al
fondo un mar con barcos.”(23). Ahora bien, puesto que hablamos de un ejército en espera de poder navegar, es
perfectamente consecuente el hecho de que en el telón de fondo que hace las veces
de decorado aparezcan dibujadas unas velas de barcos. Es más, podríamos
atrevernos a sugerir que, llegado el caso de una representación, no fueran
velas pintadas sino reales, que permanecerían inmóviles durante la
representación y que, poco antes del final, bien con la intervención de
Ártemis, bien con el sacrificio de Erifile, se desplegaran y por medio de
alguno de los muchos artilugios escénicos que se usaban en la época, las velas
se desplegaran y movieran como empujadas por el viento, en consonancia con el
devenir de la trama argumental de las dos tragedias. Pienso que ese sería un
elemento plástico muy eficaz de cara a transmitir al espectador el fin de las
tramas de las que ha sido testigo, además de la sensación de vuelta a la
normalidad que supondría el que los vientos vuelvan a soplar y, en último
término, la hermosa relación metafórica que puede darse sin forzar en absoluto
las cosas en cuanto a que el viento sopla connotando la libertad que vuelve a
los personajes, aherrojados por un hado superior que les ha impedido vivir
acordes con sus ideas, su forma de ser y sus deseos más hondos.
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