jueves, 11 de abril de 2013

IFIGENIAS: EURÍPIDES Y RACINE (10).
 
 
                   En el período neoclásico, pocas son las tragedias de tema clásico, superados en número ampliamente por las de temas nacionales. “Incluso hay un “procedimiento nacional” para ciertas adaptaciones y traducciones de obras teatrales: según explica García de la Huerta en la Nota que precede a su Agamenón vengado, no se adaptó esta tragedia directamente de la Electra de Sófocles, sino de la adaptación renacentista española de Hernán Pérez de la Oliva”. Russell P. Sebold: Contra los mitos antineoclásicos españoles (1964), recogido en El rapto de la mente. Poética y poesía dieciochescas, Anthropos, Barcelona, 1989, p. 80.
(74)     La Diana, Jorge de Montemayor, Crítica, Barcelona, 1998, págs. 208-209.  Se refiere, claro, a los Diálogos de amor de León Hebreo, uno de los más famosos tratados filosóficos del siglo XVI  (p.207).
(75)     Diego Saavedra Fajardo: República literaria, Plaza &Janés, Barcelona, 1985, edición de José Carlos de Torres, p.113. En esta misma edición, en el Repertorio de nombre propios, el editor incluye, lógicamente, a Eurípides, del que dice, entre otras cosas: “durante su vida tuvo poco éxito de público, creciendo su fama a los pocos años de morir, fenómeno que Luciano de Samosata llamó euripidomanía” ( p. 164).
(76)    Francisco Cáscales, Tablas poéticas, Espasa-Calpe, (Clásicos Castellanos, 207), Madrid, 1975, edición de Benito Brancaforte. “Supuesto lo dicho, avéis de saber que ay quatro modos de actiones trágicas. El primero es quando uno comete el delito sabiendo lo que haze, como la Medea de Eurípides, que mató a a sus hijos por tomar vengança de Iasón en ellos; (...) El tercer modo es quando ignorantemente alguno va a cometer la maldad, y en acometella reconoce y es avisado del pecado que intenta, y lo dexa de hazer. Sea exemplo desto la Ifigenia de Eurípides, que aviendo de sacrificar a su hermano Orestes, le reconoció, y reconocido, no le degüella” (p.189 –190). “Y engáñanse los que antiguamente reprehendieron al poeta Eurípides porque siempre acabava sus tragedias en infelicidad. Afírmalo Aristóteles: “Quam ob rem illi quidem decipiuntur ob id ipsum quo Euripidem damnat qui in tragoedijs suis illud observat, earumque plures in infoelicitate terminentur, id quo omne ex arte est” (p.192).
(77)     Fray Marín Sarmiento, “Ir a la guerra, navegar y casar, no se puede aconsejar” [1788], incluido en El ensayo español, II, El siglo XVIII, Crítica, Barcelona, 1999, p. 254.
(78)     De esa gran actividad traductora nos informa adecuadamente Francisco Aguilar Piñal en su imprescindible libro Introducción al siglo XVIII, Júcar, Gijón, 1991, p.201. Véase lo que dice el especialista en el siglo XVIII: “ Comenzando por los clásicos, Flórez Canseco traduce de Jenofonte (1781) y a Luciano de Samosata (1778), además de la Poética de Aristóteles, publicada en edición bilingüe. El escolapio Pedro Estala, a Plutarco (1793), Sófocles (1793) y Aristófanes (1784). José Antonio Conde y José Canga Argüelles a Safo, Anacreonte y otros poetas griegos (1795-97). Diego Clemencín y José Mor de Fuentes, a Tácito, lo mismo que Joaquín Ezquerra (1794). Ignacio García Malo, la Ilíada de Homero (1788). Juan Meléndez Valdés traduce a Teócrito, Trigueros a Conon, Píndaro, Anacreonte, Horacio y Virgilio, Montengón a Sófocles, Marchena a Lucrecio (1791).” Es extraño que no aparezca en esa larga lista el nombre de Eurípides, aunque quiero creer que también habrá merecido la atención entre alguno de los numerosos traductores que acabamos de citar.
(79)     José Cadalso: Los eruditos a la violeta, Anaya, Salamanca, 1967, pp. 67 y 70;  pp. 133 y 134.
(80)     José Miguel Caso González, La tragedia, género rococó, dentro de la Historia y crítica de la literatura española, 4, Ilustración y Neoclasicismo, (Colección dirigida por Francisco Rico; tomo coordiando por José Miguel Caso González), Crítica, Barcelona, 1983, p.278. Originariamente se trata de un apartado, “Rococó, prerromanticismo y Neoclasicismo en el teatro español del siglo XVIII”, incluido en el libro Los conceptos de rococó, neoclasicismo y prerromanticismo en la literatura española del siglo XVIII, Cátedra Feijoo, Oviedo, 1970).
(81)     G. M. de Jovellanos: Poesía.Teatro. Prosa, Taurus, Madrid, 1979 [Temas de España, 106], p.252 y p. 305.
(82)     Véase el clarificador artículo de Adriana María Ortiz Cardozo Ifigenia, diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, en el que analiza a fondo la novela de Teresa de la  Parra. Puede consultarse en www. Monografías.com/trabajos26/Ifigenia/Ifigenia.shtml. Acaba de aparecer una edición moderna de esta novela en la Editorial El Acantilado.
(83)     Adolfo Salazar, La música en la sociedad europea, III, El siglo XIX (1), Alianza, Madrid, 1989, p. 368).
(84)     “Respondedme ahora y no voy a poner como ejemplo a vuestro tío (Rameau); es un hombre duro; es un bruto; es un inhumano; es un avaro; es un mal padre, un mal marido; un mal tío; pero no tiene la decisión necesaria para ser un genio; para llevar su arte suficientemente lejos, y que se hable de sus obras dentro de diez años. Pero ¿y Racine? Ese desde luego era un genio, y no pasaba por demasiado bondadoso. ¿Y Voltaire?”. Denis Diderot, El sobrino de Rameau, Alfaguara, Madrid, 1979, (Clásicos Alfaguara, 29), p. 173. Incluido en Novelas: La religiosa. El sobrino de Rameau. Jacques el fatalista. Traducción y notas de Félix de Azúa.
(85)    “Este papel era una parodia jansenista bastante insulsa de la hermosa escena del Mitrídates de Racine, que había dejado olvidada en mi bolsillo, habiendo leído apenas diez versos. He ahí lo que hizo confiscar mi equipaje. Los empleados hicieron en el preámbulo del inventario, un magnífico atestado en que, suponiendo que aquel escrito se remitía de Ginebra con el intento de ser impreso y distribuido en Francia, se extendían en piadosas invectivas contra los enemigos de Dios y de la Iglesia, y en elogios de su santa vigilencia, que había evitado la ejecución de este infernal proyecto”. (Jean–Jacques Rousseau: Confesiones, Planeta, Barcelona, 1993, Libro Quinto [Clásicos Universales Planeta, 222], introducción y notas de Carlos Pujol, traducción de Lorenzo Oliveras, p. 222).
(86)     Félix de Azúa: Las pasiones al servicio de la corona, El Paseante, 26, Ed. Siruela, Madrid, 1985, pp. 79 – 80. Azúa, además, relaciona esas imágenes fisiognómicas con el famoso cuadro de Le Brun – también hay un grabado, que se reproduce en las páginas 88 – 89 –titulado Les Reines de Perse aux pieds d´Alexandre, conocido también como La familia de Darío ante Alejandro, y una pintura reproducida en la páginas 90 – 91 y en el que muchos rostros se ajustan a los dibujos fisiognómicos del propio Lebrun. Este mismo tema se puede rastrear en otro autores, como es el caso de Paolo Veronese, del que se conserva una pintura de idéntico título, La familia de Darío ante Alejandro, propiedad de la National Gallery de Londres, una reproducción de dicho cuadro puede verse en el libro Dürer to Veronese, Sixteenth-Cantury Paintings in The National Gallery, Yale University Press, New Haven and London, in association with National Gallery Publications Limited, London, 2000, pp. 112 –113.
                   Pero es que ese tema lo encontramos, así mismo, en forma de tapiz: en la Colección (de arte del banco) Central Hispano se conserva una manufactura flamenca titulada Historia de Alejandro (circa 1575), en la que puede contemplarse a un Alejandro Magno entronizado y rodeado de sus cortesanos que acoge a unos embajadores. “Pues bien, de la misma época del paño hay una serie en el Palacio Real de Madrid con la Historia de Alejandro, que no recoge este episodio ni se asemeja por su estilo al paño del Banco. No sucede así con otra, en Viena, donde se conservan cinco con los siguientes asuntos:
               1.-  La captura de Darío.
2.      La familia de Darío postrada ante Alejandro.
3.      La madre de Darío y el hijo de éste arrodillados ante Alejandro.
4.      Las mujeres de Darío ejecutando música para Alejandro.
5.      El médico de Alejandro extrayendo una flecha de su herida.
6.      Embajadores entregando tributo a de corans, cetros y cadenas de oro al emperador en su trono.
7.      Alejandro y el rey Poro en la batalla.
8.      Alejandro, en su lecho de muerte, ofrece la corona a Perdicas arrodillado ante él.”
                   Colección Central Hispano. Del Renacimiento al Romanticismo, Fundación Central Hispano, Madrid, 1996. Juan José Junquera Mato: Artes decorativas, Tapices, pp.190 – 191.
                   De Le Brun (1619-1690) podemos citar también su cuadro La matanza de los inocentes, donde hay toda una historia y casi una representación del tema, con varios rostros que siguen de cerca los parámetros fisiognómicos que comentábamos antes. El cuadro puede verse reproducido en el catálogo Obras maestras de la Dulwich Picture Gallery, BBV, Madrid, 1999, p.95 y un detalle en la 96; los comentarios sobre el autor están en las páginas 94 y 97. Sobre sus relaciones con Nicolas Poussin, el gran pintor barroco francés, pueden encontrarse datos en el catálogo De Perugino a Monet. Obras maestras del Museo de Bellas Artes de Caen, BBV, Madrid, 1997.  en que aparece un cuadro de Le Brun, La Caridad, en la página 87, con su correspondiente explicación en la página anterior a cargo de Alain Tapié.
 
                   Pero Le Brun es un nombre prestigioso también entre las generaciones posteriores, como lo demuestra la cita de Rousseau: “(...) Este parque está coronado en lo alto por el terraplén y la quinta; en el fondo hay una garganta que se abre y prolonga en el valle, cuyo ángulo lleva un gran caudal de agua. Entre los naranjos que ocupan esta prolongación, y el agua rodeada de ribazos orandos de árboles y jardines, se halla el edificio mencionado. Éste y el terreno que le rodea había pertenecido al célebre Le Brun, quien se complació en edificarlo  y adornarlo con ese gusto tan exquisito de arquitectura y ornato en que se había amamantado este gran pintor” (Jean-Jaques Rousseau: Confesiones, ed. cit., Libro Décimo, p.546).
 
                   Y lo que son las cosas, doscientos años después del libro sobre fisiognómica de Le Brun, aparece la obra Mécanisme de la physionomie humaine ou analyse électro-physiologique de l´expression des passions (publicada en 1862), del doctor Guillaume-Benjamin Duchenne con la colaboración de Adrien Tournachon, lo que no deja de ser una suerte de revisión de aquellos hermosos dibujos de Lebrun, pasados convenientemente por el positivismo de la época y sustituyendo los lápices por la fotografía. Puede verse un ejemplo en el libro de William A. Ewing: El cuerpo, Fotografías de la configuración humana, Siruela, Madrid, 1996, p. 116.

(87)     Pascal Torres Guardiola, comentario incluido en el Catálogo de la Exposición Maîtres de L´invention de la collection Edmond de Rothscild de Musée du Louvre, que tuvo lugar en la Fundación Juan March entre el 6 de febrero y el 30 de mayo de 2004, Fundación Juan March y Editorial de Arte y Ciencia, Madrid, 2004, p.174. Adjunto una reproducción de ese dibujo en el apartado de anexos.
 
(88)     La reseña de ese libro, publicado por Alianza, apareció en el suplemento Babelia de El País el sábado 12  de mayo, pero, lamentablemente, nada decía sobre esa novela, más allá de aludir a los consabidos datos de quién es esa hija. A veces se echa de menos que algunos críticos de los suplementos literarios valoren más los libros por los valores literarios – parece paradójico, pero así es- que prestándoles atención en función de valores de compromiso político, histórico o de cualquier otro tipo, sin decir que esos factores no deban de tenerse en cuenta, pero no que pasen a ocupar el primer término de una reseña literaria.   
 
                   En la páginas del suplemento El Cultural del periódico El Mundo (21 de junio de 2007, p.19) el crítico Germán Gullón sí se detenía en el volumen que recoge las dos novelas de Ismael Kadaré, es decir, La hija de Agamenón y El sucesor. En esas líneas se nos comenta que la acción de la primera de esas novelas – que es la que realmente nos interesa en estos momentos-  se desarrolla en un día el 1 de mayo, durante el desfile conmemorativo de la fiestga del trabajo, presidida por el tirano albanés Enver Hoxha. “La protagonista femenina, Susana, es la hija del Sucesor del Gran Líder, a la que en un determinado momento se la exige comportarse como allegada del notable, y debe abandonar a su amante, inadecuado en su nuevo estatus de familiar del delfín. Ella, como Ifigenia, la hija de Agamenón, que fue sacrificada por el padre como pedía el oráculo, para que su viaje a Troya prosiguiera sin contrariedades, también deberá ser inmolada en aras del éxito”.
(90)  Carl Theodor Dreyer, The Museum Of Art Modern, New York, 1988; el guión, traducido al inglés, puede leerse en las pp. 79 –92. La verdad es que nada tiene de extraño que Dreyer se interesase por la obra de Eurípides puesto que muchos de los temas que trata éste están muy próximos a los de Dreyer. La historia de Dies irae (1943), por ejemplo, tiene que ver con la trama del Hipólito euripídeo, bien es verdad que aquí el joven corresponde al amor de su joven y hermosa madrastra, pero no es tan fuerte como ella y al final él no es capaz de luchar por su amor y ella acabará quemada en la hoguera, acusada de brujería.
 
                   El milagro de la vuelta al vida de Inger Morten al final de Ordet es todo lo contrario del “deux es machina”, y, sin embargo, los debates a propósito de la religión, la fe y el amor que se desarrolla en la película tienen una profundidad y una emoción que a buen seguro hubiera firmado con orgullo el mismísimo Eurípides.Y esa mujer que renuncia a sus posibles relaciones amorosas, tras algún que otro desengaño, porque si el otro no concibe el Amor como lo más importante no le interesa y que, por si fuera poco, quiere que en su lápida aparezcan las palabras de Virgilio “Amor omnia vincit”, ¿no es un ser euripídeo? (Gertrud, 1964). ¿Y qué decir del suicidio final de la pareja protagonista de Dos seres (1944), o las historias de intolerancia y odio que aparecen en Los marcados (1921) o en La pasión de Juan de Arco (1927)...?. Merece la pena consultar el libro de Juan Antonio Gómez García Carl Theodor Dreyer (Madrid, Fundamentos, 1997), donde hay información y juicios bastante acertados sobre al obra del cineasta danés.
                   Juan Antonio Gómez García nos informa en el libro que acabamos de mencionar lo siguiente: “Dreyer pensó adaptar al cine la Medea de Eurípides (más tarde realizada por Pasolini con excelentes resultados), y la Orestíada, llegando a un acuerdo con el realizador Jules Dassin para que éste rodase la segunda y el cineasta danés la primera; de hecho, Dreyer tenía muy avanzada la adaptación de la obra de Eurípides” (Oc. Cit. p. 178, nota 157). Lo curioso del caso es que Pasolini rodó Materiales para una Orestíada africana, según comenta Joseph M. Lluró en su artículo Antropologías de cine, aparecido en las páginas 26 y 27 del suplemento Culturas de La vanguardia (miércoles 20 de junio de 2007)               
(90)     C. P. Cavafis: Poesía completa, Alianza, Madrid, 1985 (Alianza Tres, 93), pp. 297 –98.
                                               LA ANTIGUA TRAGEDIA (1897)
La antigua tragedia, la antigua tragedia
Es sagrada e infinita como el corazón del universo.
Un pueblo la alumbró, una ciudad griega,
Pero pronto se elevó y en los cielos situó a la escena.
 
En el teatro del Olimpo, en una arena a su medida,
Hipólito, Ayante, Alcestis y Clitemestra
Nos narran su vida, terrible y vacía,
Y en esta tierra doliente cae la gota de la compasión divina.
 
El pueblo de Atenas veía y admiraba
En su forma inicial la tragedia.
La tragedia maduraba en el teatro celestial
Tallado en zafiro. Allí tenía sus oyentes
Inmortales. Y los dioses en sus tronos excelsos
De prístino diamante escuchaban con inefable
Placer los bellos versos de Sófocles,
Al palpitante Eurípides, la altura de Esquilo,
La fantasía ática del sutil Agatón.
Intérpretes equivalentes de sublimes dramas
Eran las Musas, Hermes y el sabio Apolo,
El amable Dioniso, Atena y Hebe.
Las bóvedas del cielo rebosaban de poesía,
Resonaban los monólogos, elocuentes y elegíacos;
Y los vigorosos diálogos de frases sucintas.
La naturaleza entera callaba reverente porque ningún estruendo
Turbaba la fiesta sobrehumana.
Inmóviles y reverentes, el aire, la tierra y el mar
Guerdaban el sosiego de los dioses excelsos.
Y en ocasiones les llegaba un eco de lo alto,
Que exhalaba un incorpóreo ramillete de unos pocos versos
Y trímeros mezclados con el “Bravo, bravo” de los dioses.
Y el aire decía a la tierra y la vieja tierra al mar:
“Silencio, silencio, escuchemos. En el teatro del cielo
empieza a representarse Antígona”.
 
La antigua tragedia, la antigua tragedia
Es sagrada e infinita, como el corazón del universo.
Un pueblo la alumbró, una ciudad griega,
Pero pronto se elevó y en los cielos situó a la escena.
 
En el teatro del Olimpo, en una arena a su medida,
Hipólito, Ayante, Alcestis y Clitemestra
Narran nuestra vida, terrible y vacía,
Y en esta tierra doliente cae la gota de la compasión divina.

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